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Se nos ha ido Patxo Unzueta. Desde que enfermó hace más de dos años hemos venido sintiendo su ausencia y acostumbrándonos a ella como a un dolor crónico, pero este lunes se nos fue para siempre y la sensación de pérdida, ya definitiva, resultó dolorosa. ... Cuando me dieron la noticia, lo primero que pensé, no sé por qué, fue en esa parte de la masa social del Athletic a la que quizá el nombre de Patxo Unzueta no le diga nada, de la misma manera que no le dicen nada los nombres –apenas les suenan– de muchas grandes figuras del pasado rojiblanco; algo que no deja de ser paradójico en un club en el que ejercitar la memoria es, con diferencia, la gimnasia más edificante. Será otro signo de los tiempos.
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Nacido en 1945, bilbaíno esencial, Patxo Unzueta fue un maestro de periodistas, una condición que ahora cobra más valor porque esa especie se va extinguiendo. Su trabajo durante décadas como analista político y editorialista en 'El País' fue el de un intelectual reflexivo y riguroso. Hablar de Patxo sin profundizar en su dimensión política para centrarnos en su faceta como periodista deportivo e hincha del Athletic no es seguramente un ejemplo de rigor. Si lo hago en estas líneas es por dos motivos. El primero, que estoy seguro de que a Patxo, el gran cronista del último Athletic campeón, le hubiera parecido muy bien. Y la segunda, que desde hace muchos años me acompañan unas palabras suyas. Solía repetírmelas cada vez que hablábamos de alguna polémica que rodeaba a nuestro club y le preguntaba qué opinión le merecía y cómo se podría solucionar. Escucho ahora aquellas palabras, dichas con su vocecilla de contador de secretos y ese punto ácido, ideal, que alcanza la ironía en su grado perfecto de destilación. «Ante todo, no hacer el ridículo».
Autor de un clásico del periodismo deportivo como es 'A mí el pelotón', editado en 1986 y reeditado por 'Córner' en 2011 –durante años estuvo descatalogado y hubo que buscarlo como un tesoro perdido–, Patxo Unzueta era en sí mismo un libro abierto sobre el Athletic. Tenía del club un conocimiento enciclopédico, apoyado en tres grandes razones: su condición de socio desde los ocho años –estrenó su carnet en 1953 en el partido de homenaje a mister Pentland–, su memoria implacable y ese talento natural que tienen los periodistas de raza para pillar al vuelo, como un camaleón a sus presas, las mejores anécdotas. Su conversación, naturalmente, era deliciosa. Y el mejor ejemplo fue otro libro 'Athletic 100, Conversaciones en La Catedral', que reunió una serie de tertulias rojiblancas entre Patxo y sus amigos Manu Leguineche y Santiago Segurola, su gran discípulo.
De las enseñanzas que nos dejó Patxo a los cronistas que le hemos seguido como buenamente hemos podido, a veces sin resuello, descolgados, sabiendo que nunca podríamos alcanzar a ese líder destacado, algunas se me han quedado grabadas. Hasta el punto de que me surgen de forma automática en diferentes situaciones. Cada vez que hablamos, por ejemplo, de la inquina de la afición de la Real con el Athletic, recuerdo su explicación. «Que les miremos con simpatía es lo que no aguantan. Les saca de quicio lo que consideran condescendencia de hermano mayor». Que el Athletic no sale al campo vestido de rojiblanco y luce una segunda equipación extraña, recuerdo de inmediato una analogía suya en un partido en el que su equipo vistió de azul. «El Athletic vestido de azul es como una paella verde».
El sentido del humor fue otra de las características del maestro Unzueta. En un artículo titulado 'Goikoetxea no es un rompepelotas', escrito cuando el jugador de Alonsotegi lesionó a Maradona, describía cuál era, a su juicio, el verdadero problema del defensa rojiblanco. «Un defensa central, para ser alguien en el fútbol, debe no solo serlo, sino parecerlo. Es decir, tener aspecto de defensa central. El problema de Goikoetxea, como en su día el de Ovejero o ahora mismo el de Arteche, es que lo parece demasiado, que tiene demasiada cara de defensa central».
Siendo un verdadero intelectual, su visión alcanza lugares que para los demás no dejaban de ser zonas de sombra. Todos podíamos ponernos a discutir sobre la filosofía del Athletic, sobre sus orígenes, alcance y contradicciones, las famosas trampas al solitario, pero en esas situaciones sólo Patxo podía citar al historiador británico Eli Kedouri y rescatar una cita de su libro 'Nacionalismos', concretamente la frase de un diplomático polaco al que, tras la Primera Guerra Mundial, le preguntaron sobre qué criterios apoyaba su definición del ámbito territorial de la nación polaca: «En el principio histórico, corregido por el lingüístico, siempre que opera a nuestro favor».
No puedo acabar en estas líneas sin recordar lo que escribió Patxo sobre Zarra y Gainza, los dos grandes ídolos del Athletic en la postguerra. Es otra de sus reflexiones que nunca olvidaré. Los aficionados, sobre todo los niños, estaban divididos entre partidarios de uno y otro. No dejaba de ser una vieja división muy humana. «Al fin y al cabo», escribió Patxo, «la humanidad siempre se ha dividido entre quienes aspiraban a convertirse en figura central de la representación y los que preferían ser autores del último pase». Él era de estos últimos.
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