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Adriana Carrillo
Jueves, 12 de octubre 2023, 18:54
Son las 20.30 y el supermercado del barrio está a punto de bajar la persiana. A última hora numerosos clientes se agolpan en la fila, hay caras largas y hartazgo por un niño (el tuyo) en pleno berrinche porque no le has comprado galletas de ositos. ¿Qué haces? ¿Le ignoras mientras sientes las miradas fulminantes de los demás porque no sabes controlar a tu pequeño? ¿Le haces saber al crío que su comportamiento es vergonzoso? ¿Le sacas del súper de un brazo y le echas una buena bronca?
Si tu respuesta ha sido ‘todas las anteriores’ es porque te has sentido culpable (ante las miradas y los posibles comentarios); has tenido una reacción de venganza (al recriminarle al peque por su comportamiento) y, finalmente, has tenido una reacción agresiva a su estrés y al tuyo (le has dado una buena reprimenda en la que no han faltado los gritos).
Sin embargo, ninguna de estas reacciones ha ayudado a tu hijo a encontrar el equilibrio y salir del bucle de la pataleta, ni tampoco te ha ayudado a disminuir tu estrés. Y esto se debe a que «regañar no funciona», como asegura la docente y escritora sobre crianza positiva Nicola Schmidt, que propone en su libro ‘Educar sin regañar’ (Ed. Diana) una serie de pautas para educar con empatía, calma y bondad. Parece una utopía pero pasar 21 días sin broncas es posible. Sigue leyendo...
Un gesto tan sencillo como planificar la compra o entender que el crío está cansado como para ir a un súper y no echarle la bronca habría evitado un conflicto. Y es que «sabemos, a través de estudios científicos, que los hijos de padres que reaccionan con más sensatez montan pataletas con menos frecuencia», argumenta Schmidt.
Una de las premisas de esta activista de la crianza positiva es que «con reglas claras no hacen falta castigos«. Una educación con presión, castigos y control crea adultos desbordados con las situaciones que deben sortear en sus trabajos, con sus parejas o amistades. «No gritarle a un niño puede cambiar el mundo», continúa, porque un ser humano flexible, que es capaz de asumir desafíos y trabajar en equipo, solidario y respetuoso es producto de una educación basada en el respeto, la escucha activa, el juego y la espontaneidad.
«Podemos incluir a los niños en todas las decisiones que tomamos», afirma Schmidt. Eso sí, aclara que todo lo que tenga que ver con la seguridad y la salud (incluyendo los alimentos) es competencia absoluta de los padres. E insiste en que éstos deben ponerse a la altura de sus hijos -literalmente- mirándoles a los ojos para comunicarles las normas y, cuando se les llama la atención por algo, evitar humillarle y hacerle sentir culpable.
Schmidt propone a padres y madres dejar que los hijos también tomen las riendas y darles tiempo para que las hagan. Esto no significa que no haya reglas o directrices sino abordar las tareas diarias, como cepillarse los dientes, vestirse por la mañana o acostarse, con un poco de fantasía e imaginación para que los niños cooperen más.
Respira Cuando empieces a enfadarte, respira profundamente y piensa lo que vas a decir a tu hijo
Ponte a su altura Explica las normas mirándole a los ojos
Juega Haz que las rutinas sean menos aburridas con canciones, juegos e imaginación
Implica a tus hijos Haz partícipes a tus hijos de las decisiones explicándoles los planes con paciencia y amor
Dales tiempo Cuando tengan iniciativa déjales que lo hagan: abrocharse solos el cinturón, cepillarte los dientes o ponerte ropa porque así tú podrás hacer lo mismo por ellos
En la misma línea aconseja que alguna vez los niños decidan cómo pasar el día y que lo panifiquen buscando en Internet información sobre algún sitio al que quieren ir y cómo hacerlo, o comprando todo lo necesario y disponiendo el espacio para una noche de cine en casa. Eso sí evitando frases como ‘¡Ahora te das cuenta del esfuerzo que supone organizar actividades’. «De este modo nuestros hijos aprenden que la libertad (decidir acerca de ella) también conlleva responsabilidad (organizarlo todo)», explica.
Por último, recomienda afinar el lenguaje y bajar el volumen para que la transmisión de las normas sea más efectiva. Un ‘¡eres una vaga!’ cambiarlo por ‘me gustaría tener el salón ordenado, así que por favor llévate tus cosas de aquí’ o el típico ‘¡Lo vas a manchar todo!’ por ‘Me gustaría que comieras encima del plato para que no te goteara la salsa en los pantalones!’.
Y como el camino más largo empieza con un solo paso, Schmidt aconseja ir poco a poco introduciendo cambios en la comunicación y establecer objetivos realistas y medibles. Padres y madres pueden hacer una lista de los desencadenantes de episodios estresantes que terminan con un grito e intentar primero estar calmados durante la rutina de la noche, luego en la de la mañana para, finalmente, lograr un primer día sin broncas en casa. Recalca que es importante involucrar a los hijos en este proceso de cambio de hábitos porque ellos mismo pueden recordar a aita y ama que tienen que respirar cuando el enfado empieza a hacer su aparición en escena.
Al final de este proceso vendrán las recompensas: lazos familiares más estrechos, un mejor clima en casa y menos conflictos. Y para no sentirse tan solo en el intento Schmidt se pueden compartir experiencias y sugerencias en la etiqueta #EducarSinRegañar#Reto21DíasSinBroncasEnCasa.
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