Tenía 18 años cuando cofundó uno de los mejores grupos de música barroca del siglo XX. Le puso 'I Musici' (Los músicos), un nombre sencillo y contundente. Así era Félix Ayo, un violinista de temple y, además, de Sestao. Nacido en una familia humilde, no ... le daba miedo el trabajo duro. Batió récords de ventas en 1959 con la primera grabación en estéreo de 'Las cuatro estaciones', de Vivaldi, y recorrió medio mundo sin darse tregua. Lo mismo salía a escena en el auditorio de la Filarmónica de Berlín que en el Carnegie Hall de Nueva York, La Scala de Milán, el Concertgebouw de Ámsterdam, la Musikverein de Viena... Sin descuidar, lógicamente, al público de Bilbao. El pasado domingo, falleció en Roma a los 90 años y ayer la BOS empezó sus ensayos con un minuto de silencio en su memoria.
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Su último concierto en la capital vizcaína lo ofreció en 2008, a los 75 años, y entonces confesaba a EL CORREO que se sentía «muy ilusionado», con ganas de afrontar el reto de interpretar el Concierto de Fauré, una pieza poco habitual, «envuelta en ese velo de discreción tan propio del compositor francés que no puede, sin embargo, ocultar el fuego que se aviva en el fondo». Una descripción que podría aplicarse al propio violinista. Tenía en su fuero interno una llama inagotable de fuerza moral. El genio musical era la guinda de su personalidad. Sobrino de un violinista de la BOS, con apenas tres años ya se le iban los ojos hacía «ese arco mágico que subía y bajaba, arrancando algo que me daba una alegría muy grande».
A los 12 años, ya estaba en condiciones de opositar para ingresar en la orquesta de su tío. Eran otros tiempos, cuando los menores, sobre todo los prodigios, trabajaban como los adultos. En esa época, coincidió con otro mozalbete, de 13 años, que debutaba al teclado en la Sociedad Filarmónica. Aquel chico era Joaquín Achúcarro y la amistad duró toda la vida. Compartieron aventuras y peripecias, muchas veces con Emma Jiménez, futura mujer de Achúcarro, como tercera en concordia. Sestaoarra hasta la médula, ella también hacía gala de aptitudes extraordinarias, no en vano terminó la carrera de piano con 13 años. Emma y Félix formaron tiempo después, en 1981, un dúo en el que la afinidad y la sintonía eran plenas. Imposible olvidar el concierto que protagonizaron en el Arriaga con motivo del 700 aniversario de la fundación de la Villa. Interpretaron el concierto para violín, piano y orquesta de cuerda de Mendelssohn, con Achúcarro a la batuta.
También Euskadiko Orkestra, en su gira de presentación, allá por 1982, no dudó en contar con el violinista de Sestao. Radicado en Italia desde la década de los 50, no paraba de viajar durante la mayor parte del año, pero el País Vasco era un punto y aparte. Aquí volvía a lo grande, arropado por amigos y eso no tiene precio. En 1986, por ejemplo, participó en la reinauguración del Arriaga con la BOS, la Coral y, sí, también Joaquín Achúcarro.
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Dotado de don de gentes, afable y educado, sabía relacionarse con todo el mundo. Una actitud que aplicaba en su propio trabajo. Volcado en el repertorio barroco en sus inicios, a los 34 años cambió de tercio y formó el 'Quartetto de Beethoven di Roma' para explotar el filón del romanticismo. Era un hombre con amplitud de miras. Se había formado en París, Siena y Roma, en condiciones muy austeras, y no se iba por las ramas. No perdía el tiempo. En su juventud solo había tenido una prioridad: estudiar, estudiar, estudiar... Tenía las ideas claras y eso le bastaba. Cuando abordaba música barroca, no tocaba un instrumento de época, sino su Guadagnini habitual, de 1747. Le empalagaba el purismo de los ultraortodoxos de la interpretación historicista, pero respetaba «su coherencia y rigor».
Con ese talante tan ecuánime, parece lógico que su otra gran vocación fuera la enseñanza. Entre otros centros, impartió clases en la Accademia Nazionale di Santa Cecilia en Roma y también en Musikene. Inculcaba la necesidad de «no aburrir» y predicaba con el ejemplo: no se limitaba a las piezas de Brahms y Beethoven, también se adentraba en la obra de compositores como Respighi. Grabó en torno a 150 discos y su registro favorito era el de las sonatas y partitas de Bach para violín solo.
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Estuvo activo hasta una edad avanzada, pero el violín es un instrumento implacable y nunca se expuso más de lo necesario. Su respeto al público era infinito. Eso lo aprendió de pequeñito: incluso cuando en cierta ocasión lo llevaron al circo para que entretuviera a la gente, se lo tomó con la seriedad de un profesional. Félix Ayo se consagró a la música con todas sus fuerzas: «Creo que he cumplido con todas las obligaciones que he sentido. He desarrollado al máximo de mis posibilidades el talento que Dios me ha dado. No importa si es poco o mucho, lo que importa es cumplir con esa obligación moral».
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