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Chrissie Hynde siempre tuvo muy claro lo que quería ser en la vida, pero, sobre todo, Chrissie Hynde siempre tuvo todavía más claro lo que no quería ser. De ningún modo estaba dispuesta a acabar convirtiéndose en algo parecido a sus padres, una respetable pareja ... de estadounidenses conservadores que prohibían a su hija llevar pantalones vaqueros. Y, precisamente, la parte más apasionante de la biografía de la líder de Pretenders es el largo camino, repleto de giros y de encuentros venturosos, que siguió hasta alcanzar por fin aquel destino alternativo que ansiaba para ella: la condición de estrella del rock, que es el oficio improbable con el que soñaba desde la adolescencia y, a la vez, en su caso ha llegado a representar casi un rasgo de carácter. Da la impresión de que, si Hynde hubiese trabajado de camarera, o en un supermercado, o de profesora en un instituto, también parecería más roquera que nadie en muchos kilómetros a la redonda.
Hynde nació hace 71 años en Akron, Ohio, y ella misma cuenta que fue una niña tímida que sentía poca afinidad con su entorno. Ese distanciamiento no hizo más que acentuarse a medida que se apasionó por el rock and roll: «Nunca me interesó mucho el instituto. Nunca fui a un baile, nunca tuve una cita, nunca me eché un novio (...). Solía ir a Cleveland a ver conciertos, así que estaba enamorada gran parte del tiempo, pero solía ser de chicos de bandas a los que ni siquiera había conocido. Para mí, saber que Brian Jones andaba por ahí y, más tarde, que Iggy Pop andaba por ahí me ponía difícil interesarme por los chicos de alrededor», explicó en su momento a 'Rolling Stone'. En su libro de memorias, va todavía más allá: «No recuerdo haber tenido fantasías sexuales sobre enrollarme realmente con alguno de mis ídolos del rock. Quería ser ellos, no tirármelos», escribe. Y, para acercarse a ese objetivo, practicaba de manera obsesiva con la guitarra que había conseguido a los 14.
Tras estudiar tres años de Arte en la universidad de Kent State, la joven Chrissie decidió apostar a lo grande y, en 1973, se mudó a Londres. Sus peripecias en la capital británica -que alternó con estancias en París y algún retorno a EE UU- tienen cierto aire de cuento de hadas del rock and roll. Cruzó el Atlántico con un poco de ropa, doscientos dólares y los tres discos que consideraba esenciales para la vida: el 'White Light/White Heat' de The Velvet Underground y dos álbumes de Iggy Pop con los Stooges, 'Fun House' y 'Raw Power'. Cuando estalló el punk, aquella americana resuelta y mitómana estaba ya en pleno centro de la acción: era amiga de los Clash y los Sex Pistols (de hecho, estuvo a punto de casarse con John Lydon o con Sid Vicious para ahorrarse líos de visado), trabajó en la mítica tienda de Malcolm McLaren y Vivienne Westwood (Sex, el epicentro de aquella explosión), escribió en el 'New Musical Express' y compartió proyectos con futuros miembros de The Damned o Visage.
Casi casi lo había logrado, pero el paso final se le resistía: mientras sus amigos salían de gira y espantaban a los biempensantes británicos, ella seguía sin tener su anhelada banda. Un obstáculo se lo impedía: «Después de haber viajado un poco y haber escuchado a Bobby Womack y demás cosas que son un poco más refinadas, no puedes estar del todo de acuerdo con chavales que dicen que todo lo anterior al punk era una mierda. Básicamente, tenía dificultades para encontrar músicos con los que trabajar», explicó al 'Melody Maker'. La chica que adoraba a Brian Jones, la que había sido uno de los contados asistentes blancos a un concierto de Jackie Wilson, la que en Londres pilló el bus a Muswell Hill solo por ver el sitio donde habían crecido los hermanos Davies, de los Kinks, no podía asumir como propia la negación del pasado de la que -un poco falsamente- hacía ostentación el punk.
Lo consiguió por fin en 1979 y, en el último momento, bautizó al grupo como Pretenders, algo así como 'farsantes' o 'fingidores'. El cuarteto triunfó de inmediato, con unas canciones -'Kid', 'Brass In Pocket', 'Talk Of The Town', 'Message Of Love'...- que renegaban del nihilismo reinante y planteaban una 'nueva ola' de espíritu rockero pero con tirón inmediato para todos los públicos. Los Pretenders irrumpieron en las listas de medio mundo y la imagen de Hynde -flequillo, ojos enmarcados en negro, chupa de cuero, chaleco, vaqueros y una mueca desdeñosa que complementaba su inconfundible fraseo- se volvió icónica, en una época propensa a estéticas más extravagantes. Se convirtió en el arquetipo de la mujer roquera en mitad de un panorama abrumadoramente masculino y machista.
Los Pretenders superaron su propio drama -la muerte por sobredosis de su guitarrista en 1982, solo un par de días después de que hubiesen echado por sus adicciones al bajista, que también falleció al año siguiente- y, con sucesivos cambios de formación y algún paréntesis, han llegado hasta nuestros días: su duodécimo álbum de estudio está anunciado para septiembre. Un buen indicador de la popularidad duradera de nuestra protagonista es la asombrosa lista de artistas con los que ha colaborado, en la que aparecen Frank Sinatra, Cher, UB40, Ringo Starr, Bruce Willis, Morrissey, Nick Cave...
Por supuesto, en la lista de encuentros afortunados que caracterizó durante algunos años la vida de Chrissie Hynde nos hemos saltado un par de ellos bastante significativos: en 1980, durante una gira americana, conoció a Ray Davies, el líder de los Kinks, y ambos entablaron una relación amorosa de la que nació una hija, Natalie. La siguiente pareja de la artista fue Jim Kerr, el cantante de Simple Minds, con quien estuvo casada en la segunda mitad de los 80 y tuvo otra hija, Yasmin. El resto de su perfil público es bien conocido. Hynde simpatiza con el hinduismo visnuista, quizá como herencia del hippismo que dominó su juventud, lleva más de medio siglo sin comer carne (incluso regentó un restaurante vegano en Akron) y hace campaña incansable por los derechos de los animales: apoya a la organización PETA y, en su web, promociona la leche obtenida sin sufrimiento de las vacas. «Creo que se puede rastrear el origen de todos los males de la sociedad hasta la industria de la carne. Sacrifican a los animales en mataderos y a todo el mundo le parece perfectamente normal, pero no lo es, es totalmente jodido, es obsceno, inmoral, y debería ser ilegal», ha afirmado.
Hynde, al frente de su banda, será una de las figuras en un Azkena bien repleto de mujeres. Durante muchos años, le tocó ejercer de única representante femenina en muchos cónclaves roqueros. Pero, de manera un poco paradójica, la líder de Pretenders se vio cuestionada hace algunos años por su manera de entender el feminismo. En su libro de memorias, relata un episodio turbador: a los 21 años, en su Ohio natal y bastante drogada, se marchó con una banda de moteros a «una fiesta» que, en realidad, era una encerrona donde la obligaron a desnudarse y la violaron. «Asumo toda la responsabilidad. No puedes hacer el gilipollas con cierta gente, especialmente los que llevan chapas que dicen 'me gusta violar' y 'ponte de rodillas'», comentó, en unas declaraciones que cayeron como una bomba en las redes sociales por cargar la culpa sobre la víctima, es decir, sobre sus propios hombros.
Además, se ha mostrado muy crítica con algunos aspectos del 'Me Too' y con la hipersexualización de tantísimas artistas de pop, a las que ha llegado a referirse como «trabajadoras sexuales». Ella también tuvo siempre muy claro que no quería convertirse en ese tipo de cantante.
Este es uno de los muchos viajes posibles, en cinco escalas, por la discografía de Pretenders (o The Pretenders, que de las dos maneras lo han escrito).
Los primeros singles de Pretenders parecen llamados a demostrar que había vida después del punk y que también la hubo antes. Su primera referencia fue una versión del 'Stop Your Sobbing' de los Kinks y la segunda, este 'Kid' melódico y emocionante en el que brilla James Honeyman-Scott, el guitarrista que fallecería en 1982 con 25 años.
Gran parte de las influencias de Chrissie Hynde procedían de los 60, y su manera de canalizarlas hacía que canciones como 'Talk Of The Town' brillasen en el entorno sintético de los primeros 80. «Es difícil vivir según las reglas, / yo nunca pude y todavía no lo hago nunca», dice la letra.
Lo de 'Aprendiendo a gatear' iba por Natalie, la hija de Hynde y Ray Davies, pero también la vocalista había tenido que aprender a desenvolverse después de que su banda se hiciese pedazos. La emblemática 'Back On The Chain Gaing', editada como single en 1982 y recogida dos años después en el álbum, adquirió nuevo sentido tras la muerte de Honeyman-Scott: la habían ensayado con él y la grabaron un mes después de su fallecimiento.
A estas alturas, más que una banda propiamente dicha, los Pretenders podían ser cualquier grupo de músicos que acompañasen a Hynde en determinado momento. En la grabación de 'Get Close' participó una veintena de intérpretes, pero eso no impidió que este cuarto álbum se convirtiese en un éxito global impulsado por la animosa 'Don't Get Me Wrong'.
'Hate For Sale' es el undécimo álbum de Pretenders, el último por ahora, que supuso el retorno del batería original, Martin Chambers. Se abre con la canción homónima, una demostración de fuerza planteada como un homenaje a The Damned, aquellos colegas de la era punk en Londres.
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