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Antonio Burgo, hostelero: De repartir leche a llevar los mejores bares de Ledesma

obituario ·

Martes, 29 de marzo 2022

Como muchos niños del barrio carranzano de Cezura, Antonio Burgo (1930) durante su infancia echó una mano a sus padres, Jesús y Josefa, vendiendo leche por los caseríos de esta localidad encartada. Antes de cumplir los 20 años, aterrizó junto a su familia en Bilbao ... y abandonó las cuadras y el ganado para volcarse en la hostelería urbana, aunque siguió repartiendo leche que traía del pueblo por los barrios altos de la capital vizcaína.

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Empezó de camarero y se estrenó como empresario hostelero con el bar Carranza, en Zurbaran. Continuó con el Begoña, en Santutxu, y el Ripa, en la calle del mismo nombre, antes de dar el salto a Ledesma y convertirse en dueño y señor de las barras con más solera de uno de los puntos más calientes de todos los tiempos de la hostelería bilbaína.

Su carácter «emprendedor», como subraya su viuda, María Tejera, excelente guisandera, le llevó a montar, en 1969, uno de los clásicos por excelencia, el Antomar. Siguieron el Museo del Vino, con solera y aires de taberna andaluza, y la cervecería Aizari, además de El Farol y el Lar, en la cercana calle Amistad. Entremedias, montó también una tienda gourmet y le dio tiempo a comprar el bar-restaurante Ledesma. En un Bilbao entregado a la modernidad, sus locales han preservado el aroma de las tascas de toda la vida, mientras su cocina se ha mantenido fiel al recetario tradicional.

Abanderó los platos de cuchara, un embutido de primera y «el mejor producto de temporada», ya fuesen alcachofas, almejas, alubias, bacalao... El decano de los hosteleros de Ledesma, fallecido el pasado viernes a los 92 años, popularizó también la merluza frita con begihandis en su tinta, las anchoas rebozadas y el bacalao al pil-pil o al Club Ranero. «Y cobraba lo que había que cobrar, porque lo bueno nunca ha sido barato», aplaude Boni García, presidente de la Asociación de Hostelería de Bizkaia.

Detrás del mostrador

Además de por sus éxitos hosteleros, a Burgo se le recordará por su carácter afable. Por ser un hombre «serio, generoso, muy trabajador, justo y cabal», ensalza García. «Era esa clase de hombres que no se andaba con chiquitas y que apretaba fuertemente la mano con quien se la tenía que cruzar». Tampoco le hacía falta firmar nada porque «bastaba su palabra. Era muy amigo de todo el mundo».

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Jorge, uno de sus cuatro hijos, aseguró que su padre se pasó toda la vida detrás de un mostrador y que siempre contó con el apoyo de María, su mano derecha, «en el bar y en casa». En la barra aplicaba también el «'modelo Carranza', lo que se dice se cumple», remató.

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