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El de Rosalía no será el primer quejío flamenco que se escuche en este Bilbao BBK Live: ese mérito correspondió a Derby Motoreta's Burrito Kachimba, que inauguraron ayer el escenario principal con una sesión de psicodelia andaluza heredera de Triana y pasada por el ... filtro de Deep Purple, lo que ellos llaman kinkidelia. Lo del sexteto sevillano era una sana anomalía dentro del cartel, ya que su rock de pelo largo, de pantalón ajustado y de dirigirse a los espectadores como «colegas» parecía pertenecer a otra dimensión espacio-temporal. DMBK, que es como se les llama para abreviar, apostaron fuerte para empezar, con 'The New Gizz', quizá su mejor tema, pero son gente audaz que se atrevió con remansos de quietud ambiental e incluso con la 'Nana del caballo grande' de Camarón. En 'Samrkanda', el orientalismo andalusí se hermanó con el 'stoner' desértico y el vocalista, con chaleco de flecos sobre torso desnudo, bajó a abrazar gente. No faltaron tres señas de identidad de la banda: el teclista enmascarado, el manillar de bici en el micrófono y la introducción electrónica que no habría desentonado en el set de algún DJ de Basoa.
En un mundo donde tantos cantantes sin problemas se hacen los torturados, John Grant es el caso opuesto: un tipo asediado por una nutrida legión de demonios (represión sexual, VIH, alcoholismo, suicidio...) que se mostró sonriente y relajado, descalzo y en shorts, aunque el antifaz negro pintado alrededor de sus ojos daba una idea del trasfondo sombrío de tantas canciones suyas. Su concierto en el escenario Bestean se repartió entre su faceta de cantautor pianístico (como un Elton John que habla de anuncios sobre hemorroides y niños con cáncer) y su vertiente más bailable: no faltaron temas preciosos como 'Marz' («no la he cantado hace mucho tiempo»),'Glacier' (la del dolor como un glaciar, que dedicó a las personas que han pensado quitarse la vida), 'GMF' o 'Queen Of Denmark', pero el público de media tarde respondía mejor al ritmo impetuoso de canciones como 'Preppy Boy' (hasta se oyó un 'hu-ha' en plan Chimo Bayo) o 'Sensitive New Age Guy'. Grant, estadounidense afincado en Islandia, se dirigió al público en un seguro castellano «aprendido de amigos mexicanos» y trajo entre sus cuatro acompañantes a un ilustre: el batería Budgie, de Siouxsie & The Banshees, que se repartía entre los tambores tradicionales y los 'pads' electrónicos.
A las nueve menos veinte, cuando salieron Vetusta Morla, el escenario principal ya parecía otra cosa: el público se había multiplicado, aunque seguía lejos del lleno, y había ambiente de fiesta mayor. El sexteto madrileño tiene fans entusiastas y detractores apasionados (no faltaban unos cuantos, arrastrados por amigos), pero hasta ellos han de reconocer la eficacia de su fórmula, con un equilibrio sorprendente entre potencia y nitidez, que abarcó desde el impacto rítmico de 'Golpe maestro' o 'La vieja escuela' hasta la canción latinoamericana de 'Maldita dulzura' o las cajas de música de '23 de junio' (ahí a los 'haters' se les torció un poco el gesto). El vocalista Pucho recordó que era su quinta vez en el festival, reivindicó el amor para contrarrestar «la oscuridad que nos invade», se dio un baño de masas durante 'Mapas' y animó al público a acudir a conciertos en salas durante el resto del año. 'Copenhague', quinta del lote, brindó el primer coreo multitudinario de la jornada, uno de esos cantos reservados para los himnos generacionales y que garantizan un sitio a Vetusta en la vertiente nostálgica de los BBK Live de dentro de una década o dos. Como dijo el vocalista Pucho, «al BBK siempre se vuelve».
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