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El pequeño Javier, hace algunos meses, disfrutando junto a su madre y su perro. L.O.
Leire Olaberria, exciclista olímpica: «No paro de aprender viendo el mundo a través de sus ojos»
¿De tal palo, tal astilla?

Leire Olaberria, exciclista olímpica: «No paro de aprender viendo el mundo a través de sus ojos»

Las trabas para conciliar obligaron a la medallista de bronce en los Juegos de Pekín a retirarse antes de tiempo, «pero tener a Javier ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida»

Jueves, 16 de abril 2020, 00:48

En plena naturaleza, así es como está soportando el confinamiento por el coronavirus Leire Olaberria, ciclista que logró colgarse la medalla de bronce en los Juegos de Pekín en 2008, entre otros muchos logros internacionales. Vive en un caserío compartido con su hermana en Ikaztegieta, la localidad guipuzcoana donde nació, por donde ahora corretea el pequeño Javier, su hijo, un explorador lleno de energía que cumplió el pasado mes de diciembre tres añitos. «Es sorprendente cómo lo llevan los niños. Tienen una capacidad de adaptación terrible. No ha preguntado el motivo por el que no va al cole. Aquí tiene a sus primos así que para él esto son como unas vacaciones que por el momento no están acabando».

Su llegada al mundo y a la familia fue muy deseada. Vino después de que Leire sufriera un aborto. «Afortunadamente cuando nos planteamos ser padres vino enseguida. Siempre digo que ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida». Y eso que terminó poniéndole en una encrucijada, renunciando a su carrera deportiva antes de tiempo, cuando en su regreso a las pistas había logrado un sensacional rendimiento. Todo fue por las trabas con las que se topó cuando pidió facilidades para conciliar, llegando a solicitar amparo al Consejo Superior de Deportes, por un trato discriminatorio. «Es la asignatura pendiente en la alta competición. Siendo mujer y estando en la pelea decidir el momento de ser madre es el eterno dilema».

En su caso, comprobó que después de dar a luz había multiplicado todas sus habilidades. «Me dio un nivel de presencia en la pista increíble, y una capacidad de organización que jamás me hubiera imaginado. Estoy disfrutando mucho de la maternidad porque deportivamente los sueños que quise ya los había podido lograr, pero hubiera sido bonito seguir». La fuerza, la motivación y los buenos resultados le acompañaban, pero dudosos y reprochables criterios la apartaron de su camino. A día de hoy si alguien le pone en la hipotética tesitura de elegir entre el bronce en Pekín y su hijo, lo tiene bien claro. «Sin dudarlo le entrego la medalla».

Y es que para ella esta nueva aventura que arrancó hace más de tres años en la Policlínica Gipuzkoa considera que le ha cambiado por dentro. «Entré al paritorio siendo una persona y desde que salí pienso diferente. Antes de ser madre hay cosas por las que nunca te hubieras imaginado que ibas a sufrir», declara, justo después de recordar cómo fue el parto. «El momento de la expulsión fue rapidísimo. Para cuando me di cuenta ya lo tenía en mis brazos y eso fue inolvidable. Hasta que no lo vives no eres capaz de entender la potencia que tiene».

Ni hablar de una bici

La misma energía que le transmitió Javier cuando se acurrucó por primera vez en su regazo es la que desprende el pequeño cada día. Él se entretiene como todos, pintando, con el balón, con los coches, correteando por el jardín..., pero sobre todo jugando con los dinosaurios. «Está en una fase en la que le flipan. Tenemos toda la casa llena. También pasa mucho tiempo haciendo puzzles y rompecabezas. Cuando dan las ocho de la tarde estamos ya reventados los dos de tanta actividad».

Entre medias, recargar bien las pilas. «Ha recuperado las siestas, que suelen ser mínimo de tres horas. Y por las noches es de dormir doce». El resto del día, da rienda suelta al empuje que lleva dentro. «Hay ratos que está muy tranquilo, a su aire, pero otros en los que dices ¡madre mía! Es de saltar mucho y no tiene ningún miedo. Yo sueldo andar con el corazón en la boca en muchos momentos y aburrir no me aburro nada, no hay opción», bromea Olaberria, quien define a su hijo como un niño «muy cariñoso», que la busca en todo momento. «Si cuento al cabo del día las veces que dice la palabra 'mami' puede salir como un millón». Algo muy común, como también el hecho de que le cueste todavía compartir. «Está todo el día diciendo 'esto es mío'. Es de los que les gusta mandar y que los de su alrededor hagan lo que él quiere, y claro cuando se encuentro otro niño como él suele tener disputas. Pese a todo esta fase de los tres años a mí para mí es la más bonita. A veces piensas que le estás enseñando cosas tú a él pero me doy cuenta de que no paro de aprender viendo el mundo a través de sus ojos».

Lo curioso es que, siendo quién es su madre, Javier no quiera ni en pintura una bicicleta. Solo acepta subir en una de paseo en la que Leire le suele llevar al colegio. «Yo volví a competir cuando él tenía cuatro meses, estuve así hasta que cumplió los quince. Me cuesta trabajo entender que haya podido asociar siendo tan bebé el verme con la ropa de la bici y el hecho de que me iba a ir. Me parece que son edades en las que no se debería de dar cuenta de esas cosas pero la verdad es que no le gustan nada», comenta, tratando de buscarle alguna explicación. «Espero que algún día sea capaz de darle la vuelta».

Con lo que sí disfruta es viajando. En sus primeros meses de vida acompañó a su madre en numerosas competiciones, y a eso parece que sí se acostumbró. «Suele estar muy tranquilo y la verdad es que le encanta, sea en coche, en avión...». También le chifla ir a la playa, y es al primer sitio al que acudirán juntos cuando la pandemia del Covid-19 lo permita, además de ir a visitar a la abuela. «Ha estado enferma y aislada en el hospital y estuvimos varios días asustados, pero ya está todo bien. Estamos viviendo una situación de película y si esto acaba sin perder a nadie de la familia y amigos creo que seremos realmente afortunados».

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