El piano, el saxo, la trompeta, la batería y el contrabajo forman el grupo de niños mimados de la instrumentación jazzística. Miran a 'artilugios' como el vibráfono con cierto desdén, como enemigos ruidosos no invitados a la fiesta sonora del género. Este instrumento a caballo ... entre lo percusivo y lo melódico, de maestros contados en la historia del jazz y con una sonoridad de apariencia plana, se coló en la sesión que abrió la segunda jornada del Festival de Jazz de Vitoria en el polideportivo Mendizorroza para reclamar su espacio.
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Lo hizo a manos de Joel Ross, brillante ejecutor de un instrumento que no suele entrar a la primera, quizás por ese sonido que recuerda al toque de llamada de un ascensor o a la melodía de un teléfono móvil. Puede cautivar por momentos, pero cuesta que oído lo admita. El instrumentista de Chicago defendió esa misma herramienta musical que él mismo miró con desconfianza cuando en su infancia le tocó elegir instrumento y su hermano gemelo se adelantó para apropiarse de la batería. Cosas que marcan.
El caso es que Joel Ross y su quinteto firmaron una actuación de factura correcta, pero a la que le faltaron más momentos de alta combustión. Se desgranaron temas de su último trabajo 'Nublues' en una sucesión sin pausa entre las diferentes entregas. Con el vibráfono como instrumento situado en línea preferente, la música tiende a la multiplicación de texturas, la recreación de un sonido nebuloso cuyo camino no siempre acierta a discernir el oyente poco familiarizado con la línea dura del jazz.
Ross se sitúa con su estilo particular como uno de los grandes innovadores del instrumento en la escena actual. Poco que discutir, porque su dominio técnico es innegable y también dejó en la capital alavesa pinceladas de su capacidad expresiva. El líder de la formación se aventuró en territorios poco transitados en un puñados de solos que generaron el clásico batir de palmas en la audiencia vitoriana. La pena es que no se prodigara más por esa senda.
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Y tampoco es que hubiera demasiado espacio para el atrevimiento improvisador de los acompañantes de Ross. El saxo tenor de Maria Grand sonó formal y disciplinado, el piano de Jeremy Corren tuvo algún que otro momento de brillo y la sección rítmica formada por Jeremy Dutton (batería) y Kanoa Mendenhall (bajo) destiló seriedad sin estridencias. La música parecía empantanada cuando la formación entraba en esos responsos repetitivos de resonancias gospel, herencia de los años de formación de Ross en una iglesia baptista y progresaba en los tempos más acelerados en los que asomaba el individualismo solista de músicos perfectamente preparados, pero con el pie en el freno. Una propuesta más litúrgica que volcánica que sirvió de aperitivo compleja digestión antes de que Cécile McLorin Salvant tomara el escenario de Mendizorroza como apuesta segura para el disfrutar de una de las voces más personales del jazz actual.
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