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La vida después del coronavirus | Capítulo 6 ·
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La vida después del coronavirus | Capítulo 6 ·
Enseñar y aprender en la brecha... La búsqueda de lo esencialY de repente todos los colegios del mundo se vaciaron para tratar de poner freno a la expansión del coronavirus. Una imagen propia de la ciencia ficción que obligó a millones de alumnos a confinarse en sus casas para formarse solo a distancia. Es una de las grandes paradojas de la pandemia: precisamente la escuela, una institución de cambios muy lentos, sufría una transformación brutal casi de un día para otro que modificaba el modo de relacionarse de profesores, estudiantes y familias. El encierro demostró que la brecha digital era mucho mayor de lo que se creía, que la tecnología también produce desigualdad. El futuro pasa por estrechar esa sima y por encontrar la mezcla ideal entre la enseñanza presencial y la remota, en extraer la esencialidad de ambas. La crisis ha abierto un profundo debate sobre cómo, y qué, deben aprender las generaciones venideras.
La escuela es una institución ligada a la interacción y a las relaciones y el aula es, o al menos debería serlo, sinónimo de equidad, en el sentido de que, durante unas horas, los alumnos comparten espacio, materiales y profesores en un plano simétrico y de igual a igual. Las diferencias, las más acusadas, esperan al otro lado del muro del colegio y del instituto, donde la vida y todos sus condicionantes vinculados con las oportunidades, y también con el azar, sitúan a los niños y niñas en distintos niveles en función de su clase social, el poder económico de sus padres y el bagaje cultural de las familias. El confinamiento por la pandemia, con todos los estudiantes obligados a permanecer en sus casas y a comunicarse con los docentes y entre ellos por vía telemática, ha confirmado la existencia de una importante brecha digital en el aprendizaje que no casa con la más que probable coexistencia de la enseñanza presencial y en remoto después de este encierro forzoso.
El vaciado de los centros y el hecho de que la tecnología, una herramienta más para la formación, se convirtiera durante semanas en el único instrumento posible ha abierto un intenso debate entre los expertos sobre el futuro de la educación –con mayúsculas–, que parte de la base de que lo sucedido en este período excepcional ha sido únicamente un escenario de supervivencia para hacer frente a la emergencia. Dicho de otra manera, que no puede servir de modelo para la reconstrucción de una sociedad maltrecha por la crisis porque el contacto entre las nuevas generaciones es imprescindible. «En el aula del siglo XXI por supuesto que pueden convivir la enseñanza 'online' y la presencial, pero desarrollar las competencias de aprender a aprender, de aprender a pensar, de vivir juntos, comunicarse, trabajar en equipo, ser uno mismo, requiere la presencialidad», subraya Conchi Medrano, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la UPV/EHU.
Mary Burns (Especialista en formación y enseñanza 'online') La estadounidense, una de las mayores expertas en enseñanza del momento, desarrolla su labor en el Education Development Center, una organización mundial sin ánimo de lucro con penetración en ochenta países. Ha ganado diversos premios por sus programas curriculares y de formación del profesorado.
Conchi Medrano (Catedrática de Psicologíay de la Educación) Profesora de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), ha sido responsable durante una década de la prestigiosa Cátedra Unesco de Comunicación y Valores Educativos, de la que en la actualidad es colaboradora permanente. Ha dirigido y codirigido distintos proyectos de investigación sobre valores y educación.
Andreas Schleicher (Director de Educación de la OCDE) Nacido en Hamburgo en 1964, es el padre del Informe PISA, una de las grandes referencias mundiales para medir la calidad de los sistemas de enseñanza de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Investigador incansable, ocupa el cargo desde hace ocho años.
En la educación los cambios son lentos por la heterogeneidad de su comunidad y también por las inercias heredadas del pasado. No suelen gustar las modificaciones bruscas sin una planificación previa, porque los programas tardan en impregnarse en las aulas y en las salas de profesores. Esta es precisamente la gran paradoja de lo ocurrido por la Covid-19, que un sector que necesita mucho tiempo para digerir las transformaciones haya protagonizado una de las más repentinas y profundas en décadas. Casi de un día para otro –en apenas 48 horas en el caso de España–, millones de alumnos abandonaron su hábitat natural de instrucción y socialización para recluirse en sus viviendas y convertir las pantallas en su única ventana para aprender, compartir y hablar con sus docentes y compañeros. En este contexto, la brecha digital ha aflorado como nunca antes: falta de ordenadores y tablets, wifi de mala calidad, conexión deficitaria, aislamiento tecnológico...
Pero no solo eso: «El aprendizaje en línea ha hecho que las personas aprecien profundamente la esencialidad de las escuelas tradicionales. Más allá de su valor educativo, hemos visto que las escuelas tienen muchos valores. Son importantes para la nutrición (muchos estudiantes reciben dos de sus tres comidas diarias en la escuela), para la salud (muchas escuelas de servicio completo ofrecen chequeos médicos, servicios sociales, asesoramiento), para la higiene (los estudiantes pueden tener un mejor acceso a la ducha y al baño en un casillero escolar que en el hogar). Las escuelas son lugares protectores donde muchos estudiantes van para escapar de la violencia doméstica, el abuso de sustancias, los vecindarios peligrosos y la disfunción de sus entornos», apunta la experta estadounidense Mary Burns, que desarrolla su labor en el Education Development Center (EDC), una organización mundial sin ánimo de lucro con penetración en más de ochenta países.
Mary Burns
La discusión más urgente es cómo adecuar los centros de cara al inicio del curso que viene para desplegar cuanto antes las medidas de seguridad, higiene y de espacio que impongan las autoridades sanitarias. Pero, más allá de estas decisiones perentorias, y con el temor a un eventual rebrote en otoño que obligue a otro confinamiento parcial, se ha abierto un debate paralelo y que mira mucho más lejos sobre los pilares que deben sostener la formación de niños y jóvenes en los próximos años. Y un buen punto de partida, según algunos analistas, es investigar en qué casos la presencialidad constituye un valor en sí misma y en qué otros puede prevalecer la enseñanza a distancia para encontrar el cóctel perfecto. «A futuro, si alguien está pensando que la situación ideal es la de ahora, que lo hacemos cien por cien remoto, se confundiría. Y si alguien está pensando que en cuanto podamos hay que volver todo a lo presencial, también», reflexiona Vicente Atxa, rector de Mondragon Unibertsitatea.
Se trata, por tanto, de emprender una búsqueda de lo esencial, de identificar las fortalezas y las debilidades de ambas modalidades y construir un modelo mixto con el que el alumnado aprenda más y mejor. «Primero, tenemos que trazar nuestro plan de estudios. ¿Qué funciona mejor en línea? ¿Qué funciona mejor presencialmente? ¿Qué conocimientos y habilidades pueden aprender los estudiantes en línea? ¿Qué habilidades pueden aprender mejor presencialmente?», deja en el aire Burns. Medrano añade: «Yo me preguntaría qué es lo que hemos echado en falta en el confinamiento. ¿La pasión por el conocimiento se puede transmitir por vía telemática? La empatía, la creatividad, el desarrollo de la imaginación... Siempre he pensado que los profesores que más me han enseñado y cuando mis alumnos más han aprendido es cuando se transmite algo con entusiasmo. Si un profesor encuentra sentido y significado a lo que está haciendo y transmite entusiasmo, los alumnos se motivan. Si tú te ganas el sueldo dignamente, eres un buen técnico, enseñas bien, pero eres frío y no transmites entusiasmo, el alumnado aprende menos».
Licenciada en Bellas Artes y Teatro, combina el mundo de la ilustración con las artes escénicas y los videojuegos. Entre sus trabajos, destaca su reciente colaboración en el proyecto Fatxada Azkuna Zentroa o el cartel del festival de cine Zinegoak. Lo onírico como arma para combatir realidades.
Web: www.anepikaza.com
Andreas Schleicher, director de Educación de la OCDE y padre del Informe PISA, referencia internacional en la evaluación de los sistemas de enseñanza, introduce un factor novedoso que anima a incidir en las conclusiones positivas que se hayan podido extraer durante el confinamiento. «La tecnología –señala el alemán– no solo puede cambiar los métodos de enseñanza y aprendizaje, también puede elevar el papel de los profesores y que no solo se dediquen a impartir el conocimiento recibido, sino que trabajen como cocreadores de conocimiento, como entrenadores, mentores y evaluadores. Puede permitir que estudiantes y profesores accedan a materiales especializados que van más allá de los libros de texto, en formatos múltiples y de formas que pueden extenderse en el tiempo y el espacio. La tecnología puede apoyar nuevas formas de enseñanza que conviertan a los estudiantes en participantes activos».
En este sentido, los expertos ofrecen algunas pistas de cómo pueden ser el estudiante y el profesor del futuro. «La escuela es una institución bastante conservadora y cuesta mucho cambiarla, pero los cambios están encima y ya se están dando. El profesor va a ser un mediador; tiene que ser un estimulador, un guía y un modelo, y también tiene que ayudar al alumnado a discernir entre lo que es verdadero y falso. El profesor del futuro tiene que ser talentoso, tiene que tener una capacidad intelectual alta y también tiene que tener una capacidad ética y ser muy equilibrado. El alumno va a ser más autónomo, ya lo está siendo, pero tiene que ser además colaborativo, no solo saber cosas académicamente, que también, sino que tiene que saber hacer, saber estar, saber moverse en los conflictos, y estar preparado para hacer una sociedad más humana», reflexiona Medrano, responsable durante una década de la Cátedra Unesco de Comunicación y Valores Educativos.
Conchi Medrano
El debate es clave porque hay mucho en juego, nada menos que cimentar las bases de la sociedad venidera, pero sería estéril sin una apuesta real por la educación. Y algunos países no están en condiciones de hacerla. «Los estudiantes y los maestros necesitan acceso a un internet fiable, a una computadora portátil y a contenido digital. Deberán aprender a usar la tecnología, tendrá que haber mucha más estructura e interacción en línea de lo que hemos visto, y tendremos que resolver cosas como la evaluación 'online', soporte técnico remoto y las notas. También tendremos que diseñar experiencias de aprendizaje en línea que sean rigurosas, interactivas y significativas. Pero, para más de la mitad de los estudiantes más pobres del mundo, ya sean estudiantes pobres en países ricos o estudiantes en países pobres, el aprendizaje en línea y, en muchos casos, el aprendizaje móvil, no es una opción. Este es un gran problema de equidad que debemos abordar», advierte Burns.
No hay que ir muy lejos para encontrar datos sobre las diferencias en el acceso a las tecnologías. Durante el encierro forzoso, según el Ministerio de Educación, catorce de cada cien alumnos españoles no se conectaron con regularidad. Algunos porque ya tenían problemas previos de absentismo escolar, pero la mayoría porque no tenían un acceso adecuado a las herramientas necesarias. El rector de la Universidad de Deusto, José María Guibert, hacía referencia a la desigualdad digital en un editorial interno que escribió en los momentos más duros de la pandemia. «Estamos en una situación muy grave –apuntaba–. Una crisis sanitaria no esperada afecta a la mayoría de la Humanidad. Además de afectar a la salud de millones de personas, a muchos muy gravemente, la economía está sufriendo un colapso que generará una crisis social sin precedentes. En educación también hay un colapso sin igual, y de los 1.500 millones de estudiantes afectados, según cómputo de la Unesco, una buena parte no tiene soluciones apropiadas».
Andreas Schleicher
En la búsqueda de lo esencial reside uno de los grandes axiomas para modelar la escuela del siglo XXI, tanto en la óptima distribución de la presencialidad y la modalidad en remoto, como en la elaboración de los materiales curriculares, ahora mismo excesivamente cargados, según considera la mayoría de los docentes. No se trata de eliminar conceptos, sino de centrarse en los sustanciales y, desde estos, llegar al resto a través de las explicaciones complementarias del profesor. También dotar de mayor autonomía al alumno y enseñarle a diferenciar las buenas de las malas fuentes de información en su proceso de aprendizaje. «La Unesco en 1996 ya hablaba de que hay que desarrollar competencias claves mucho más allá de la instrucción. El saber debe servir para la acción, para la reconstrucción de lo aprendido. Pero no hay que desdeñar que hay que aprender conceptos. Por ejemplo, sigue siendo importante que los alumnos sepan cuáles han sido las consecuencias para la Historia de la caída del Muro de Berlín», indica Conchi Medrano. «En todo lo humano el cambio es lentísimo, aunque haya mucho progreso tecnológico», agrega, a modo de corolario.
Hay otro factor que también puede modificar la manera de ejercer la actividad docente en los próximos años. Según los expertos, el 'profesor isla' tenderá a desaparecer por la necesidad cada vez mayor de que los enseñantes trabajen conjuntamente para sacar el mayor partido al potencial de cada estudiante. «Esto es complicado incluso en tiempos normales: de media, menos de uno de cada diez profesores asegura observar el trabajo de sus compañeros para aportar sus comentarios, incluso cuando se trata de la clase de al lado. Solo el 21% de los profesores participa en cursos de formación profesional colaborativa al menos una vez al mes, y únicamente el 28% de los profesores asegura dar clases en equipo al menos una vez al mes. Sin embargo, estas son precisamente las actividades que aportan un mayor nivel de eficacia a los profesores. Las amplias diferencias que se han visto a lo largo del tiempo y de los países muestran que se puede cambiar: en Vietnam, el 70% de los profesores participa en cursos de formación profesional colaborativa, y en Austria, Italia y Japón, la enseñanza en equipo se ha convertido en algo habitual», aporta Schleicher.
Los seres humanos tendemos a dar por hecha la existencia de algunas cosas que solo echamos en falta cuando ya no están. La educación es muy valorada por los padres, pero muchos de ellos han comprobado la verdadera relevancia de las escuelas, los institutos, las universidades y los centros de Formación Profesional cuando se han visto obligados a cerrar por la pandemia. Nekane Balluerka, rectora de la Universidad del País Vasco, estableció en una conferencia un símil entre esta institución académica y 'La carta robada', una historia de Edgar Allan Poe en la que el ladrón deja la misiva en un lugar muy visible precisamente para esconderla. «Pienso que esa es una metáfora perfecta de la presencia de la UPV/EHU en la sociedad vasca: se superpone de tal modo a todo lo que ocurre en nuestro país que su misma existencia, a veces, no resulta todo lo visible que debiera resultar», indicó su máxima responsable.
En Palo Alto (California), al norte de Silicon Valley, epicentro de la industria digital, los hijos de los grandes gurús del sector tienen prohibido el uso de las tablets y otro tipo de pantallas en el aula hasta que llegan a la etapa de Secundaria, cuando su formación es más madura. Los padres y las madres de estos niños son propietarios de la tecnología del presente y ya trabajan en el desarrollo de la del futuro y, sin embargo, prefieren llevarles a escuelas de lápiz y papel, alejarles de las máquinas. «¿Por qué?», se pregunta Conchi Medrano. «Para su aprendizaje –explica–, los niños y las niñas más pequeños necesitan poder manipular y experimentar hasta llegar al pensamiento abstracto».
El aula | Presencial y telemática Primero es necesario estrechar la grave brecha digital. Luego hay que identificar en qué casos lo presencial aporta un valor imprescindible y en qué otros la herramienta digital es más adecuada.
El alumno | Más autonomía y colaboración El estudiante tenderá a ser cada vez más autónomo, pero esa independencia no debe aislarle, sino que debe potenciar su papel colaborativo. El trabajo en equipo será determinante. Para ello deberá tener una buena base de conocimientos.
El profesor | Se difumina el 'docente isla' El profesor que toma el grupo de alumnos como solo suyo y no coopera con el resto de docentes está abocado a la desaparición. La tendencia es que los enseñantes trabajen estrechamente para sacar partido a los potenciales de cada alumno.
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