Venzo la pereza y decido asomarme a ese publirreportaje no apto para diabéticos que es 'Harry & Meghan' en Netflix, y lo primero que descubro es que el quinto aspirante en la sucesión al trono británico no sabe ni en qué día vive. «Hoy es mart... ... no, miércoles. Miércoles algo de marzo», suelta Enrique al comienzo del primer capítulo. He aquí a un tipo que no da un palo al agua, pienso. Alguien acostumbrado a que le lleven la agenda. Alguien para quien un martes es lo mismo que un domingo y la fecha del mes es lo de menos. No está pendiente de cobrar un sueldo porque ya tiene la vida resuelta.

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En capítulos posteriores, Harry volverá a dar muestras de un despiste temporal notable. Pero para entonces eso ya será lo de menos. Los Sussex han puesto a funcionar toda su seducción mediática para arrimar el ascua a su sardina. Y conmigo les está funcionando. Me voy por el quinto capítulo y casi estoy por darles la razón. Con lo mal que me caían... Eso sí, no he perdido del todo la perspectiva. Y lo que puedo leer entre líneas es que Meghan parece una chica ambiciosa, pero también carismática y tiene una facilidad para ganarse a la gente de la que carecen los Windsor. Ellos deciden utilizar ese don en favor de la corona. Pero olvidan un detalle. Meghan es actriz y su instinto natural es chupar cámara.

Los Windsor se sienten eclipsados. Y ella se siente frustrada porque no ha nacido para ser secundaria. Así que si no puede reinar en Buckingham, reinará en la opinión pública o, como dijo su suegra, en el corazón de la gente... Conclusión: si Enrique quería casarse con alguien tan victimista como su madre, ahí tiene a una Lady Di corregida, aumentada y dispuesta a lanzar toda la maquinaria propagandística de Hollywood contra la corona británica.

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