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Leire Fernández
Lunes, 2 de diciembre 2024, 22:41
Si para cualquier familia aprender a gestionar las emociones de los más pequeños puede ser una tarea complicada, cuando alguno de ellos tiene una discapacidad intelectual el tema se complica.
«Todas las personas somos diferentes y experimentamos nuestra vida emocional de forma muy distinta, tengamos o no discapacidad intelectual. Si es verdad que los niños con discapacidad intelectual pueden tener algunas dificultades inherentes a su discapacidad», explica Emma Ballús Pérez, responsable de Orientación Infanto-juvenil de Gorabide. «Algunos niños pueden tener, por ejemplo, dificultades para el control de las emociones, la expresión, a veces pueden tener descontrol de impulsos, algunos no tienen lenguaje, con lo cual las dificultades que tienen para poder expresar cómo se encuentran son mayores».
Otra de las dificultades con las que pueden encontrarse es con la baja tolerancia a cualquier cambio o con la empatía y todas estas características «les dificultan la inclusión social, con lo cual el bienestar emocional también es otro».
Según Ballús, «la cognición y la emoción van de la mano». «Al final la cognición, nuestro lenguaje, nuestro pensamiento, nuestra atención, nos permite intervenir e interpretar la realidad; y la emoción es cómo vivo yo esa realidad», detalla. «Cuando una emoción nos desborda, pues nuestra cognición, digamos, que se nubla. Y eso nos pasa a todos, porque al final tiene una base anatómica, nuestra amígdala cerebral crece e impide el funcionamiento de los glóbulos frontales que al final nos ayudan a gestionar nuestro comportamiento».
Esto hace que «la educación en inteligencia emocional para el desarrollo de niños con discapacidad intelectual sea muy importante dado que el bienestar emocional es la clave de nuestra calidad de vida, de cualquier persona».
Sin embargo, aunque algunos menores con discapacidad intelectual puedan presentar problemas de empatía puede darse también el caso contrario, que la tengan en exceso, «pueden tener una hipersensibilidad, y eso también genera dificultad. Problemas de comprensión ante determinadas situaciones sociales por ejemplo».
Tal y como destaca la experta «independientemente de las necesidades de apoyo que tengan los niños, al final la educación emocional es fundamental». Algo que debe comenzar en casa. «Yo creo que ahí los progenitores son la principal fuente de apoyo en el desarrollo emocional de sus hijos y de sus hijas. Es importante implicarles en esa educación emocional y los profesionales darles ese apoyo, ese acompañamiento».
En cuanto a qué podemos hacer, Ballús lo tiene claro. «Lo primero es hablar de las emociones con naturalidad. Es decir, generar momentos en la familia en los que se pueda hablar de emociones. Porque entonces les estoy enseñando a identificarlas, a conocerlas, les estoy enseñando vocabulario emocional. A poner palabras a lo que están sintiendo. Hay que empezar por ahí». Y después, por supuesto, preguntarles cómo se sienten. «Pero con una escucha activa. Porque cuántas veces oímos a muchos padres que dicen, por ejemplo, 'venga, no llores', o 'eso es una tontería', o 'venga, ya se te pasará', o 'no te preocupes, son cosas de niños'. Parece estamos ahí 'prohibiendo' esos sentimientos emocionales».
«Hay que aceptar tanto los positivos, como los que no son positivos, porque al final son necesarios también para nuestro desarrollo. Sentir miedo, angustia, enfado, eso también es necesario para mí, lo tengo que saber gestionar, ¿no?», cuestiona la orientadora de Gorabide «Lo que pasa que sí, es verdad, que a lo mejor ahí es donde tienen que entrar los aitas. A lo mejor tengo que enseñar a expresarlos de una forma correcta. Porque al final la conducta de nuestros hijos, con y sin discapacidad, muchas veces es un reflejo de cómo se encuentran».
Aquí entrará en juego nuestra capacidad para enseñarles que aunque nos encontremos mal no tiene por qué derivar en un «comportamiento desajustado». «Para eso los padres es verdad que se tienen que observar también cómo reaccionan ellos, porque al final los padres modelan el aprendizaje emocional de sus hijos e hijas. Y yo siempre digo lo mismo, el control emocional también se aprende observando a cómo otros lo controlan. Entonces, si yo reacciono dando un golpe en la mesa cuando estoy enfadada, mi hijo está aprendiendo esa gestión del enfado», especifica Ballús.
Otro tema que destaca la experta es que la familia debe ser un entorno facilitador, tanto para poder expresarse como gestional. «Hay ambientes sobreprotectores en los que buscamos que el niño no sufra y eso no ayuda. Si se le ha roto un cuaderno y a todo correr le voy a comprar otro para que no sufra... Luego escuchamos que tiene baja tolerancia a la frustración, sí, sí, pero también tengo que enseñarle a que vaya tolerando poquito a poco», asevera Ballús. Y por contra los entornos sobre exigentes también dificultan la educación emocional. «La familia es un entorno muy importante. Y yo creo que hay que intentar fomentar un poquito la autonomía de los niños, las responsabilidades de sus actos», dice. «Es importante enseñarles a ver cómo están los demás también, ¿qué efectos tiene tu conducta en los demás? Todo eso, les tenemos un poquito que ir ayudando».
En este sentido Emma Ballús incide en la importancia de la interacción social «porque es un medio de aprendizaje». «Si yo me relaciono con los demás y mis padres me dan apoyo y me enseñan a cómo relacionarme eficazmente, pues fíjate que bien, ¿no? Y reforzarles mucho los avances y recordarles mucho que les queremos».
Y una dificultad añadida que pueden tener las familias con miembros con discapacidad es que los apoyos serán de por vida. «Depende de las necesidades que pueda tener la persona con discapacidad intelectual algunos apoyos van a ser de por vida, y eso es así. Pero otras veces, en otras situaciones, van mejorando también. Y ellos van aprendiendo a gestionar sus emociones. Hay un aprendizaje en todo esto y si las cosas se van trabajando van evolucionando».
Las rabietas son habituales en casi todos los niños, pero en aquellos que tienen discapacidad la duda sobre cómo gestionarlas es habitual. Emma Ballús afirma que hacerlo de una manera u otra depende del niño. «Hay niños que igual, ignorando un poquito su conducta, se van reconduciendo. Otros que necesitan un abrazo de contención durante un rato». Y recalca la importancia de aprender estrategias. «Tenemos que enseñarles a relajarse ante momentos complicados. Ir trabajando un poco de forma más proactiva, dándoles otras herramientas para que cuando aparezca ese momento de frustración tengan más facilidades para poderlo gestionar».
Y ser conscientes de que aunque esto es lo ideal a veces los padres también nos sentimos desbordados. «Somos humanos y reaccionan como pueden, así que es importante también acompañar a las familias», reconoce. Este acompañamiento se ofrece en entidades como Gorabide tanto en el área Infanto-juvenil como en el área de Participación Asociativa donde se da apoyo a las familias y que puede ir desde grupos de ayuda mutua como talleres formativos, encuentros, actividades lúdica para hacer en familia...
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