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La tarde del jueves el BBK Live fue un páramo por culpa de los flojos conciertos (salvamos a Vetusta solo) y el viernes subió sobremanera el nivel pues se impuso lo orgánico sobre la flacidez sintética. Y ayer la plancha secundaria vespertina también ofreció numerosas ... golosinas (Cala Vento en la carpa), aunque se colaron productos de dudosa efectividad. Los segundos cabezas de cartel en importancia de la jornada, tras Weezer, fue el supergrupo The Good The Bad And The Queen, comandado por Damon Albarn, que dio un concierto largo, de 80 minutos, abundando en la tristeza y la incertidumbre asociadas al Brexit.
Fue un show muy british que cursó a medio gas y con canciones muy similares, hilando el mensaje de Albarn, quien en deceto (los cuatro principales, cuarteto de cuerda femenino, un teclista y un percusionista que tapaba las carencias del muy mayor y achacoso Tony Allen, el nigeriano que acompañaba a Fela Kuti), a veces animando al respetable a corear (lalalás, la mitad de la campa un grito y que responda la otra mitad), evocó a Ian Dury por el cansino tono vocal, a Specials por el exotismo episódico, a Elton John por lo operístico, y hasta a los Beatles del Sargento Pimienta, tono en un tono monocorde, melancólico e introvertido.
Antes, a las 8, los seis suecos de Viagra Boys dieron uno de los mejores conciertos del festival en el escenario Txiki, donde tocaron nueve temas en 52 minutos intensos, rítmicos, sugestivos y misteriosos que provocaron que el público bailara y algún espectador animado hiciera hasta surf sobre las cabezas de la gente. Los suecos, pilotados por su cantante, cínico, irónico, descreído y fumador que llegó a decir «eskerrik asko... esto significa 'cheers' (salud) en italiano», ejecutaron rock and roll como el de Danko Jones, espetaron sus mensajes con la crudeza de Henry Rollins, resonaron mecánicos vía Girls Agains Boys y mejoraron de largo la propuesta similar que los ingleses Idles sirvieron el viernes en un escenario más grande, en tono más caricaturesco y reiterativo, pues a la tercera canción ya te sabías la película.
Temprano, tanto que apenas había gente en las campas polvorientas de tanto castigo festivalero, actuaron Nøgen, un quinteto mixto donostiarra que lo tiene todo para abarcar cuotas: canta en euskera, son jovencísimos, tienen un disco titulado 'Liv til døden' (Vivir hasta morir), tocan el ukelele y lo que es mejor, rebosan ilusión y tienen influencias optimistas, transversales y festivaleras.
Les vimos renqueantes en el pasado Getxo Folk, en septiembre, pero han crecido bastante con su estilo folk pop, aunque les falta un hervor (un poco tímidos en escena parecen) y sobre todo les vendría bien un instrumento extra (teclados, segunda guitarra eléctrica que llenara lagunas). Su bolo de 9 canciones en 37 minutos ante unas 333 personas, la mayoría fans suyos pues se sabían las canciones daban palmas y saltaban, incidió en la querencia melódica del panorama vasco (a menudo resuenan a la Oreja de Van Gogh en euskera). Entusiastas e ilusionados, remitieron a Huntza sin trikitixa (la inaugural 'Itzuli neri', la última 'Enarak'), cuando cantaba el chico del ukelele la cosa se amustiaba ('Kearie'), y revelaron una gran influencia de Mumford And Sons y de Of Monsters And Men ('Marean', 'Nora' -que fue una de las coreadas- o 'Ez da ondo aterako' -que tiene pasaje en castellano y que grabaron en colaboración con La MODA-). Un concierto que trascendió el mero relleno de la plancha del BBK Live.
Actuaron en deceto, pero su núcleo son 4: Damon Albarn, Paul Simonon, Tony Allen y Simon Tong.
Ofrecieron un concierto conceptual, melancólico y muy británico sobre las consecuencias el Brexit.
Sus letras eran tan densas y extensas que a menudo se notó a Damon Albarn leyendo del suelo.
Sostenidos por una incisiva sección de ritmo, el rock de los suecos empujó mas que invitó al baile.
El saxofón los distinguía de la amorfa moda post punk incluso exhalando flashes free jazzdieron.
Desnudó su torso, plagado de tatuajes hasta la espalda, los brazos y el culo, que lo mostró.
De las 9 canciones,5 tenían coros ampulosos a lo Mumford And Sons, a veces muy forzados.
Había bastante humo. Del que salía del escenario al polvo que levantó el saltarín público.
Los cinco donostiarras se abrazaron como una piña amistosa al acabar el concierto.
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