Bilbao BBK Live 2023
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Bilbao BBK Live 2023
La suma sacerdotisa Florence + The MachineFlorence And The Machine (escrito Florence + The Machine) certificaron este jueves en el BBK Live su condición de cabezas de cartel por dos razones: el gentío bastante joven que alfombró el espacio delante del escenario principal, y la reacción de éste ante su ... propuesta, pues se avino a participar en el show y acabó bailando masivamente en la campa de piso irregular. La interactuación fue tal que en el bis halagó la lideresa Florence Welch: «Hermoso público. Ha sido de los mejores conciertos para nosotros. De los más divertidos. Nos habéis dado energía, vida, amor…».
Ella, Florence, vestida con un vestido vaporoso aparentemente de color turquesa, ejerció de suma sacerdotisa del amor para con el prójimo y en un par de ocasiones nos animó a abrazarse con los vecinos. Ella fue animosa y teatral sobre el escenario y también en las pantallas, porque el 99 % del tiempo salió ella chupando cámara, hasta las secuencias finales, entre estas su mano en primer plano mostrando un tatuaje con una pequeña cruz. Florence tiene tantas referencias religiosas en sus canciones ('Gran Dios', 'El cielo está aquí', 'Fábrica de oraciones'…) que parece americana, pero no, es inglesa, una londinense de 38 años que dispuso de una suerte de altar blanco en el centro del tablado, como si fueras cirios derretidos o algo similar.
También dijo en un par de ocasiones que la gira ya va siendo larga y que están muy cansados, pero que les dimos vida con la respuesta en su concierto. Sí, los chavales sabían muchas canciones y hacían lo que ella pidiera: saltar en la campa irregular, agacharse por el epílogo para volver a botar –aunque la masa no se acuclilló, sino que se inclinó sin más-, obedecerla cuando ordenó «quiero que todos cantéis conmigo» en la primera del bis ('Never let me go', apoteósica a lo Meat Loaf), y regocijarse cuando informó que una canción ('Choreomania') la compuso durante la pandemia: «bi-bi-kei, entonces no había festivales, ni gente en las salas de conciertos, ¡esto es una resurrección!».
Y la verdad es que ella tiene motivos para sentirse cansada, agotada: durante la hora y media de concierto no dejó de moverse descalza, y con su vestido al vuelo corría por el escenario dando brincos, giraba sobre sí misma, y volvía a saltar desaforada hasta el punto de que el espectador avezado intentara comprobar si había playback por eso de la respiración de la cantante. Y la muy valiente bajó al foso y se arrimó a sus fans, se dejó tocar por ellos, acariciar, abrazarla, y seguramente conociera cuando menos de vista a varios de los elegidos, pertenecientes a esa tropa de fans que la siguen de concierto en concierto internacional (hoy en Bilbao mañana en Suecia, por ejemplo) y que en Kobetamendi estuvieron ocupando, reservando, las primeras filas desde que se abrieron las puertas del festival y accedieron al recinto.
O sea ella, Florence, no paró de brincar y de correr, conectó de manera exitosa con la masa milenaria fascinada a sus pies, y musicalmente arbitró unas 19 piezas en 90 minutos redondos, incluyendo los que tardó en reaparecer para el bis, tantos que muchas hileras de espectadores ya habían abandonado el lugar. Y esa hora y media al completo ella, la suma sacerdotisa, ofició absolutamente estelar, sin apenas salir sus acompañantes en las pantallas (ni el 2 %, quizá ni el 1 %), colocándolos descaradamente atrás en el escenario (de hecho el altar pagano-amoroso ocupaba todo el centro) y al despedirse saludando rápidamente y sin juntarse abrazados todos los actuantes, unos siete (los abrazos para nosotros, no para ellos).
Pues eso, Florence mediante su música conectó como si fuera de Rammstein ('King', con palmas Radio Ga Ga), roqueó con vibrato vocal ('Ship to wreck'), de seguido se pasó al pop ('Free'), confiada y osada bajó al foso y cantó con la misma aparente soltura y efectividad ('Dream girl evil', 'Big God'), tras invitarnos a abrazarnos entre nosotros cantó country ('June'), apuntó a lo aparatoso cual musical ('Hunger'), vocalmente su estilo remitió a su favorita Stevie Nicks, de Fleetwood Mac (en la citada 'Choreomania' y alguna más), bailó rockabilly espacial ('Kiss with a fist'), se purificó salutífera ('Dod days are over'), abundó en el vibrato que seguramente haya influido a cantantes vizcaínas como Maren y Paula Mattheus, y coló piezas de coralidad folk-rock próxima a Mumford & Sons ('Cosmic love').
Un festín de Florencia para quien estuviera de su parte. Y los neutros deberían reconocer su capacidad vocal, su seguridad escénica y su capacidad para derramarse sobre la masa, para transformarse y poder pastorear a la multitud.
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