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El pianista Marco Mezquida (Mahón, 1987) se crió en una isla. Y dice que «el jazz es como un océano. Dentro del océano hay un montón de lugares y corrientes para sondear. Lo que te permite el jazz es tener un común denominador para poder ... sintonizar con otros músicos». A sus tres años tenía facilidad para reproducir melodías con la percusión y «un tecladito» que había por casa. A los siete, se apuntó a la Escuela Municipal de Mahón en Menorca, donde comenzó a estudiar música.
Todo cambió cuando hace cuatro años tocó en solitario en el Palau de la Música de Barcelona. Fue el punto de inflexión de su carrera. Desde entonces, su nombre no ha dejado de sonar como uno de los músicos modernos más prometedores. Su orilla estos días es el Festival de Jazz de Vitoria. Ayer mismo, el menorquín tocó en el Principal, sin partituras sobre el atril, con una primera parte intensa e improvisada. Y esta noche actúa en Mendizorroza (21.00 horas, 30 euros) como parte del trío M.A.P., formado junto al saxo Ernesto Aurignac y el batería Ramón Prats, y con la Banda Municipal de Música de la ciudad como orquesta.
–Es la tercera vez en el Festival de Jazz (anteriormente con el cuarteto Raynald Colom y con Giulia Valle). ¿Qué ambiente respira Vitoria? ¿Hay interés por el jazz o lo contempla como una cita más en el calendario?
–No, está claro que Vitoria tiene una tradición jazzística y el festival es de los más importantes del país y de rango europeo. Está a la altura de los grandes festivales del continente y lo avala su historia. Francamente, es un honor y deseo que la nueva dirección recoja sus frutos y mejore en lo posible lo que ya sembró durante tantos años Iñaki (Añua). Sobre todo, que continúe y haga lo posible por atraer al público joven, que lo necesitamos para hacerlo partícipe de esta escena.
–Habla de la necesidad de atraer al público joven y ha colaborado con artistas que no se pueden encasillar en el jazz exclusivamente como el guitarrista Chicuelo o la cantante Silvia Pérez Cruz. ¿El jazz abre fronteras?
–El jazz es una manera de entender la música y es muy sana porque te permite y te obliga a conectar con muchos tipos de músicos diferentes. Es como un océano donde caben muchísimas variaciones. Casa muy bien con la música latina, la música africana, el mundo de la clásica, la contemporánea... Mi bagaje no es solo jazzístico, viene mucho de la música clásica y popular. Esos son los pilares que hacen que mi estilo tenga una gran presencia de otras estéticas. Y esa es la libertad que asumo como músico.
–Pero hay puristas que no son dados a esa fusión.
–Sí, hay puristas. Pero a veces no sé lo que pretenden porque si quieren escuchar en el siglo XXI lo mismo que escuchaban hace décadas a lo mejor deberían conformarse con escuchar vinilos. Cuando uno va a escuchar un concierto hay que ir con ganas de descubrir. Está claro que habrá cosas que pueden chocarte más. Mi piano solo es único en el mundo. No hay nadie que lo plantee así y no es una cuestión de vanagloriarse sino de ofrecer algo que no tiene parangón. Los arreglos de Ernesto Aurignac para M.A.P. también son un mundo, un interior y un universo sonoro único. Si uno quiere descubrir qué está haciendo la juventud tiene que tener ganas.
–¿Cómo han sido los tres días de ensayo con la Banda Municipal de cara al concierto de esta noche?
–Ha sido muy fluídos. Han sido unos grandes profesionales, el repertorio no era fácil y lo han ido desarrollando de una manera cada vez más pulcra. Además, tengo la sensación de que el trío de M.A.P. está muy fuerte y esto hace que el vestido que crea la orquesta dé una sensación apoteósica y espectacular.
–La improvisación tampoco falta...
–Sí, está en la esencia de M.A.P.. Conecta composiciones que son como trampolines para la improvisación. Hilvanamos doce piezas y entre medio hay mucha improvisación que las conecta.
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