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Hay quienes tienen la virtud de tocar lo mismo y sonar distinto. De la misma forma, hay quienes suenan diferentes y tocan desde otra perspectiva.Aquí es donde el jazz puede avanzar más hacia otros terrenos. E incluso hacia otras audiencias. Aquí residía parte de ... la apuesta en la última velada doble en el 45 Festival de Jazz de Vitoria. Y lo cierto es que no funcionó en cuanto a cantidad de público. Sólo un tercio del pabellón disfrutó de la Iruña Brass Band en su fugaz recorrido de second line antes del arranque de la velada.
En cualquier caso, siempre es bienvenido el refresco en un ciclo tan veterano. Para empezar, no es nada habitual actuar en Mendizorroza sin haber cumplido los 30. A un año por debajo de esta cifra, Theon Cross lideró ayer a su banda ante un polideportivo que se iba acercando a la media entrada en un goteo de asistentes que en sábado no llegó a empapar en un baño de multitudes.
La batería de Patrick Boyle, el saxo tenor de Chelsea Carmichael y la guitarra eléctrica Jazzmaster –o el bajo Precision o el e-bow– de Nikos Zarkias jugaban entre colores distintos, gracias a la presencia de una tuba que enlazaba con el protagonismo de una leyenda como Paul Chambers. O con las tonalidades que impulsó el instrumento grave de Jaco Pastorius a un universo del jazz que, por definición, debe estar en constante expansión.
Cross hacía sonar su insrumento entre el metal y el bajo eléctrico y, por momentos, sonaba demasiado grave y embarrado en las primeras filas, lo cual resultaba muy cargante con tanto calor. Más atrás, el bloque se resentía de una ausencia de empaste debido a una ecualización en 'V'. Nada extraterreste, sólo los agudos y los graves arriba, con los medios muy por debajo.
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Los extremos nunca son buenos, aunque el grupo sí lo era. Pero a veces sonaba a lo que los más jóvenes llamarían 'balleno'. Para otros, en algunos momentos los efectos sonoros combinados con el reggae recordaban a los dubs ochenteros de los Clash. Había ideas y calidad, pero los subgraves eran todo un lastre.
En esta apuesta contemporánea quedaba por ver cómo coloreaba la noche la paleta de Robert Glasper. Introducido por una base-minipinchada del DJ, el pianista llegaba tras su tercera entrega de la serie 'Black Radio'. Una apuesta que empezaba como sin ganas de arrancar.
Mucha electrónica, pero sin la profundidad del jazz de un Marcus Miller o un Bernard Wright. Mucho menos, un Hancock eléctrico como el del 'hiphopero' álbum del 1994 'Dis Is Da Drum'.
Sampleos y material disparado. Para algunos, un disparate. Para otros, lo más vanguardista. Frank Zappa habría torcido el morro. O habría apostado por la escatología. La gente lo aplaudió mucho y Kassa Overall rapeó un poco. En fin, Rap 2-Jazz 1.
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