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Lo de Idles (Briston, Inglaterra, 2009) el sábado en las postrimerías del BBK Live fue una catarsis colectiva, una ceremonia tribal con pogos monumentales, círculos abiertos en mitad de la masa, tíos y tías surfeando sobre las cabezas de los demás, y los dos guitarristas ... también agitados por la marea humana sudorosa, juvenil y por una vez más masculina que femenina (pero no mucho más, ¿eh?). En un par de momentos post-apocalípticos Idles lograron que la explanada del escenario San Miguel se agachara en pleno, y casi al final de su bolazo ordenaron a la masa milenaria que se echara hacia atrás y esta obedeció sin miedo, en un movimiento de manada ordenado y sin miedo que ni los ñúes en plena migración justo antes de llegar a un río.
El público estaba ansioso y excitado antes de empezar el show, el combate de 17 temas en hora y cuarto (76 minutos) electrificada por el quinteto bristoliano, que se proclamó antifascista en la actuación más politizada de las tres que le hemos visto. La última, hace cuatro meses, este marzo en la Santana 27 ante unas 1.111 fanáticos, en una cita aplazada dos años por la pandemia (la cifra es capicúa y realista, ¿eh?, de hecho más de cien no acudieron a la cita porque se les olvidaría, o porque perderían la entrada, o vayan a saber por qué).
El de este sábado noche festivalero fue un concierto mucho mejor que el de la Santana 27, ese de 91 minutos para una veintena de temas de rock urbano, brutalista, como lo etiquetan ellos y como titularon a su primer álbum: 'Brutalism' (2017). Los Idles (los parados, de podría traducir) en el BBK Live se crecieron, dieron el mitin sostenidos por una base rítmica inapelable y despiadada (qué baterista mecánico hasta lo industrial), un cantante tatuadísimo que daba vueltas por el tablado como fiera enjaulada (Joe Talbot, un galés en una banda anglo-irlandesa), y los dos guitarristas sonando mucho mejor y disimulando sus insuficiencias técnicas no solo a base de pose onda MC5.
La peña estaba expectante, nerviosa, y el grupo tenso, ansioso y con ganas de reivindicarse. A través de su música, de su rock, el quinteto reprimía una agresividad a la que en ocasiones daba rienda suelta hasta la violencia no sólo lírica. Bajo las letras con su nombre reproducidas en el fondo del escenario y sostenidos por ese apabullante baterista, Idles fueron mecánicos a machamartillo ('Colossus', el industrialísimo 'Car crash'), en ocasiones se dispararon en punk como si fueran los Dead Kennedys ('Mr. Motivator', el fugaz y muy HC 'Wizz') o estuvieran próximos al psychobilly ('I'm scum'), también forjaron post metal ('Divide & conquer', con alaridos finales del bajista), y se despidieron con dos temas muy punks en modo declaración de intenciones: 'Danny Nedelko', «una celebración de los inmigrantes que levantan nuestro país y levantan vuestro país» (¿a los inmigrantes les agradará la música de Idles, o que un guitarrista llevara la bandera arcoiris en la cinta y el otro saliera vestido de mujer?), y 'Rottweiler', «una canción antifascista», como definió su vocalista el galés Joe Welsh, que poco antes nos había agradecido: «muchas gracias por darnos amor y energía esta noche». Amor se ignora, pero energía hubo de sobra arriba y abajo del escenario.
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