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p- MUÑOZ
Miércoles, 6 de septiembre 2017, 23:51
El príncipe Enrique de Dinamarca, esposo de la reina Margarita, padece el mismo mal que Hamlet, aquel lejano predecesor en el trono surgido de la imaginación de William Shakespeare. «Después de un largo seguimiento y tras una serie de exámenes médicos realizados a finales de ... agosto, los especialistas del Hospital del Reino han concluido que su alteza real el príncipe Enrique sufre demencia», señaló ayer la Casa Real danesa a través de un comunicado.
El diagnóstico implica «un debilitamiento en las funciones cognitivas» mayor de lo que cabría esperar en una persona de su edad y que puede causar «cambios en la forma de ser, de reacción, juicio y vida sentimental, e influir el modo de relacionarse con el mundo». La enfermedad conllevará una reducción de su actividad pública, ya disminuida desde que se jubiló hace año y medio. «El deseo de la reina y la familia real es que el príncipe tenga la tranquilidad que la situación exige», concluye el comunicado.
El príncipe, francés de nacimiento y de 83 años, sorprendió a los daneses hace un mes al anunciar que no quería ser enterrado con su esposa, rompiendo con la tradición de que los restos de los monarcas y sus cónyuges descansen en la catedral de Roskilde.
El motivo, confirmado por la propia institución, era su insatisfacción con el papel de florero que desempeña en la familia real. Ya en anteriores ocasiones había expresado su anhelo de ser nombrado rey consorte, pero su tono fue mucho más duro esta vez al declarar en una entrevista que su esposa lo tomaba «por tonto» y le faltaba al respeto. «Si quiere que me entierren con ella, debe hacerme rey consorte. Punto. Me da igual», zanjó Enrique.
La Casa Real no reaccionó oficialmente, aunque el príncipe heredero Federico admitió en público sentirse «muy triste» por la decisión de su padre.
Enrique, un noble francés que conoció a Margarita cuando era diplomático en Londres y se casó con ella en 1967, nunca se ha sentido cómodo con su papel. Quince años atrás ya puso en un aprieto a la Casa Real danesa al retirarse a Francia después de que, en la recepción de Año Nuevo y estando enferma la reina, el anfitrión fuera su hijo Federico y no él. Esto le hizo sentirse «inútil» y «relegado», según sus propias palabras, y motivó que no asistiera a la boda de Guillermo y Máxima de Holanda.
Los rumores de divorcio, lucha de poder y depresiones se cerraron meses después con una sesión fotográfica familiar, aunque Enrique no pudo evitar el apelativo de ‘príncipe llorón’ que le puso la prensa amarilla danesa.
Sonado fue también su plantón hace dos años a los actos del 75 cumpleaños de la reina, oficialmente por gripe, aunque a los pocos días se le vio de vacaciones en Venecia con unos amigos.
A pesar de las bromas recurrentes de la prensa por sus rarezas o su acento, Enrique acabó ganándose una imagen popular por aparecer disfrazado de oso panda en una gala, grabar un tema con un grupo de rock o pasear por la comuna anarquista de Christiania.
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