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¿Educar sin estrés? Pues si ya parecía difícil antes, qué se puede pensar ahora -y esto vale tanto para el ámbito familiar como para el escolar-. Fernando Alberca, que tiene varias décadas de experiencia a la espalda y ahora es profesor de 2º y 4º de ESO y orientador de un centro escolar en Córdoba y profesor del Máster en Neuropedagogía, creatividad y gestión de la capacidad y el talento de aquella Universidad (entre otras ocupaciones), ha decidido titular de esa manera su último libro. O casi. 'Educa sin estrés', publicado por Editorial Toromítico, propone algunos pasos para lograrlo, con capítulos que recurren a los esquemas para que quede más clarito. Para empezar, cinco pautas.
1.
Hay que aprender a gestionar mejor las emociones del miedo y la tristeza, sobre todo el miedo a qué pasará, y la falta de control, aceptar la vulnerabilidad del ser humano, y redescubrir la necesidad de apoyarnos en los demás: nadie es insignificante ni está aislado si no quiere. Y, claro, las emociones de los padres también son fundamentales, no lo hacemos tan mal como creemos. «Si parcelamos demasiado la tarea como padres, nos da que lo hacemos mal. Pero no es verdad. En lo global, veremos que no es así. Mucho cariño, mucha exigencia y mucha amabilidad, y menos sobreprotección... y acertar una vez a la semana, no hace falta más. Yo una vez me puse a pensar cuántas ocasiones de educar por semana tenía con mis hijos, y calculé casi doscientas. Bastaba acertar con una, que se graba mucho más el acierto que el fallo en la cabeza del niño. Los niños nos quieren mucho más de lo que transmiten y nos necesitan mucho más de lo que dicen», indica Alberca.
2.
Debemos aprender a comunicarse verbalmente. Porque no se interpretará la comunicación no-verbal con las mascarillas. «Es más importante de lo que parece. No se discute su uso, solo hay que saber que puede tener consecuencias graves porque se les priva a los niños del gesto, de la expresión, de lo no verbal, y eso cada vez ha adquirido más peso en nuestra comunicación. El niño se expresará menos, será más introvertido, no interpretará bien porque en cualquier mensaje la mayor parte nos llega a través de los 43 músculos de la cara y especialmente de los que están alrededor de la boca. Los adultos, con más experiencia, interpretamos mejor los ojos, pero no los menores, así que no van a entender como antes y habrá tendencia al aislamiento, el miedo y la tristeza. Es un gran reto. Tenemos que asegurar que la expresión verbal del profesor ha de ser mayor, más afectiva y yendo más a lo esencial. Hay que enseñar a los niños a expresarse más con las palabras y tenemos que ser más afectivos para recoger todo eso que sienten los alumnos», apunta el experto. Resumiendo, no solo hacen falta mascarilla, gel y distancia, sino «cambios más profundos en la escuela, en la comunicación» (esto sirve para casa también).
3.
Aprender a no estresarle o reaccionar cuando sienta los primeros síntomas del estrés. Enseñarles a descansar, a reflexionar, el valor del silencio, la belleza y lo que se tiene. Centrarse solo en lo que debe hacerse y se está haciendo. Miedo, falta de control -no hay que controlarlo todo para estar seguros, eso no es posible-, rabia, tristeza, no pertenencia... Los humanos somos emoción y todas, si se conocen y se sabe qué hacer con ellas, son buenas. «Hay que enseñarles que la felicidad es compatible con el miedo al virus. El abanico de emociones es amplísimo y hoy, con el virus, es más importante que nunca gestionar la tristeza y el miedo. El miedo es saludable porque lleva a la prudencia, lo malo es que llegue al bloqueo. El profesor ha de desarrollar mucha empatía y generar mucha seguridad y confianza en las capacidades y libertades de los alumnos. En realidad es la esencia de la educación: aprender a gestionar todo eso, y no lo de las evaluaciones. Esta es una oportunidad de enseñarles a no estresarse, además. Que si la mascarilla, que si lo online, que si el final de curso... Los niños no deben pensar en eso sino en el día a día, en estos días, y no deben pensar en aprovechar el tiempo, sino en hacer las tareas del momento y luego descansar. No son ejecutivos. A estresarse y a descansar también se aprende y se enseña», asegura.
4.
Se ha de revisar por qué se ha de hacer algo; ir a lo esencial; revisar creencias, principios y trascendencia de lo que hace cada día. Y algo importante: «El ejemplo está sobrevalorado». Tal cual. «Se puede educar en lo que uno no hace, no hay que ser ejemplares. Si no, cada generación sería peor porque habría muchas cosas que nunca aprenderíamos solo por lo que nuestros padres hacen o por lo que hacen bien. Yo no me manejo en el ordenador como mis hijos, pero sí les he enseñado a intentar hacerlo y ellos lo hacen mejor -argumenta- . Podemos transmitir cosas que no hacemos pero que intentamos y así ellos ven que es importante. Al niño además le conviene mucho ganar a sus padres, pero no por la satisfacción de hacerlo, sino porque sabe que a su padre y a su madre les satisface que lo haga. Y lo importante no es lo que hacemos, lo ideales que somos como padres, o lo que decimos pero luego no hacemos -como cuando insistimos en que el móvil no hay que cogerlo todo el tiempo pero es como nos ven-, sino cómo reaccionamos ante acontecimientos de forma involuntaria. Lo que nos enfada, lo que nos saca de nuestras casillas, reacciones ante la frustración, lo que nos alegra... Eso es lo que va a quedar mejor grabado, todo son reacciones aprendidas».
5.
Tenemos que ser muy positivos en nuestro hablar y sonreír mucho, la vida vale la pena y la felicidad se puede lograr en toda circunstancia, también en esta. La vida fluye, y lo importante no es qué sucede, sino cuál es nuestra actitud cuando sucede.
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