Antes del contrabajo había tocado el acordeón, el piano, la guitarra… Todo de manera autodidacta, «casi sin querer», dice Javier Colina (Pamplona, 1960), uno de los músicos españoles de jazz más aclamados a nivel mundial. Cuenta que empezó a los 26 años a abrazar ... ese instrumento. No era tarde en aquella época. «Se empezaba a tocar ya con cierta edad al ser un instrumento muy grande. Ahora ya lo fabrican más pequeño y hay de un tamaño para chavales, pero antes no se podía y si no tenías una altura era complicado», apunta. ¿Un deslumbramiento? «Fue más casual. Yo había estudiado Derecho, trabajaba en una tienda de música y de finiquito me dieron un bajo eléctrico sin trastes», recuerda. No pasaron demasiados años hasta convertirse en una figura del jazz con el instrumento.
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El músico navarro echa la vista atrás acerca de ese recorrido que continúa de manera más o menos improvisada. Es uno de los grandes nombres del cartel del Festival de Jazz de Vitoria. Actúa esta tarde en el Principal como uno más en el supergrupo CMS que forma junto al baterista Marc Miralta y al saxofonista Perico Sambeat, cómplices en diferentes escenarios desde los años ochenta y que celebran tres lustros afianzados como compañeros de proyecto con el disco en directo 'CMS 15 años'. Entre los títulos de la contraportada aparecen 'Andando', 'Si te contara', 'Sweet Georgia Brown' o 'The Persian', algunas de ellas que seguro se revisarán en el escenario de la capital alavesa.
Ya algo antes estos tres nombres aparecían estampados en 'New York Flamenco Reunion' (2000), un disco que volvió a poner de relieve la influencia flamenca en el jazz del momento. A pesar de que echar un vistazo al currículo de Colina sirve para trazar un árbol genealógico de música latina, le resta importancia a ese bagaje en el que sobresalen 'Lágrimas negras' con Bebo Valdés y El Cigala; 'En la imaginación' con Silvia Pérez Cruz;otros discos con el pianista Chano Domínguez y coRlaboraciones con Enrique Morente, Carmen Linares o Tomatito.
«La relación con Silvia y Chano es especial. Pero tengo muchos discos de muchos momentos puntuales. Quedarse con una parte del repertorio lo tiene que hacer el que escuche», suelta sin necesidad de colgarse ninguna medalla. Entiende la música como una forma de pasarlo bien que se convirtió hace ya años en su trabajo. Por eso desconfía que aquel bajo que le entregaron como finiquito fuera una señal. «Tampoco me tomo la vida muy así ni interpretando señales», dice.
Sin un discurso estudiado, Javier Colina comenta que el acercamiento al flamenco fue natural, con artistas cercanos como el guitarrista Carlos Itoiz y sus hermanos. No partía con desventaja en ese ámbito y el caldo de cultivo hervía cerca. «Sabicas, el campeón de la guitarra, era de Pamplona».
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Frente al aspecto más desangelado que provocan las actuaciones engrandes recintos y la vista de los asistentes con mascarilla, el artista sigue disfrutando cada vez que pone en pie sobre las tablas. «El público ves que viene con muchas ganas y yo muchísimas ganas tengo siempre». ¿Ritual antes del concierto? «Tomar unos traguitos antes de empezar y al acabar… No somos muy exóticos», cuenta el bajista con ese mismo desparpajo que exhibe cuando los focos le alumbran.
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