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Terry O'Neill, el hombre que reinaba en el pódium de la fotografía de celebridades, murió ayer a los 81 años de un cáncer de próstata. O'Neill pertenecía a otra galaxia. Sus imágenes forman parte ya de la cultura de la segunda mitad de ... siglo XX. Con su cámara, el británico atrapó a grandes iconos contemporáneos, como Los Beatles, Los Rolling Stones, David Bowie, Elton John, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor y Frank Sinatra, entre otros muchos. O'Neill, que tenía en su poder la condecoración de Comendador de la Orden del Imperio Británico, deja un enorme legado que custodia la Portrait Gallery de Londres.
La triste noticia la difundió ayer Iconic Images, la agencia que le representaba. «Cualquiera que haya tenido suficiente suerte para conocerlo o trabajar con él puede dar fe de su generosidad y modestia», aseguró un portavoz de la entidad. En el recuerdo Terry O'Neill quedará «como uno de los fotógrafos más icónicos de los últimos sesenta años, sus instantáneas legendarias quedarán para siempre en nuestra memoria, así como en nuestros corazones».
Una de sus virtudes era el saber recrear a los famosos con naturalidad. Una foto aparentemente sencilla y con pinta de haber sido tirada al momento escondía enormes dosis de laboriosidad. De haber podido elegir, O'Neill hubiera sido batería de jazz, pero el destino no está escrito. Su carrera empezó por puro azar. Trabajaba en el aeropuerto londinense de Heathrow para ahorrar un dinero y emigrar a EE UU. De repente la suerte le sonrió. Se encontró con el secretario de Asuntos Exteriores británico durmiendo. No lo dudó. Disparó y el dulce sueño del diplomático quedó inmortalizado para siempre. La instantánea fue tan celebrada en el gremio del fotoperiodismo que le abrió sin dudarlo sus puertas.
No estaba obsesionado con portar la última cámara recién salida al mercado. Antes al contrario, usaba una Leica manejable de la que conocía todos sus secretos. La frescura que destilan sus fotos obedece a esa parquedad de medios, pero sobre todo, a que era sumamente obstinado: cuando elegía un objetivo lo perseguía a conciencia y se convertía en la sombra de sus retratados. Por eso sus obras rezuman autenticidad. Podía ser tenaz hasta conseguir sus pretensiones, pero quienes le conocían dicen de él que era extremadamente cortés.
Muchas de sus fotografías son ya historia. La primera imagen publicada del grupo de Liverpool la hizo él en 1963, en el patio de los legendarios estudios Abbey Road. No por casualidad era amigo de Ringo Starr. Era la primera vez que una banda de pop salía en la portada de un periódico. Testigo privilegiado de momentos inolvidables, es el responsable de que hoy podamos contemplar a Marlene Dietrich en su último concierto en Europa.
Otro hito de su carrera fue también fotografiar a Romy Schneider apenas dos meses antes de su desaparición. Según O'Neill lo mejor de su carrera fue poder acompañar a Frank Sinatra, quien le dio permiso para tomar cuantas fotos quisiera. Sinatra le dedicó elogios encendidos por saber recrear la ilusión de la espontaneidad y por la distancia y el respeto que mantenía con sus fotografiados. Tanto es así que tenía como regla ser invisible y ejercer como un relaciones públicas.
Lanzó a la fama a un Elton John al que entonces no conocía nadie y al que siguió después durante cuatro décadas. Con David Bowie hizo una foto espectacular: aparece el cantante con ademanes aflamencados, luciendo un sombrero cordobés, y a su lado un perro enorme sobre dos patas ladrando fieramente. Los admiradores de Bowie la recordaran porque tal estampa ilustra la portada del álbum Diamond Dogs.
Estuvo casado con Faye Dunaway y luego con Laraine Ashton, una exejecutiva de una agencia de modelos. De la primera realizó una extraordinaria foto en 1977, después de que le dieran un Óscar. Faye posa recostada en un sillón delante de la piscina, la mesa repleta de periódicos, con gesto lánguido... ¿o era en realidad una tremenda resaca? Solo Terry lo sabe.
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