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Si la capacidad artística establece personalidades entre quienes practican cualquier disciplina creativa, el jazz es un gran ejemplo de cómo la personalidad no tiene tanto que ver con la individualidad, sino con la expresión dentro de una agrupación. Los músicos abren espacios para sus compañeros ... y se comunican entre sí. Y luego hay una cuestión que siempre está presente, de forma más o menos evidente, que es la identidad.
La historia personal de cada jazzista se puede percibir –y, a veces, adivinar– en la trastienda de los fraseos, arreglos o improvisaciones con referencias de estándares o de músicas de cualquier tipo. Esto, que es parte indisociable de quién es quien toca, es más que evidente en conceptos como el que sobrevuela el álbum 'Nostalgia cubana', donde Ariel Brínguez ha querido plasmar su historia y recuerdos.
En formato de quinteto, el saxo contaba con el apoyo del guitarrista Javier Sánchez y su Fender Telecaster, el pianista Pablo Gutiérrez, el contrabajista Darío Guibert y el baterista Federico Marini. Brínguez, bien conocido por los aficionados de Vitoria que le han escuchado tanto en el festival de julio como en otras fechas en el Dazz, buscaba mostrar la delicadeza e intimidad que muchas veces ocultan los estilos más salseros o bailables de su tierra.
Y, como Cuba es todo un multiverso musical, el saxofonista y sus compañeros buscaron como concepto miradas hacia Ernesto Lecuona, Bola de Nieve, Omara Portuondo o Elena Burke, sin olvidar al Pablo Milanés más bolerista. La cercanía de esas melodías cocinadas a fugo lento estuvo aderezada con jazz de mucha intensidad, para construir una ruta en la que apetecía perderse y vagar por esa memoria viva y llena de sugerencias.
Momentos de intensidad y melodía se entreveraban en una amalgama de ritmos y sonoridades que remitían a la Cuba de mediados del pasado siglo. El pulso y el tumbao servían como cimientos para construir todo un monumento a las raíces cubanas y sus muchas ramificaciones, que arrancó en clave de rumba e incluyó también danzón o blues, e incluso participación cantada del respetable.
Ariel Brínguez ofició de presentador de sus compañeros y de los temas con buen humor. Detalles como la reciente paternidad del pianista o las grandes capacidades de los diferentes instrumentistas formaron parte del discurso. En lo más musical, Brínguez empleó tanto el saxo tenor como el soprano y recursos muy diversos, Los cinco integrantes de la propuesta aportaron complicidades y nivel de jazzistas para unir lo ya clásico con lo contemporáneo y lleno de vitalidad. También, de calor. Como el que envolvía Mendizoroza donde se despidió con una intensa 'Hermosa Habana' y un bis.
Para cerrar la velada y el festival, la propuesta de Silvia Pérez Cruz se presentó ante la audiencia, que ocupaba –por fin– prácticamente todas las gradas del pabellón vitoriano. Una versátil 'frontwoman' para una formación no menos capaz de dar diferentes colores y texturas sonoras desgranó diversos temas de su álbum 'Toda la vida, un día'.
Junto a Carlos Monfort (violines, trompeta), Marta Roma (violonchelo, trompeta) y Bori Albero (contrabajo, teclados), la vocalista y compositora hizo sonar los cinco colores en los que su disco plasma las diferentes etapas de la trayectoria vital de una persona. Un concierto que puso la guinda a un festival donde se han podido vivir muchas cosas. Y casi todas ellas, buenas. Incluso estupendas.
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