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Las últimas giras de Omara Portuondo (La Habana, 1930) suenan a despedida. Su anterior tour junto a la Orquesta Buena Vista Social se llamó 'El adiós'. La de ahora se ha titulado 'El último beso'. A una edad a la que no se puede prometer ... la eternidad, la leyenda de la música cubana descarta que el concierto de este viernes en el Festival de Jazz sea una de sus últimas citas. «Me han preguntado mucho que si van ser los últimos conciertos. No, no va a ser el último», dice.
La cantante vuelve mañana a Mendizorroza, cinco años después de su última actuación en el programa vitoriano. De aquella fecha, el público todavía evoca su dúo con el pianista Chucho Valdés en 'Esta tarde vi llover', canción que dedicó a Iñaki Añua, inventor del festival y presidente hasta el año pasado. La artista no recuerda demasiado acerca de la cita. «¿He estado antes en Vitoria?», se pregunta. Su memoria parece frágil... pero esa apariencia quebradiza se transforma cada vez que empieza a cantar. Como si su voz no perdiera brillo.
De cara a la actuación de mañana, junto al pianista Carlos Fonseca, señala que será «sorpresiva». «Me da mucho gusto ir», resuelve en conversación telefónica con EL CORREO desde un hotel de Suiza, donde actuó la semana pasada. También colaborará con Jorge Drexler, quien protagoniza la primera parte del programa.
La relación entre ambos se estrechó hace una década cuando el cantautor uruguayo le escribió la canción 'Gracias'. Con el disco homónimo ganó un Grammy Latino hace diez años. Entonces Portuondo se convirtió en la primera cantante cubana que asistió a la ceremonia para recoger el galardón. Anteriormente, la fría relación entre Estados Unidos y Cuba había aparcado los visados en un cajón. «Fue muy emotivo. Representar a mi país con un Grammy es muy importante. Porque no soy yo, soy yo representando a Cuba y Cuba es mucho más grande que yo», recalca Portuondo.
Ese mismo patriotismo trasluce cuando le resta importancia a ser reconocida como una de las grandes cantantes de la isla del Caribe en una constelación compartida con nombres como Celia Cruz y Elena Burke. «Yo tenía las condiciones y todos los grandes músicos me lo decían. Estoy contenta por eso. Pero estoy representado a mi país y es lo más importante», repite. Ese sentimiento también tiene que ver con sus convicciones políticas. Cuando Fidel Castro cumplió noventa años fue invitada a la celebración y le cantó 'La era', canción de Silvio Rodríguez. Tras la muerte de Castro, apareció en la televisión cubana elogiando lo que hizo Fidel «por el bien de la humanidad».
Más allá de las afinidades políticas, Portuondo lo borda en el jazz, en la habanera y el bolero. Es lo que atrae al público. Su delicadeza y gracia cubana se vuelca en sus carcajadas. Entonces no hay rastro de fragilidad. Incluso llega un momento de la conversación en el que cambia los papeles de la entrevista.
- ¿'Guantanamera' no faltará en el repertorio?
- No falta, claro. ¿Usted se sabe la Guantamera? Todo el mundo la canta muy bien (se ríe).
- Claro, pero es usted quien sabe cantar.
- No importa. Cante todo lo que usted quiera. Todo el mundo la canta a la vez en los conciertos y los demás no se enterarán si canta bien o mal. Si siente satisfacción con eso lo puede hacer.
Su invitación al público es la prueba de que entiende cada melodía como una celebración. En la infancia de su leyenda hubo un momento que marcaría su carrera: quiso bailar ballet, pero las puertas de la academia se le cerraron por su color de piel. Aquel portazo no le hizo torcer el gesto. Alejada de la formación académica siguió zapateando y se convirtió en una de las estrellas del cabaret Tropicana, uno de los más conocidos de La Habana. Entonces era tímida y nerviosa, como confesaba en el documental 'Redescubrir a Omara Portuondo' del director Lester Hamlet.
¿Mantiene esa tensión antes de subir el escenario? «Nunca he tenido nervios», dice ahora. Más tarde se le empezó a conocer como 'la novia del filin', ese género que nació en los años cuarenta, influenciado por el crooner americano y se convirtió en una expresión cubana propia. «La traducción es sentimiento. Cuando me dicen 'la novia del filin' me siento contenta como una niña que acaba de nacer», afirma Portuondo sin aires de estrella. Por otro apodo, el de 'diva del Buena Vista Social Club', se le empezó a conocer en los sesenta como una de las mejores voces surgidas al calor del popular local.
Es allí en La Habana donde sigue residiendo la cantante. «Mi retirada será cuando ya me vaya de la vida. Mientras tanto sigo cantando», afirma. Y lo remarca entonando uno de los temas más aplaudidos en su repertorio: «Lo que me queda por vivir serán sonrisas...». La misma canción dice unos compases más adelante «¿cuánto me queda? No lo sé / ni me interesa descubrirlo».
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