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Se quejaba el difunto Enrique de Dinamarca de su papel de florero... Los hombres qué poquito aguante tienen. Él al menos no tuvo que soportar que todos los comentarios referidos a su persona se centraran en su aspecto físico, en su percha, en el lustre ... de sus zapatos, en el color y textura de la corbata o en su capacidad para lucir con elegancia una americana de tweed. Que se lo digan a Meghan Markle. Apenas acaba de llegar a la realeza y ya ha cursado un máster en ‘floristería’. Creo que está a punto de terminar el doctorado. «Meghan y el gesto que ninguna ‘royal’ había hecho hasta ahora», leo en grandes titulares en la web de una revista. ¿Qué gesto será ese?, me pregunto. ¿Habrá roto el protocolo alzando espontáneamente la voz contra el vergonzoso e indignante comportamiento de ciertos directivos de Oxfam? No. El gesto en cuestión se refiere a su bolso. Por lo visto, es la primera aspirante a princesa británica que ha tenido la ‘osadía’ de llevar cruzado un Strathberry, bolsito rectangular que pende de una cadena dorada y cuesta 500 euros. Va a ser que cruzarse el bolso es ahora revolucionario, rompedor, audaz, popular, tal vez hasta solidario... Y no me extrañaría que ese valeroso gesto la convierta de golpe en la nueva princesa del pueblo.
Markle está condenada a que todo el mundo esté más pendiente de su ‘look’ que de su trabajo (si es que alguna vez vuelve a tener una tarea concreta). A la impactante noticia del bolso cruzado se unen las confesiones de su exmaquilladora, que ha desvelado con emoción el enorme mérito de Meghan a la hora de elegir su base de maquillaje. «Ella pide siempre que sea ligera y deje asomar sus pecas». ¿No es conmovedor? Bueno, pues hay cosas aún mejores, como que su prometido, Enrique de Inglaterra, sea noticia porque le ha mordido un pony... Al joven Harry le espera un futuro bastante florido también: puede elegir entre ejercer de búcaro o de jarrón chino. Su abuelo, el duque de Edimburgo, ahora recién jubilado, tampoco acertaba a ubicarse como marido de la reina de Inglaterra. Pero, lejos de deprimirse a lo Enrique de Dinamarca, convirtió la desubicación (ir por el mundo metiendo la pata) en un noble oficio.
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