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Hay mucha gente que, allá por finales del año pasado, en cuanto consiguió un calendario de 2023, lo primero que hizo fue marcar bien marcados los días 15, 16 y 17 de junio. Si era un buen calendario de pared, de esos con un hueco en cada fecha para apuntar los compromisos, a lo mejor incluso escribieron una A grande en el espacio del 15, una R en el 16 y una F en el 17. Porque, en fin, hay un montón de aficionados a la música para los que el Azkena Rock Festival representa la cumbre del año, algo así como un Everest en medio de todos esos conciertos más pequeños que mantienen viva la llama del rock and roll.
Pues bien, el 15, el 16 y el 17 ya están aquí y casi podemos oír las guitarras que se acercan. Se ha convertido ya en un pequeño tópico lo de que el festival, y esta edición número 21 en particular sirve como versión condensada de la historia del rock. Pero, desde luego, se trata de una idea bastante atinada: una persona que no hubiese tenido ningún contacto con este tipo de música podría utilizarlo como cursillo acelerado y, en esos tres días, habría adquirido un conocimiento bastante preciso de cómo suenan las distintas ramificaciones del género.
Hasta podemos jugar a hacer cadenetas con los cabezas de cartel. Está Iggy Pop, mito del rock más indómito, que a finales de los 60 fue varios pasos más allá que sus contemporáneos y, con su banda The Stooges, sentó las bases de lo que acabaría siendo el punk. Está Chrissie Hynde, que era fan fatal de los Stooges y vivió en Londres esa explosión punk de los 70 que tomaba a Iggy como modelo: fue amiga de los Pistols y los Clash y partió del inconformismo de la época para dar forma a un posible futuro bautizado como 'nueva ola'. Y están Rancid, que en los 90 tomaron el testigo de aquellas bandas británicas (muy especialmente, el de The Clash) y convirtieron el punk en el estilo de moda, desde California para el mundo entero.
En el cartel de este año tenemos bandas de una antigüedad venerable (por ejemplo, los brasileños Os Mutantes, fundados en 1966) y otras que todavía no han editado su álbum de debut (como S8nt Elektric: para abreviar, el grupo del hijo de Slash), hay leyendas de la música americana con raíces (Lucinda Williams es el caso más obvio) y también artistas que han alcanzado una dimensión mítica por su empeño en demoler todo lo que suene a convención (Lydia Lunch con su proyecto Retrovirus), podremos pasar de momentos de hermoso recogimiento (como el concierto acústico de Steve Earle) a desparrames surrealistas de 'shock rock' (ojo al circo monstruoso y chorreante de Gwar), corearemos canciones de efecto inmediato (con El Drogas, con The Undertones, con Cherie Currie, con tantos otros) y nos dejaremos llevar por largos desarrollos instrumentales (ahí están Earthless, tan dados a improvisar hacia lugares desconocidos), habrá espacio para la sutileza y el virtuosismo instrumental (se espera con ilusión el concierto de Ana Popovic) y también para el rock primordial, cabezón y salvaje que rezuma sudor (desde Jim Jones hasta la práctica totalidad de la programación del escenario Trashville). Lo dicho, un poco de todo o de casi todo: rock duro, punk, country, blues, psicodelia, 'stoner', rockabilly, rock alternativo noventero, surf...
A todo ello se suman, cómo no, los conciertos del viernes y el sábado en la plaza de la Virgen Blanca, con The Fuzillis y Chuck Prophet, que tenía pendiente la visita al ARF desde su cancelación de la edición anterior. Esas concentraciones matutinas de festivaleros en el centro de la ciudad sirven para ratificar, año tras año, que Vitoria se ha convertido en la capital de un cierto modo de entender el rock y que los fieles de otros lugares que vienen cada año al Azkena (fieles por su lealtad, pero quizá también en el sentido religioso de la palabra) han acabado sintiéndose un poco de Vitoria.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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