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CARLOS BENITO
Lunes, 17 de febrero 2020, 22:49
Los cinco aviones franquistas, con el morro y las puntas de las alas de color negro, acaban de descargar sus bombas sobre una zona rural. Una de ellas ha impactado de lleno contra un autocar (probablemente, repleto de niños evacuados) que ha volcado sobre la carretera. Otro de los explosivos ha alcanzado una casa, y a través de un muro transparente se nos permite contemplar lo que ocurre en su interior: hay una madre cocinando, como congelada en sus quehaceres previos al ataque, mientras su hijo moribundo o quizá ya fallecido yace en el suelo. Desde una colina cercana, un cañón antiaéreo ha logrado derribar dos de las aeronaves, que se precipitan en picado envueltas en llamas, mientras un par de aviones Policarpov republicanos -con las puntas de las alas de color rojo- persiguen y ametrallan a los otros tres aparatos franquistas.
Todo eso, una secuencia completa de violencia, horror y destrucción, sucede en un solo dibujo realizado por un chaval de 10 años, Justo Pascual. El pequeño fue uno de los 200.000 niños españoles desplazados por la Guerra Civil y quedó acogido en la Guardería Infantil de Lobosillo (Murcia), una de las numerosas colonias que se establecieron en la costa mediterránea, en Francia y en otros países extranjeros para albergar y cuidar a los pequeños refugiados. El dibujo de Justo ha acabado en la Universidad de California y es uno de los que ha recopilado y analizado el profesor José Antonio Gallardo Cruz en sus dos volúmenes dedicados a las creaciones pictóricas de aquellos niños: primero fue 'El dibujo infantil de la evacuación durante la Guerra Civil española', dedicado a las representaciones del éxodo forzoso, y ahora acaba de publicarse 'La infancia en la Guerra Civil española: cines y teatros dibujados por niños', más centrado en las ilustraciones donde los críos reflejaban actividades lúdicas de su pasado, su presente y su incierto futuro. Ambos han sido publicados por la Universidad de Málaga.
«Son testimonios personales que encierran datos autobiográficos y, en algunos casos, dejan al descubierto el estado psicológico de los niños -argumenta Gallardo-. Un dibujo infantil es único y universal, pues no existen dos dibujos iguales cuando los niños reflejan en el papel un mismo hecho bélico. Cada uno de ellos muestra la personalidad del dibujante. Incluso muestra al observador del dibujo la opinión y la interpretación infantil de una guerra entre hermanos». El profesor ha dedicado muchas horas a estudiar en profundidad los dibujos, hasta el punto de identificar los modelos de tranvía que aparecen en las distintas escenas, localizar con exactitud los escenarios, poner título a la película anunciada en el cartel de un cine o incluso estimar en decibelios el estruendo de cada escena. «A veces, la reprodución del material bélico en los dibujos es tan exacta que llegan a considerarse reporteros de guerra», elogia. Pero, a la vez, en todos los trabajos, incluso en los más optimistas, subyace la tragedia íntima del desarraigo: «Cada dibujo deja entrever la existencia de un drama familiar, porque gran parte se hicieron cuando los niños fueron evacuados de sus hogares con destino a colonias republicanas».
Los libros de Gallardo muestran solo dibujos de los niños de la España republicana, pero no era ese su propósito original. El motivo es que no existe ninguna colección de piezas creadas por menores de la zona controlada por los golpistas: ni se registró ninguna iniciativa oficial en ese sentido, ni la situación de la población civil era la misma, ya que fue en la zona republicana donde se experimentó la pérdida sistemática de territorio y las penalidades de la evacuación. Las colonias infantiles a las que llegaban los menores solían alentar a sus huéspedes a plasmar sobre el papel sus recuerdos. La finalidad era triple. En primer lugar, estaba la intención terapéutica: Gallardo explica que fue la primera vez en la historia que se empleó el arte como 'tratamiento' para niños traumatizados. El segundo objetivo era propagandístico, ya que aquellas estampas a la vez inocentes y terribles servían para recabar la atención y la compasión de los ciudadanos de otros países. Y, para terminar, los dibujos poseían también un valor económico, ya que muchos se vendieron para recaudar fondos destinados a la República.
Se organizaron, de hecho, exposiciones en ciudades como Madrid y Barcelona y también en el extranjero. «Muchos dibujos fueron a Estados Unidos porque el artista J.A. Weissberger propuso al Ministerio de Instrucción Pública que los niños de las colonias dibujaran escenas de guerra. Con más de un millar de dibujos regresó a Nueva York y decidió hacer una exposición en 1937 en Lord & Taylor, que actualmente está situado en la Quinta Avenida. Se vendieron muchos dibujos y un catálogo de la exposición, que costaba un dólar, y el dinero se donó a la República para el bienestar de los niños de las colonias», detalla Gallardo. Los casi doscientos dibujos que se reproducen en los libros proceden de los fondos de la Universidad de Columbia, la Universidad de California, la Biblioteca Nacional de España, la fundación canadiense Alexander McLeod, los archivos de Vic y Xàtiva y colecciones como la del librero leridano Ramón Soley Ceto, una figura crucial en este campo.
Dicen los estudiosos que la contienda del 36, con sus ataques directos a la población civil, fue la primera guerra moderna dibujada por los niños, ya que las anteriores transcurrían en frentes alejados de los núcleos de población y de las miradas infantiles. En el conflicto español, en cambio, muchos niños se dibujaron a sí mismos como protagonistas de las escenas que habían vivido: los bombardeos, el abandono de sus pueblos, las horas de espera en los andenes, las travesías en barco que los alejaban de su pequeño mundo... «Muchos niños no pudieron expresar con palabras sus experiencias bélicas, pero las manifestaron a través de sus dibujos -resume José Antonio Gallardo Cruz-. Fueron niños sin infancia y no tuvieron culpa de nada».
Antoni Ferré, un niño de 11 años de Barcelona, tituló su dibujo 'Lo que yo he visto de la guerra'. Representa una ciudad bombardeada, con las fachadas derruidas (posiblemente, se trata de Barcelona), y a una familia que aguarda su evacuación a una zona más segura. No ha quedado constancia de la colonia infantil en la que Antoni hizo su dibujo.
Este es el dibujo de Justo Pascual, de 10 años, al que alude el comienzo del reportaje. Lo hizo en la Guardería Infantil de Guerra de los trabajadores de la enseñanza de UGT de Lobosillo (Murcia). En el cielo aparecen los cinco aviones franquistas que han bombardeado la zona (dos de ellos, alcanzados por una batería antiaérea) y los dos aparatos republicanos que los ametrallan. Justo utilizó el recurso de la transparencia para mostrar lo que ocurría dentro de la casa, con la madre cocinando y el niño herido o muerto. Uno de los vehículos que circulan por la carretera, un autocar, ha sido alcanzado por una bomba y aparece volcado.
«En este dibujo se ve la evacuación que hicimos en Gijón para venir a Francia», escribió la niña santanderina Rosita Corral, de 12 años, en este dibujo que hizo en la colonia infantil de Baiona. Llaman la atención los equipajes de los desplazados, con los nombres escritos en la maleta. «Son indicios de que el abandono de sus hogares será duradero», apunta Gallardo Cruz.
En este dibujo, realizado también en la colonia de Baiona, José Antonio Sánchez, de 11 años, se representó con pantalón corto amarillo junto a su familia. «Este dibujo que yo presento da a entender la evacuación de Bilbao, yo estoy esperando al tren en la estación de Sopuerta», escribió a modo de comentario.
Aplicando un recurso muy utilizado en estos dibujos, Rafael Ramón dibuja juntas dos escenas separadas en el tiempo. Por un lado, el bombardeo de Lleida, con el combate entre las dos aviaciones, las personas aterrorizadas que escapan de la masía y otras que se ocultan bajo los árboles. Pero su dibujo, realizado en la colonia de la calle Cuarte de Valencia, muestra también a los camilleros recogiendo a un herido. «El niño es tan detallista que llegó a dibujar el sonido de la sirena o de la campanilla instalada en la ambulancia», destaca Gallardo Cruz.
Otra representación del bombardeo de Lleida, obra del niño Gonzalo Fernández, que empleó un plumín con tinta azulada, un lápiz de grafito y seis colores. De nuevo, contemplamos a la vez el bombardeo de un colegio y un cine y la intervención de los servicios sanitarios. «Cincuenta niños muertos en una escuela de Lérida. ¡Brutos! ¡Cobardes! ¡Asesinos!», escribió Gonzalo, no sabemos en qué colonia infantil. Se trata, según todos los indicios, del bombardeo del 2 de noviembre de 1937, que destruyó parte del Liceo Escolar. El profesor destaca la «precisión» con la que el niño reprodujo los trimotores italianos Savoia Marchetti SM-79, a los que incorporó la cruz gamada.
Joaquina Huguet, de 14 años, dibujó así el momento de abandonar su pueblo, Ballobar, en Huesca. «Cogimos lo que pudimos recoger de nuestras casas y, cuando íbamos por el camino, se presentó la aviación fascista y tuvimos la desgracia que nos cayó una bomba en el carro y nos lo destrozó todo, y nosotros gracias a refugiarnos en las cantarillas nos salvamos la vida» (se refería a las bocas de alcantarilla en forma de arco que a menudo servían de refugio improvisado ante los ataques).
«Este dibujo lo he hecho para representar una fiesta que se verificó en esta colonia para recaudar fondos para los niños», escribió Ángeles Arnaiz, una muchacha de Irún de 14 años refugiada en Baiona. Sobre un escenario envuelto en la bandera republicana, una niña baila y toca la pandereta.
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