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Este Bilbao BBK Live ha vuelto a dejar conciertos inolvidables, gargantas deterioradas y alguna que otra hora de juerga de más. 112.8000 asistentes en una decimocuarta edición que ha contado con The Strokes, Weezer, Liam Gallagher, Thom York y Rosalía, entre otros grandes ... nombres. Mientras los festivaleros reponen fuerzas para volver a la rutina y van asimilando que quedan doce meses hasta la próxima batalla en Kobetamendi, llega el momento de hacer balance. Elaboremos pues la lista de los pros y los contras, ¿qué ha sido lo mejor y lo peor de 2019?
LO MEJOR
Por primera vez las acreditaciones se han entregado en el interior del estadio San Mamés. Con un camino indicado con vallas metálicas, el acceso al punto de recogida de las pulseras estuvo mucho más organizado que otros años. Mucha fluidez, especialmente el miércoles, cuando llega la mayoría de campistas. Un acierto porque hacer cola bajo el sol cargados con las tiendas de campaña y las mochilas es de todo menos apetecible.
Hace años que el BBK Live hizo una apuesta grande por la ecología con la incorporación de vasos reutilizables. Y para qué cambiar lo que funciona. Por 3 euros -recuperables en caso de entregarlo de vuelta- había dos tamaños disponibles. Además de no tirar kilos y kilos de plástico, esta acción contribuye a que las campas de Kobetamendi se mantengan especialmente limpias. Una recomendación: que en todas las barras acepten vasos traídos de casa. El cuidado del planeta antes que el negocio. Otro acierto son los contenedores de reciclaje, tanto en el recinto como en el camping.
Años atrás, volver a casa el jueves tenía tintes de odisea. Sin metro por la noche había auténticas peleas para encontrar un taxi libre y carreras para llegar al último suburbano, a las once. Esta vez, hubo servicios especiales en el metro para poder ver con tranquilidad a los cabezas de cartel.
Los abonos para el Bilbao BBK Live, salvo que los compres con mucha antelación, superan siempre los 100 euros, un precio que no está al alcance de todos los bolsillos. Algunos festivaleros comentaban que pagar la entrada a plazos les ha permitido disfrutar de Kobetamendi.
Hace años que el dinero en efectivo no tiene lugar en Kobetamendi, Todos los pagos se efectúan con el chip de las pulseras. Existe la opción de recargarla en el festival o en casa desde la web y la aplicación móvil. Así no necesitas más que el dinero justo para imprevistos fuera del recinto. Se reduce considerablemente el riesgo a que te roben o se te pierda. Las compras se aceleran porque no hay que devolver cambios y lo que no utilizas, te lo devuelven de forma íntegra.
Un año más, se colocaron decenas de puestos de comida repartidos por todo el recinto. Que nadie pase hambre. El Bilbao BBK Live ofrece siempre platos para todos los gustos: bocadillos, patatas fritas, perritos calientes, cocina tailandesa, italiana... Y hasta el único puesto certificado para celíacos de toda España, La Pavoneta. Los vegetarianos y veganos hace tiempo que cuentan también con una amplia oferta.
El festival volvió a contar con una campaña contra agresiones machistas. En su web ofrecieron información detallada sobre cómo actuar ante cualquier tipo de abuso. Además, en las pantallas de los escenarios se proyectaron mensajes como «No es no» y «Solo sí es sí» en varios idiomas.
El Bilbao BBK Live es un evento del que pueden disfrutar también las personas con movilidad reducida. Pese a las dificultades que presenta la orografía, se hacen importantes esfuerzos para salvarlas. El festival cuenta con un servicio de ambulancia para subir y bajar a personas con discapacidad, niños y embarazadas, baños adaptados y plataformas en los dos escenarios principales para poder ver los conciertos.
Hay 'prórroga' en el festival. Este domingo actúa la banda Berri Txarrak en el que será su último concierto en Bilbao. La banda de Lekunberri, que se despedirá de los escenarios en noviembre, celebra una gran fiesta en Kobetamendi con actuaciones de bandas locales, talleres, djs y muchos músicos invitados. Eso sí, hace falta comprar una entrada independiente.
En lo musical...
Mientras Liam Gallagher oficiaba en el escenario principal, los energúmenos del dúo británico Slaves montaron en el Txiki una fiesta salvaje de rock visceral, salvaje, demenciado, con un Isaac Holman en pantalón corto que aporreaba de pie su batería, cantaba y bailaba al mismo tiempo. Fue una embestida sin contemplaciones contra la blandura y la nostalgia de otros episodios festivaleros. Y, en el otro extremo de las cosas, un momento mágico: el de Rosalía cantando a capela 'Catalina' ante cuarenta mil personas que mantenían un silencio reverente, asumiendo sin conflicto unos códigos que no tenían nada que ver con las envolturas modernitas y las estrategias de mercadotecnia, segúnCarlos Benito.
El improbable y sorprendente trío mixto de Houston reveló una Texas exótica, seductora, y sexy con su cadencioso y memorable batido instrumental de funk psicodélico que, con guitarra finísima y bajista sinuosa, aliñó soul dubádelico, surf étnico, blues desértico, proto disco, afrorumba o chicha latina con guiños a Dick Dale y The Shadows. Y obligatorio reconocer el huracán Rosalía que llenó Kobetamendi y con increíble aplomo (y ayuda nestimable de su alquimista sonoro El Guincho) consiguió concretar en un directo homologable con los de las grandes divas su rara habilidad para combinar flamenco deconstruido, R&B futurista, trap y reguetón. Logrando además que chicas de su edad guardaran silencio para escuchar cantes de hace un siglo sobre sosas del mal querer y esbribanos de testamentos gitanos, apuntaJosu Olarte.
LO PEOR
Las aglomeraciones son inevitables en recintos con más de 35.000 asistentes. Es comprensible. Aunque también es cierto que este es uno de los principales talones de Aquiles del festival, que en 2018 se colapsó en San Mamés con una cola para las lanzaderas que daba la vuelta al edificio de EiTB. Este año no se ha presenciado esta imagen, pero los tiempos de espera para montar en los autobuses gratuitos han rondado los 60 minutos en las horas punta. Además, cenar en el recinto supone, casi por norma, dejar de ver un concierto por esperar delante de una 'foodtruck'. Ofrecen mucha variedad, pero sería genial que tuvieran más personal para no sentirse desbordados a determinadas horas de la noche.
Aunque abundantes y bastante limpios, volvieron a ser insuficientes para las decenas de miles de asistentes. Sería conveniente que hubiera más zonas de aseos para que las multitudes estuvieran algo más repartidas.
Sigue sin ser asequible para todos los bolsillos. Tanto los abonos -a menos que los compres con mucha antelación o con algún tipo de descuento- como las consumiciones. Una cerveza grande costaba 8 euros, un refresco 3 y la botella de agua se vende a 2.
No estaría de más que habilitaran alguna fuente dentro del recinto, aunque solo sea para refrescarse un poco la cara en los días en que los termómetros superan los 25 grados. Al festival acuden tanto niños como personas mayores y hay que tener en cuenta que la actividad en Kobetamendi empieza a las cinco de la tarde, cuando el sol aún calienta con fuerza. De hecho, cada vez son más los festivales que ofrecen agua gratis a sus asistentes.
En lo musical...
El síntesis abstracta de mircroelectrónica suave y clasicismo que propone el berlinés en la línea de Olafur Arnalds, Peter Broderick o Rodrigo Leao puede ser de los más sugerente pero no cuaja en un escenario central de un festival. Y en sus antípodas algo parecido puede decirse del dúo británico Sleaford Mods. Con un micro y un portátil no basta, por mucho que el concienciado, cabreado , ácido y proleta punk digital (Johnny Rotten vía The Streets) sea disfrutable, empático, y necesario (que lo es), señala Josu Olarte.
También esa parte del público que no puede dejar de parlotear en conciertos como los de Nils Frahm y Thom Yorke, valora Carlos Benito.
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