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Su voz pinta imágenes sobre los lienzos que entreteje su guitarra. Pero Jorge Drexler (Montevideo, 1964) es mucho más que un cantautor al uso. Este ... multipremiado artista, capaz de poner y mantener a flote durante meses y meses una apuesta tan inusual como su excelente 'Salvavidas de hielo', traerá su personal cancionero el viernes 19 a Mendizorroza (21.00 horas).
-Viene al Festival de Jazz. ¿Este marco afecta de alguna forma al planteamiento del repertorio o los arreglos?
- Primero, es un honor tocar en el Festival de Jazz de Vitoria. Estamos todos muy contentos. Gran parte de los músicos que conforman mi banda, como Borja Barrueta o Martín Leiton, son viejos amigos del festival y tienen su formación musical en las áreas adyacentes del jazz. Es para todos un desafío muy grande y, a la vez, una alegría, una oportunidad de experimentar, de abrir un poco los formatos, de jugar y de incorporar elementos de la improvisación que hace al jazz la disciplina del presente.
- Hablando de elementos, construyó todo el disco 'Salvavidas de hielo' sólo con guitarras. ¿Le gusta mantener la adrenalina alta con el riesgo, con la exploración?
- La verdad es que sí. Cuando uno se mete en un proyecto como un disco nuevo, es algo que hay que idear, escribir, grabar, mezclar, defender en entrevistas y defender en un escenario durante años, porque son canciones que se quedan con uno. Requiere mucha motivación extra para mantener esas ganas latentes.
- ¿Cómo se hace?
- Dos maneras. Una, la principal, con el cuidado en la generación del repertorio. En los discos me importa cada vez más. A veces nos olvidamos de que los discos están hechos de canciones y nos centramos en anécdotas y en detalles de producción que, para mí, son secundarios. Pero una vez que el repertorio está establecido, uno va familiarizándose con las canciones y hace falta un desafío de trabajo. En este caso, estaba por el lado de las limitaciones. Sobre todo, una: la limitación instrumental, hacer un disco sólo de guitarras. Haciendo todas las trampas que podamos dentro de ellas: percutiéndolas, distorsionándolas, pasándolas por diferentes procesadores... Pero sólo con guitarras y voces, las herramientas tradicionales del arte trovadoresco.
- ¿Les costó?
- Eso, como usted dice, mantuvo la adrenalina alta. Tanto que el proyecto murió y volvió a nacer dos veces. Entre el productor Carles Campi Campón -que también está en la gira- y yo aguantamos el temporal de la insatisfacción que produce al principio en un percusionista. Llevamos a cinco, de altísimo nivel, para trabajar en el disco. Todos se veían frustrados, aunque la guitarra es un buen instrumento de percusión.
- Así ha quedado registrado.
- Sí, dentro de esa paleta restringida. Si haces un estudio espectrográfico del disco, te vas a dar cuenta de que el centro de la sonoridad está en el espectro de la guitarra, entre 250 Hz y 4 o 5 kHz. Hay muy poco por encima o por debajo, no hay platillos o metales por encima. Ni hay bombos por debajo, son creados con golpes de guitarra octavados.
- ¿Por qué hacerlo así?
- La creatividad, como el espectro acústico, es fractal: entre dos frecuencias siempre vas a encontrar una tercera. Como la paradoja de Zenón de que, pese a limitar los medios, el espacio por donde nos movíamos seguía siendo infinito. Podíamos haber mantenido la adrenalina alta abriendo el espectro e incorporando muchísimos elementos. Pero vivimos en un mundo donde el límite es una anomalía, el lema que te quieren vender es el 'todo ahora'. No es posible, ni deseable: la actividad más valiente que puede desarrollar un ser humano hoy en día es la edición de la realidad, la selección de los aspectos con los que te quieres relacionar.
- ¿En qué sentido?
- Tenemos más películas de las que vamos a ver, más libros que nos hemos bajado de los que vamos a leer, más fotografías de las que vamos a tener tiempo de ver en nuestra vida.
- Va a compartir escenario con Omara Portuondo. ¿Hoy es especialmente importante el respeto por los pioneros y los veteranos?
- Si entendemos por respeto una actividad que no quita la coloquialidad y el uso de lo que traen los veteranos. La palabra respeto me da un cierto respeto, valga el pleonasmo, porque me suena como a conservatorio, a dejar las cosas sin tocar. Hablaría mucho más de amor y de conocimiento. Hay que amar a los gigantes sobre los que estamos parados, hay que conocerlos para poder aprender de ellos y para poder contradecirlos también. Cuando uno estudia armonía clásica, aparte de los grados y la conformación de los acordes, esas normas que te dan hay que conocerlas muy bien para poder romperlas con un sentido. No para cumplirlas estrictamente, nadie lo ha hecho jamás. Es como dice Leonard Cohen: «hay una grieta en todo y es por donde entra la luz». Son esas pequeñas imperfecciones. Hay que conocer a los maestros, amarlos y matarlos en el sentido simbólico, como al padre.
- Del Oscar al Grammy Latino, ha cosechado diversos premios. ¿Activan la telefonía, le llaman más?
- La verdad es que no me puedo quejar. Soy muy afortunado en el casillero de los premios, ja, ja, ja. Hay que agradecerlos, celebrarlos, saber que es un reconocimiento dado por academias de colegas que le honran a uno. Pero después hay que ponerlos en su sitio. Es una cosa subjetiva, una opinión acerca de una disciplina artística como la canción, acerca de la cual la opinión de las personas no es relevante, ja, ja... Le toca a uno por capricho, también por calidad pero hay muchas cosas con calidad postuladas y no todas son premiadas. Hay que olvidarse de ellos. Como las normas de armonía con las grietas. Sinceramente, ya no creo que me den más premios, ni necesito más. Tengo el casillero completo. Ahora puedo dedicarme a las cosas que hacen maravillosa la vida del escritor de canciones que las canta en vivo después.
- Su labor como Embajador del Agua o con la Unesco, ¿es algo interminable donde los pequeños logros animan a seguir?
- Todas las labores son interminables. Y que no se redondeen no implica que uno no tenga que hacerlas. Pasa lo mismo con un disco. Soy muy mal embajador, en el sentido profesional de la palabra, no tengo una formación diplomática. Lo que sí es cierto es que tengo dos herramientas, como dije antes, el amor y el conocimiento. Amo y conozco el territorio iberoamericano. De verdad. En los últimos cinco años, sólo no he estado en Honduras, incluyendo a Canadá y Estados Unidos dentro de las Américas.
- ¿Cómo lo asume?
- Desde España a la Patagonia es mi territorio natural, por el que viajo, en el que me siento en casa, en el que me siento querido y es el que me regaló la música. Que me nombren embajador iberoamericano lo tomo como un acto de amor. Intento colaborar en lo que pueda, dentro de lo que significa hacer 80 conciertos al año de promedio en esos países. Voy viajando e intento establecer puentes que vuelvan objetiva la existencia de un espacio iberoamericano en el cual yo sinceramente creo. Hay un espacio con cosas en común que conecta Bilbao con Guadalajara, México. Particularmente, además, porque a los vascos les gusta mucho la música mexicana.
- Cierto.
- ¿Verdad? Ja, ja, ja... De los amigos que tengo en la península, los vascos son los que más rancheras cantan.
- ¿Con cuántas guitarras convive?
- Miro a mi alrededor y aquí en el estudio, tengo a mi alcance unas diez, ja, ja. Pero luego tengo el depósito de backline donde están las que realmente uso todo el tiempo, las que me llevo a los conciertos. Como estamos en medio de una gira, tengo otras seis -las viejas guerreras- que son las favoritas. Uno no elige una guitarra por el hecho de ser más cara o más vistosa o por ser técnicamente mejor. Uno elige las más nobles, las que le siguen a uno en su búsqueda, las que se adaptan mejor a su cuerpo. Son las concubinas, las que viajan con uno. Son maravillosas, la verdad.
- ¿Cuánto le debe a aquella noche con el tal Martínez al que cita en su canción 'Pongamos que hablo...'?
- Mucho, la verdad. Fue uno de esos eventos que cambian rumbos de cosas. No sé cómo habría evolucionado mi vida si no hubiera venido a España invitado por Sabina en aquella noche. Probablemente, lo habría intentado más a partir de Argentina y de Brasil, como pasó también después. Hubiera demorado más venir a España y con visitas más parciales. Desde luego, mi vida personal también cambió mucho: llegué aquí e inmediatamente conocía a la madre de mi primer hijo y hubo muchos elementos -muchos de ellos, afectivos-, que me llevaron a quedarme aquí.
- Y, entre todo ello, conoció a alguien con quien tiene una amistad y una relación profesional importante, Leo Sidran.
- También, cómo no. Lo conocí en Madrid, en un concierto que ellos estaban dando en el Café Central. Eso alimentó muchísimas cosas maravillosas.
- Recientemente ha colaborado con El Kanka o con Ketama. ¿Esos contactos le mantienen a uno vivo y, digamos, dialogante?
- Sí, no lo podría decir mejor. Vivo y dialogando con los compañeros, manteniendo lenguajes que están familiarizados pero que exceden el ámbito estricto de uno.
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