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RAFA GUTIÉRREZ

En la gloria con Patti

La cantante se metió al público del Azkena en el bolsillo de la levita con hitos como 'Gloria' o 'People Have The Power'

Domingo, 19 de junio 2022

En el cartel de esta edición del Azkena aparecen medio centenar de artistas y un mito. Patti Smith, claro. A Patti (uno puede referirse a ella solo por el nombre, como pasa con Lou, Janis, Jimi o Iggy, si es que aceptamos esto último ... como nombre) solemos resumirla como la 'madrina del punk' o alguna expresión similar, una adelantada que encapsuló en su álbum de debut -aquel 'Horses' que ya habría bastado para convertirla en leyenda- la rabia, la rebeldía y el empuje que poco después alimentarían la confrontación de Sex Pistols y compañía. Pero esa etiqueta rápida mutila y trivializa sin remedio a una artista que constituye en sí misma una obra de arte. Patti es una leyenda y cualquier cosa que haga nos llega cargada del peso de la historia.

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Por eso, en sus conciertos Patti puede hacer más o menos lo que le venga en gana, ya que el público se entusiasma de principio a fin, en los momentos más intensos y también en los más austeros y reposados. Ya su salida a escena tiene algo de acontecimiento, porque supone comprobar la consistencia real de una de las imágenes más emblemáticas de la música popular: por supuesto, Patti se presentó en Mendizabala vestida de Patti, con levita y chaleco negros y camiseta blanca, ese look de profesora extravagante que ha convertido en su imagen de marca. A su izquierda, su fiel escudero el guitarrista espigadísimo Lenny Kaye: cincuenta años llevan tocando juntos estos dos y siguen igual de amigos. Y también igual de delgados, que a lo mejor es aún más difícil. Y detrás, el otro veterano de la banda, el batería Jay Dee Dougherty, tocado con un curioso sombrero-pagoda. El grupo se completaba con el bajista y teclista Tony Shanahan y con el hijo de Patti, Jackson.

El primer tema, 'Redondo Beach', venía directo de aquel 'Horses'. Es una canción engañosamente animada que, en realidad, cuenta la muerte de una chica. Y ahí ya quedaron claras dos cosas, o más bien tres. La primera es que, más allá de rupturismos, Patti también es una intérprete que domina bárbaramente su instrumento: su voz suena potente, eterna, y la modula con control preciso, dejando que se rompa cuando es necesario. La segunda es que Patti canta como si recitase, sin piloto automático, pensando cada palabra, y eso carga de verdad sus versos. Y la tercera es que Patti también canta con las manos, como si hubiese inventado su propio lenguaje de signos: las extiende al frente, pone una de canto como marcando el camino, las sacude delante de su rostro... Hubo algún momento en el que las cámaras mostraron en la pantalla solo una mano de la artista, porque era el centro de la acción.

A Patti se la veía relajadísima y encantada, saludando una y otra vez con entusiasmo casi infantil: se asomaba a los lados del escenario para decir hola con la mano a más gente y parecía dispuesta a bajarse y abrazar uno por uno a los espectadores. Incluso dio las gracias al cielo por ahorrarnos la lluvia. En un escenario con las banderas de Ucrania y Etiopía, se las arregló para cantar muestras de todos sus álbumes de material propio excepto uno, barajando sus grandes clásicos con temas como 'Grateful' (con su aire de nana y el público balanceándose como si lo acunaran), una modélica 'Nine' (la canción que escribió para su amigo Johnny Depp, aunque ayer hizo un hábil regate y se la dedicó «al capitán Jack Sparrow») o una versión de quince minutos de 'Beneath The Southern Cross'. «Sentid vuestra puta libertad. Sois el futuro y el futuro es ahora», dijo al final, y se emocionó hasta las lágrimas mientras la multitud la aclamaba. A Patti, maestra de su propia ceremonia, hasta se le permite que recite el poema 'Footnote To Howl' de Allen Ginsberg, una letanía frenética a la que el público atendía como si fuese un 'listening' del cole particularmente difícil.

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En busca del clímax

Pero la gran baza de Patti son esos hitos que reparte hábilmente por el 'setlist'. En realidad, el primer arrebato contagioso de furia llegó con 'Wicked Messenger', un tema de Dylan en el que Patti se acercó al borde del escenario como poseída y desencadenó un brote de locura generalizada. Pero después fueron llegando joyas como 'Dancing Barefoot' (ahí bailoteaba y, si uno entrecerraba los ojos, veía a una Patti de 30 años), la dramática 'Pissing On A River' o los dos grandes crescendos de la noche. Porque Patti es una maestra del crescendo, en el que usa rítmicamente las palabras con versos cortos, entrecortados, a veces monosílabos, que se van acelerando en busca de un clímax de liberación física y mental. Primero vino 'Free Money', en la que se quitó la chaqueta y todo (luego se la volvería a poner, cuando arreció el relente vitoriano) y se quedó sin resuello para presentar la siguiente. Y casi al final llegó 'Gloria', un delirio: Patti deletreaba (G-L-O-R-I-A) y miles de personas respondían «Gloria» y se sentían ahí mismo, en la gloria.

No faltó ese ratito en el que Patti se retira a darse un respiro y la banda toca un par de versiones: ayer fueron el 'Helter Skelter' de los Beatles, para celebrar el 80 cumpleaños de Paul McCartney, y el 'I Wanna Be Your Dog' de los Stooges, una canción tan infalible en un festival de rock como una carretilla de golosinas en una escuela de primaria. Las elecciones dejaron bastante claro que al grupo de Patti le va la tralla. Y, evidentemente, no se olvidó de 'Because The Night' y, en el bis, 'People Have The Power', con Emmylou Harris como invitada en el escenario. El público del Azkena coreó en pleno ese himno que aspira precisamente a aunar multitudes en un sentimiento colectivo: lo decía Patti, así que no valía desmarcarse con cinismo de roquero encallecido.

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