josu olarte
Viernes, 13 de julio 2018
Escuchado con toda su pompa en disco podría parecer que el tipo de pop melodramático, lírico, artie y neocamerístico que propone Florence Welch (Londres, 1986) perdería buena parte de su sustancia emocional y barroca en un marco festivalero. Pero ocurre que desde su eclosión comercial ... hace siete años con su reválida 'Ceremonials', la pelirroja diva londinense encandila al tipo de público anglófilo que puebla festivales como el BBK Live ante el que está acostumbrada a actuar, codeándose incluso con bestias pardas del rock como Foo Fighters.
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A lo mejor por ello Florence sabe insuflar gran pasión y energía a su lírico pop orfebrería que encandila a indies románticos y emocionales y cuya impostura se pierde en la fanfarria del directo. Muchos británicos y guiris de ese perfil había frente al escenario central de Kobetamendi donde, en el arranque de su tour global, la Welch escenificó una intensa y teatral opereta pop basada en su recién editado álbum 'High as Hope' con el que, tres años después de hacer terapia sentimental con 'How big, how blue, how beautiful', dice haber madurado como compositora y mujer «en contacto con la realidad y la sencillez de la vida ordinaria», la que perdió con el éxito las giras y sus confesos problemas con el alcohol que recordó en su propina final 'Shake it out'.
Y en ese enfoque se concreta su directo que prima la entrega escénica sobre la artificiosidad barroca, el lirismo poético y la fragilidad de niña del coro eclesial que en sus inicios transmitía la cantante y compositora del sur de Londres (Peckham). Entre esos parámetros se movió con temas novedosos, como su afectada carta de amor a Patti Smith (cantada con ella en espíritu, dijo) o la desnudez sensible y teatral de 'Sky full of sound' en contraste como un '100 years' que puso a la gente a saltar o 'Hunger', donde insufló algo de rock movedor a la desazón sentimental de su último sencillo con trazas ya de clásico automático.
Apoyada en una maquinaria instrumental formada por ocho músicos, con dos teclistas -entre ellos la también cantante Isabella Summers y dos percusionistas- además de violinista y el arpista Tom Monger, Florence apareció encantadísima de conocerse en un escenario adornado con visuales florales. Y como una ninfa indie y descalza con vaporoso vestido rosa, irradió con poderío vocal y una energía un poco zen sobre canciones a medio tiempo como 'Beetween to lungs' o 'Queen of peace' cantadas desde el principio a pleno pulmón por el abundante público del Reino Unido, donde Florence es una gran estrella.
Como una especie de Stevie Nicks del siglo XXI sonó en 'Only for a night' y animó a subirse a la persona amada a los hombros (lo que el personal hizo) en su celebrada versión del 'Sweet Nothing' de Calvin Harris.
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Al indie pop de estadio se acercó con pletórica de voz en coreadísimos hits como el conducido por el piano 'Dog days are over' o 'What kind of man' o un 'Ship to wreck' sobre el que planeó la sombra de Fleetwood Mac.
La orfebreria de 'The National' resonó con dosis de épica en 'Mother' que Florence interpretó en la recta final entre el público. Su versión del clásico disco 'You got the love' enfiló el clímax final alcanzado con 'Delilah' y el drama rock de 'What kind of man'.
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El punto gótico y espiritual de 'Buga god' puso el broche un recital dinámico en el que con entrega visceral y sin atisbos de pretenciosidad, Florence transmitió sinceridad, naturalidad y la sensación de que se toma menos en serio a sí misma de lo que pudiera parecer.
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