Si alguien hubiese seguido el concierto de anoche de Massive Attack con los ojos cerrados, o a través de una emisión de radio, se habría quedado con la impresión de que fue una fascinada excursión por otro mundo. El grupo británico siempre ha demostrado una ... capacidad asombrosa para crear un universo propio: es lo que en los 90 se bautizó como trip-hop, una combinación de hip hop y electrónica tremendamente influida por el dub jamaicano, ese reggae esencial y esquemático de bajos gravísimos e hipnóticos. Las canciones de Massive Attack tienen un efecto intoxicante, transportan al oyente en un viaje por oscuridades urbanas, pero salpicado de ganchos melódicos y estribillos luminosos. Como dice un verso de 'Risingson', la canción con la que abrieron su set, es «el laberinto del club, el aturdimiento del dub».
Pero, con los ojos abiertos, Massive Attack se mantuvieron muy ceñidos a este mundo: de hecho, probablemente fue el concierto más ideologizado que ha pasado por el festival en toda su historia. Los músicos -Robert Del Naja y Grant Marshall, con un sexteto de apoyo y su habitual desfile de vocalistas- apenas se distinguían como siluetas sobre el escenario, mientras la gran pantalla de fondo derrochaba actividad, en una abrumadora descarga sensorial de mensajes sobre horrores contemporáneos. La mayoría, en euskera. Hubo referencias a cuestiones como las noticias falsas, la obsesión por lo viral, el clickbait, los algoritmos que condicionan nuestras experiencias, la obsesión por la celebridad o el avance del planeta hacia el colapso, no faltaron tampoco algunas reflexiones enigmáticas (desde «¿es el amor la ley definitiva?» hasta «¿se contempla la naturaleza a sí misma?»), con cursores que se multiplicaban y dejaban frases fugaces e impacientes, pero el gran tema, el eje conceptual del concierto, fue la guerra. Del Naja lucía un brazalete de 'Free Palestine' y buena parte de los visuales mostraban la destrucción de Gaza y Ucrania, aunque hubo un recuerdo para Sarajevo e Irak, todo ello combinado con imágenes de archivo que abarcaban desde cargas de caballería hasta exhibiciones de 'cosplay'. Y también algunas apariciones estelares de Putin y Netanyahu, que fueron objeto de abucheos generalizados.
Vocalistas-médium
Massive Attack contaron con la presencia de sus dos vocalistas-médium, dos voces muy especiales que parecen dar a todo lo que cantan una inmediata trascendencia. Por un lado, el referente del reggae jamaicano Horace Andy, de 73 años ya; por otro, la escocesa Elizabeth Fraser, también mito por derecho propio a partir de su carrera con el grupo de post-punk preciosista Cocteau Twins. Estuvieron también los tres raperos escoceses Young Fathers, a quienes Del Naja se refirió como sus «hermanos de armas», y la colaboradora habitual del grupo Deborah Miller. Y entre todos dieron un buen repaso a los clásicos su discografía, con hitos como la sugerente 'Girl I Love You' (a cargo de Andy), un 'Voodoo In My Blood' de graves brutales, como un dancehall con guitarras post-punk (y las voces a cargo de Young Fathers), o la interpretación de 'Song To The Siren', el tema de Tim Buckley que versionaron Cocteau Twins para el proyecto This Mortal Coil (cantada, cómo no, por Fraser, con un austero acompañamiento de guitarra y teclados). En canciones como esta última, de belleza delicada, se producía cierta disociación con las imágenes de Gaza y Ucrania, aunque lógicamente ha de ser la intención de la banda. En otros casos, en cambio, sonido y mensajes se ajustaban mejor: la cumbre en ese sentido fue 'Safe From Harm', el tema que dedicaron específicamente al pueblo palestino, donde iban apareciendo cifras sobre Israel mientras las guitarras y las dos baterías creaban tensión y se acababa desatando un final devastador.
No faltaron clásicos como 'Inertia Creeps' o 'Karmacoma', ni sus versiones del 'Levels' de Avicii y el 'Rockwrok' de Ultravox, esta tremendamente fiel al punk original. «El recelo es otra forma de control», decía entonces en euskera la pantalla. Pero hubo tres temas en los que cesó el bombardeo de mensajes, una especie de significativo paréntesis en el activismo, quizá como concesión momentánea a la belleza y la nostalgia. El primero fue 'Angel', con Horace Andy bailoteando a pasitos cortos mientras sonaban unos graves abisales, casi industriales en su extremismo. El segundo fue 'Unfinished Sympathy', donde Deborah Miller bordó los agudos souleros. Y el tercero, cómo no, fue 'Teardrop', reconocida y saludada con aplausos nada más arrancar el 'beat' inicial. Brindó un agradecido momento de belleza catedralicia, con la voz de Liz Fraser como protagonista mientras haces de luz ascendían hacia el cielo. Y justo entonces empezó a caer una lluvia tenue, como un recordatorio de que -al menos, a veces- también ocurren cosas bonitas en este perro mundo.
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