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Había sed de jazz y llegó la Mingus Big Band para saciarla. Al fin, sin estridencias, ni adornos, ni coreografías, ni susurros; valiéndose sólo de música, en mayúsculas. De los acordes, de los fraseos, de la mágica inteligencia del género que da nombre al ... festival. No hizo falta más. Tan solo esa pureza y decenas de solos magistrales de catorce músicos entregados.
Con el regreso de la improvisación, el polideportivo adoptó la atmósfera de un club de jazz. La big band homenaje al icónico contrabajista y compositor Charles Mingus emanaba la energía con la que sus componentes actúan todos los lunes del año en un local neoyorquino.
Quedaban pocos minutos para las once cuando el conjunto arrancó suave con 'To Know BS' para evocar inmediatamente después una parte de 'Epitaph', la obra que el propio Mingus compuso para que la leyesen tras su muerte y que tras ser reconstruida, presentada y grabada en 1989; tuvo un enorme éxito. Interpretaron el segmento 'Please don't come back from the moon', y el saxo barítono de Lauren Sevian hizo estallar el público en aplausos. Su compañero Theo Hill llevaba varios compases agitándose como una anguila eléctrica sobre la banqueta del piano. La veda estaba abierta.
Con la actuación en 'Invisible Lady' el gran trombonista Conrad Herwig erizó la piel del público. Los amantes del género balanceaban la cabeza satisfechos, ya en trance. Después se montaron en el 'GG train'; «el único tren de Nueva York que no para en Manhattan» dijo el trombonista Earl McIntyre. Él era – junto al saxo Alex Foster– uno de los dos músicos sobre el escenario que fueron en su día compañeros de viaje del propio homenajeado.
En plato fuerte de la noche consistió en un «viaje sonoro» desde Colombia hasta las calles neoyorkinas. En forma de composición extendida, con decenas de solos estelares. «Será una fusion entre la cumbia y el jazz» resumía McIntyre para dar pie a los primeros acordes. Primero la base sólida de jazz, después, las influencias que enriquecen; ese fue el rotundo mensaje de su música. Cuando lo hubieron transmitido, se despidieron con educación. El público que se encontraba en el pabellón, aquella minoría que había saciado su sed de jazz más genuina, pidió el bis y lo hizo con las palmas enrojecidas de aplaudir, en pie.
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