
EL CAMBIO CLIMÁTICO
La vida después del coronavirus | Capítulo 19 ·
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La vida después del coronavirus | Capítulo 19 ·
¿Por dónde se llega al futuro? Solo por la puerta verdeIgual que cuando un tsunami, uno de esos voraces ciclones o un despiadado fuego arrasan con todo, el fin de la pandemia llegará, tocará apretar los dientes y reconstruir parte de lo perdido. Es cierto, ahora no han caído edificios y todas las infraestructuras siguen en pie, pero tras este huracán invisible se avecina el momento perfecto para diseñar una nueva realidad más respetuosa con el medioambiente, una forma de vida más sostenible. No es una opción. Es una obligación. Lo advierten pensadores, científicos y economistas de todo pelaje. El futuro sólo se puede diseñar en planos de papel reciclado y con lápices de madera certificada, capaces de trazar líneas verdes, rectas, vigorosas, de las que nuestra sociedad no se puede permitir el lujo de desviarse ni un solo milímetro. Ya no hay vuelta atrás para la revolución ecológica. Ahora es sí o sí. La salida a esta crisis pasa por tomar, a la fuerza, la puerta verde.
Desapareció Greta Thunberg y apareció Fernando Simón. Este 2020 estaba llamado a pasar a la historia como el año verde, el del definitivo punto de inflexión. Nunca se había hablado tanto de cambio climático, de energías renovables y de movilidad sostenible. El debate de la protección del medio ambiente se situó, a codazos, en el centro de la conversación global. Hasta los más escépticos -salvo las excepciones de prohombres tuiteros como Trump y Bolsonaro- habían comprendido, aunque fuera a regañadientes, que la necesidad de atajar las emisiones resulta imperiosa. Y, de repente, llegó una ola todavía más poderosa, una pandemia descontrolada, que barrió de la agenda el problema.
Mario Peiró Espí (Project officer de la Organización MeteorológicaMundial de la ONU) Se formó en Ciencias Ambientales en la Universidad de Valencia y se especializó en contaminación atmosférica. En la Organización Meteorológica Mundial (WMO), adscrita a la ONU, ha desarrollado proyectos en República Dominicana, Finlandia o Países Bajos. En la actualidad, trabaja en la sede del organismo en Ginebra.
Ethel Eljarrat (Científica del Departamento de Química Ambiental (CSIC)) Es una de las voces más autorizadas sobre el grave impacto que ocasionan los plásticos en el medioambiente. Doctora en Ciencias Químicas por la Universidad de Barcelona, trabaja en el Centro Superior de Investigaciones Científicas desde hace más de 25 años y ha participado en una veintena de proyectos de investigación.
Luis Suárez (Coordinador de Conservaciónde WWF) El biólogo es el máximo responsable en los programas de especies de la ONG Wolrd Wildlife Found (WWF) en España. Autor de informes sobre hábitats de especies salvajes, su última publicación, 'Pérdida de naturaleza y pandemias', realizada en colaboración con biólogos italianos, relaciona el origen de estos virus con la agresión humana a los ecosistemas.
En esta reestructuración de prioridades a la que ha obligado el virus, la protección del medioambiente, la lucha contra el cambio climático, ha quedado relegada al furgón de cola. Ya no se percibe como un asunto capital. Y, sin embargo, cada vez más voces autorizadas sostienen con datos y certezas que existe una relación directísima, de causa-efecto, entre el estallido vírico y las continuas agresiones a las que el hombre somete al planeta. No, no es que la Tierra se haya enfadado con nosotros y nos haya enviado una plaga letal. El problema es que nos hemos adentrado más allá, hemos pisoteado hasta la última brizna de hierba y nos hemos zampado hasta el último bicho viviente. ¿Estamos a tiempo para la redención? ¿Esta epidemia va a cambiar, al fin, nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza? Parece que no hay opción. Ahora es sí o sí.
«La relación entre este y otros virus y la destrucción de los hábitats naturales es evidente», sostiene el biólogo Luis Suárez, coordinador de conservación de la asociación World Wildlife Found (WWF) en España y autor del reciente informe 'Pérdida de naturaleza y pandemias, un planeta sano por la salud de la Humanidad'. El estudio pone negro sobre blanco que el 70% de los brotes víricos -del ébola al SARS y al MERS- que se han sucedido en los últimos cuarenta años hunden sus raíces en el impacto del hombre sobre los ecosistemas. «Tanto éste como otros virus están presentes en la naturaleza; de hecho, ahora tenemos descritos unos 5.000 tipos distintos. Cuando un sistema está equilibrado, estos patógenos están más o menos controlados. El problema llega al romper esos equilibrios: destruimos ecosistemas, bosques y selvas, que son nuestros antivirus naturales», ilustra Suárez.
luis suárez
Para el biólogo, la deforestación, el tráfico de especies exóticas, la agricultura «voraz» y la ganadería extensiva han formado un cóctel de elementos que, mezclados desproporcionadamente, han hecho estallar esta bomba vírica, que ha tenido al cambio climático como gran potenciador. «Contribuye de forma directa a incrementar las probabilidades de que una epidemia se propague por el mundo: el aumento de la temperatura media propicia que vectores como mosquitos y garrapatas sean cada vez más frecuentes en el hemisferio norte. Un ejemplo claro es el dengue; el número de casos no deja de crecer», abunda el experto.
¿Se puede evitar una nueva pandemia? «Sí, cuidando la naturaleza -resuelve el conservacionista-. Puede sonar, y suena, a perogrullada, a brindis al sol. Pero tras la solución del científico se encuentra un concepto mucho más profundo, el de 'one health' (una salud), que llama a velar por la salud humana, de los animales y del planeta, que, y ahora se ha demostrado, están interconectadas». Por eso Suárez invoca la necesidad de retornar a una agricultura racional y próxima, y a una forma de consumo más sostenible. «Es que esto no va de defender la naturaleza porque me gustan los animalitos y salir al monte. No es ningún capricho. Hoy nos azota una pandemia, pero si no cambiamos nuestra estructura económica, estaremos cavando nuestra propia tumba», remacha.
Ilustradora de libros infantiles y juveniles, estudió Bellas Artes en la UPV/EHU, especializándose en la rama de pintura. Posteriormente se adentró en los terrenos del grabado, la litografía y la fotografía, para completar la formación de una artista que aprovecha cada dibujo para contar una historia.
Web: aitziberalonsoilustracion.blogspot.com/
A pesar de todas las señales, hasta ahora era más o menos sencillo obviar las advertencias de los científicos, esos aguafiestas con bata blanca, y los ecologistas, nuestros pepitos grillos cabreados. Al fin y al cabo, todos los días sale el Sol. ¿Que el nivel del mar ha subido cinco milímetros en cinco años? ¡Qué son cinco milímetros de nada! ¿Que la temperatura media del planeta puede aumentar 4,5 grados a final de siglo? Todavía falta mucho para eso. Sin embargo, en esta crisis sanitaria, hasta el más miope con los asuntos del cambio climático ha visto las orejas al lobo. De hecho, cada vez más voces establecen una relación íntima entre la contaminación en las grandes ciudades y la mayor incidencia del virus en su población. El argumento parece presentar una fisura desde sus cimientos: los núcleos con mayor contaminación son también los más poblados y, por tanto, donde la transmisión del patógeno es susceptible de resultar exponencial. Y, sin embargo, las evidencias científicas admiten poca discusión.
Los doctores del departamento de Bioestadística de la Universidad de Harvard Xiao Wu y Rachel C. Nethery se encuentran inmersos en una investigación para tratar de determinar si la exposición a partículas finas está asociada a un mayor riesgo de muerte por coronavirus en Estados Unidos. Sus primeros resultados, con datos actualizados a 24 de abril, asustan. Concluyen que un incremento de tan solo un microgramo por metro cúbico de contaminación en el aire aumenta en un 8% la probabilidad de morir con coronavirus. Sí, de morir.
«No somos del todo conscientes de que, durante estos meses, la Covid-19 está siendo la asesina visible, pero la contaminación atmosférica es la invisible. No se nos puede olvidar que la polución causa cada año siete millones de defunciones en el mundo», apunta la directora del Basque Centre for Climate Change (BC3), María José Sanz. Para atajar el problema, los científicos han visto en este confinamiento global un experimento precioso con el que testar el verdadero impacto del hombre, de nuestra forma de vida, en las emisiones. Ahora bien, ¿la solución para frenar el cambio climático pasa por meter a todo el mundo en casa de forma perpetua? La pregunta se responde sola. Es un no rotundo.
mario peiró espí
Los responsables del programa Global de Vigilancia Atmosférica (GAW, por sus siglas en inglés) de la Organización Meteorológica Mundial, una agencia de las Naciones Unidas, trabajan codo a codo con la comunidad científica para entender mejor la afección de la pandemia sobre las emisiones de contaminantes atmosféricos y gases de efecto invernadero. En los últimos días se han sucedido titulares que apuntan a una caída histórica de las emisiones, que algunas fuentes cifran en un 17%. En la ONU llaman a analizar estos valores con cautela.
El español Mario Peiró Espí es project officer (responsable de proyectos) de la Organización Meteorológica Mundial en Ginebra. Reconoce que, desde el estallido epidemiológico y el confinamiento de media humanidad, las «emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido significativamente a nivel global, debido en gran medida a un descenso de la actividad del transporte. Sin embargo, esta caída ha sido mucho menos notable en sectores con más emisiones, como el energético». Conviene recordar que los combustibles fósiles absorben el 80% de la demanda actual de energía primaria en el mundo y el sistema energético es el responsable de, aproximadamente, dos tercios de las emisiones totales de CO2.
Es muy probable que estas reducciones sean temporales, en tanto que no se han observado cambios estructurales en las políticas de emisiones a lo largo de estas semanas», reflexiona el especialista de la agencia de Naciones Unidas. Un reciente artículo publicado por 'Nature Climate Change' da cuenta de que las emisiones diarias de dióxido de carbono proveniente de combustibles fósiles han descendido en marzo y abril. El temor es que, en la desescalada, ocurra un efecto rebote parecido a cuando uno hace una de esas 'dietas milagro': pasas hambre durante unas semanas y acabas cogiendo más kilos que cuando la iniciaste. «De hecho, ya ha se ha empezado a detectar un cierto repunte. No obstante, es importante tener en cuenta que muchos gases de efecto invernadero tienen una larga duración en la atmósfera. Y, a pesar de observarse una reducción de las emisiones, la concentración de partículas permanece en niveles récord, potenciando el calentamiento global», explica el científico español.
Para Peiró, ahora «se abren nuevas oportunidades, como el plan de la Unión Europea de recuperación, que incorpora un fuerte componente ambiental y de mitigación del cambio climático. El virus ha causado una crisis sanitaria y económica severa en el panorama internacional, pero el fracaso en la acción climática puede amenazar no solo los ecosistemas, sino nuestra prosperidad durante siglos», alerta el experto, convencido de que los países deben encarar el problema con políticas medioambientales sostenibles. «Se tienen que aumentar las medidas para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París -en el que se limita el calentamiento global a un máximo de 1,5 °C-, con la misma determinación y unidad contra el cambio climático como se ha observado contra la Covid-19», asevera.
ethel eljarrat
Algo menos optimistas se muestran en Greenpeace, la gran ONG ambientalista global. Su responsable de Cambio Climático en España, José Luis García, asegura que, cuando se supere esta pandemia, el mundo se asoma a un «enorme peligro». «Ya no hay vuelta atrás. El momento es ahora; si no hacemos las cosas de forma distinta, si volvemos a las dinámicas que nos han traído hasta aquí, vamos al desastre de mayor envergadura que hayamos conocido», advierte en tono apocalíptico. ¿Exagera? «En absoluto, hasta China ha tenido que revisar los objetivos de su plan quinquenal. Estoy convencido de que, tras esto, nuestra sociedad va a ser muy distinta, con una mayor equidad, basada en las energías renovables y el autoabastecimiento», abunda el activista. Suena utópico, pero el discurso ya desborda el ámbito de las organizaciones ecologistas y, en lo esencial, está calando también en las llamadas élites mundiales.
Huele a soflama política, a un eslogan vacío, una de esas frases hechas del estilo 'nuevos pactos de la Moncloa' o 'nuevo Plan Marshall' que tanto se han escuchado en los últimos tiempos. El Green New Deal forma parte de la retórica habitual de políticos como la mediática congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez. Noam Chomsky, uno de los ideólogos de cabecera de la izquierda contemporánea, también hablaba en una reciente entrevista de la necesidad imperiosa de lanzar un programa de estas características. «Si no lo conseguimos, sucederá una desgracia», vaticinaba el pensador. La creadora del término es la economista sudafricana Ann Pettifor, y en España cuenta con acérrimos seguidores, como el activista Emilio Santiago, autor de '¿Qué hacer en caso de incendio?', que aspira a convertirse en el manifiesto español por el Green New Deal.
«Es un ambicioso programa de intervención pública y movilización social para frenar los peores desmanes del nihilismo ecológico y social neoliberal», resume el antropólogo. Y, sin embargo, la apropiación ideológica de la necesidad de instaurar un nuevo sistema cimentado en el respeto al medio ambiente es un error. Para muestra, un verde botón. Siguiendo el ejemplo de la Green Recovery Alliance (Alianza para una Recuperación Verde), la fundación Ecodes sacó adelante en mayo un pronunciamiento firmado por políticos de los grandes partidos españoles (salvo Vox), empresarios, científicos y sindicatos en el que se reclama un paquete de estímulos sostenibles para encarar el futuro. No se trata de 'green washing', de propaganda. Es puro sentido común.
Los gobiernos, las corporaciones, los grandes poderes fácticos, tienen la sartén por el mango hacia la necesaria transición verde, sí. Pero todo comienza en casa, en nuestras cocinas y nuestras despensas, en nuestros cubos de la basura. En esa otra vida aC (antes del coronavirus) que ahora se antoja tan lejana, acariciábamos con la yema de los dedos un mundo sin plástico de un solo uso, cuyo impacto en el medioambiente, en nuestros mares y océanos, es devastador. El futuro se nos presentaba como una arcadia feliz sin celofán. En 2021 iba a entrar en vigor una directiva europea para prohibir la mayor parte de los productos desechables de plástico de un solo uso.
«Pero ahora los 'lobbys' de la industria están realizando una presión muy fuerte para conseguir una moratoria de, al menos, un año. Aducen razones económicas y de empleo, pero la sociedad tiene que volver a ser consciente del peligro de estos materiales», explica la científica del CSIC Ethel Eljarrat, una de las voces más autorizadas del país en la investigación de este asunto.
Eljarrat se declara muy consciente de que su mensaje tiene pocos visos de calar en un momento como este. El mundo se ha replastificado para protegerse del virus importado de Wuhan. «Por supuesto que era necesario utilizar todo ese material para protegernos, es comprensible que hayan aumentado tanto los residuos sanitarios. Sin embargo, no nos podemos permitir que esta sea la tendencia a partir de ahora», previene.
Entretanto, en cada esquina, nos encontramos con marañas de guantes diseñados para manos de gigante a la puerta de cualquier supermercado, ovillos de bolsas que acaban en el cubo de la basura y también esas mamparas de metacrilato que, cuando todo esto pase, acabarán en desuso. «La gente tiene que volver a ser consciente de que los polímeros tardan más de 500 años en degradarse. Pero es que, además, estos materiales tienen más de 3.000 sustancias añadidas y se sabe que por lo menos sesenta de ellas son dañinas para la salud humana», alerta. El reto es «encontrar de forma urgente» polímeros que tarden menos tiempo en degradarse. En su opinión, se abre una nueva oportunidad: la búsqueda de materiales que ofrezcan todas las garantías sanitarias, que nos hagan seguros y que, a la vez, sean respetuosos con el planeta. «Tras más de dos meses confinados entre cuatro paredes, deberíamos ser conscientes de que podemos vivir sin consumir todo el tiempo, no depender tanto del coche...».
- ¿Aprenderemos de esta?
- Es que no nos queda más remedio.
Son el símbolo de la seguridad en esta nueva anormalidad nuestra. Y también son el estandarte de la cultura del usar y tirar, de lo desechable. «El Gobierno ha obligado ahora a utilizarlas, es indiscutible que son necesarias, pero falta pedagogía, no se nos ha explicado el enorme impacto que ocasionan», reflexiona la investigadora del CSIC Ethel Eljarrat. Ha echado cuentas. «Cada una de las quirúrgicas pesa unos 7 gramos y, teniendo en cuenta que solo se pueden utilizar cuatro horas, implica generar 500 toneladas de residuos cada día. Y solo hablo de España». Para la científica, la cifra debería invitar a la reflexión y es una señal de la necesidad de incluir la gestión de los residuos, el factor medioambiental, en la toma de decisiones.
Ecosistemas | Un progreso con respeto La primera lección que deberíamos aprender tras la pandemia es que la injerencia en los ecosistemas salvajes tiene consecuencias. La búsqueda del equilibrio entre el necesario progreso y el respeto a bosques y selvas es imprescindible.
Combustibles fósiles | Menos emisiones El confinamiento ha sido un experimento global de lo que ocurre cuando el mundo se para. Los cielos son más azules, sí, pero, obviamente, no es la solución. El desarrollo de las renovables y la movilidad sostenible se antoja vital.
Plásticos | Tras materiales más sostenibles El mundo se ha replastificado en los últimos meses. Y esto es una mala noticia. Sería un error frenar las normativas que abogan por una reducción de lo desechable; la solución pasa por apostar por la investigación en materiales igual de baratos y seguros, pero más sostenibles.
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Carlos Nieto | Enviado especial. Augusta y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
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