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Hubo poco jazz. Pero lo hubo, y bueno. Lo que sucedió es la crónica de un concierto fallido, no tanto por el esfuerzo de la veterana artista Omara Portuondo sino por las limitaciones que le impone su avanzada edad y que se quisieron saltar ... a la torera los promotores de la iniciativa. Eso sí, la 'diva del Buena Vista Social Club', a sus respetables 88 años, merecería que le dejaran mantener su leyenda y actuar según, cuándo y cómo estuviera realmente cómoda.
El trío de piano-teclado, bajo –contrabajo y eléctrico de seis cuerdas–y batería se completaba en Mendizorroza con pailas, tumbadoras y una bandera cubana, que son como un todo. Tras una introducción, el director musical y pianista presentó a «la más bella, la más sexy...», que sale a escena vestida de rosa, da las buenas noches, se sienta y toma el micro.
Dicen que quien tuvo, retuvo. Pero no siempre, ni tanto. Desde luego, lo entrañable no quita la exigencia y, en cuanto a voces, Gregory Porter está en lo más alto y Portuondo hace tiempo que inició la bajada. Hay que saber –o poder– dejar las cosas a tiempo, para al menos forjar una leyenda y mantenerla como se merece una artista de tal envergadura.
«Adiós felicidad, casi no te conocí....», cantaba ella. Pero había un efecto extraño al principio: parecía que Omara, Fonseca y el bajo Yandy Martínez iban por un lado y las percusiones de Andrés Coayo y la batería de Ruly Herrera querían correr más por el otro. Otra cosa que se antojaba extraña: la estrella casi repetía a lo largo del bolo más veces el nombre del pianista –para provocar el aplauso– que cantaba. O coreaba «Cuba, Cuba, Cuba...».
Fue chocante el clásico 'Dos Gardenias', con partes de letra donde la cantante se despistaba y enmudecía. Y disimulaba al preguntar al público si se la sabía, casi un tic escénico. Pero hay que decir que la 'novia del filin' sigue teniendo un gran carisma y un notable vibrato, que plasmaba en «por eso yo soy cubana, me muero siendo cubana» con una cantante de apoyo –Rocío Jiménez–que daba más empaque a la parte vocal.
Hay que decir que cuando vino don Francisco Repilado, alias Compay Segundo, a punto de cumplir los 93, tenía más enteras las capacidades de cantante –y de intérprete tresero– allá en el festival de 2000. Lo del viernes por la noche fue duro, no basta con mentar y repetir Cuba, aunque funciona, la gente lo corea y da palmas con entusiasmo. Pero no es serio.
Sí lo fue cuando Fonseca, el batería y el bajo iban a tocar un tema «para que ella descanse». Y el nivel musical se multiplicó unas cuantas veces, con arreglos y enfoques más jazzísticos. Bienvenido sea el cambio, aunque la propuesta que se ha vendido al público es la deslavazada actuación de la 'novia del filin'. Los músicos meten hasta el 'Quizás, quizás, quizás', con voces que surgen desde los asientos, para conjugarlo después con el ritmo más funkero o más latino o más jazzero... puede que lo más rigurosamente jazzístico de la velada, con Fonseca disparado a las teclas del piano. Una deliciosa parte de alta calidad musical, dentro de una noche que rescató el quorum máximo en Mendizorroza.
Regresa Jiménez y palmas desde el público llaman a Omara, la rescatadora cuyo adiós prematuro había dado esperanzas a algunos fans del jazz. Y a tiro fijo, con piezas como 'Lágrimas negras'. Más tarde, con una introducción, abordan '20 años',el gran éxito de la grabación original del Buena Vista Social Club de Ry Cooder y Wim Wenders.
'La Sitiera' y otras animaron la cosa. La gente bajaba a la pista e iba a la parte delantera, con la aparente intención de bailar allá y entró una de 'Guantanamera', en la que Omara aprovechaba para introducir varias tandas de estribillo y palmas. Luego con 'Tal vez' el público llena los pasillos y se dedica a bailar lo que toquen, con entusiasmo.
Jorge Drexler regresó a escena y leyó a Omara sus versos para ella. Todo un caballero y un señor artista. Y cerraron con un 'Bésame mucho' donde ella, reina de la escena, reiteraba que no iba a ser la última vez.
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