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Evocan quienes le conocieron que Juan José Pujana gobernó el Parlamento vasco con «rigidez extrema». No hacía ni la más mínima concesión. Ni los diputados de su propio partido, el PNV, podían alargarse en los discursos lo más mínimo. Ni diez segundos de propina, ni ... cinco. Nada. Hoy por hoy el exceso verbal está permitido, pero Pujana no dejaba pasar una aferrándose al reglamento. Sus alusiones a tal o cual artículo para cortar de raíz alegatos o quejas salpican el diario de sesiones de aquellos plenos primigenios.
Cuestionado por el asunto, el primer presidente de la Cámara -lo fue desde su constitución en 1980 hasta 1987-, explicó años después, cuando ya había abandonado la política activa, que la ortodoxia fue el único método que encontró para que no reinara el caos en el arranque de la democracia. «La labor fue casi pedagógica porque nadie tenía la más mínima experiencia, los portavoces pedían la palabra aludiendo a cuestiones de orden y nadie sabía lo que era una cuestión de orden. Aquello podría haberse convertido en un mercado».
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Natural de Bilbao, Pujana falleció a los 79 años. Su última aparición pública fue en 2020, cuando recorrió junto a Bakartxo Tejeria la exposición fotográfica con la que se celebraba el 40 aniversario del Parlamento. «Su legado permanece», aseguró Tejeria.
Tras aquel puño de hierro se escondía un erudito licenciado en Derecho de discurso impecable que está considerado figura clave del nacionalismo durante la Transición y el arranque de la autonomía. «Es un claro exponente de una generación excepcional. Salían de la dictadura y el país estaba arrasado, pero consiguieron vertebrarlo», recordó el presidente del PNV, Andoni Ortuzar.
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Pujana formó parte del 'sanedrín' jeltzale durante los últimos años del franquismo. En 1977 fue uno de los cuatro emisarios del PNV en las conversaciones de Txiberta en las que ETA y la izquierda abertzale rompieron con los partidos nacionalistas y la vía institucional. «Vivían en su propia burbuja, nos podríamos haber ahorrado mucho sufrimiento», recordó en una de sus últimas entrevistas.
El salto definitivo lo dio en mayo de 1978 cuando, tras la muerte de Ajuriaguerra, lo sucedió como consejero de Ordenación Territorial del Consejo General Vasco que presidieron Ramón Rubial y, después, Garaikoetxea. Luego llegó la elección como presidente del Parlamento. Dos legislaturas en las que sentó las bases de lo que es ahora la institución. Se despidió en 1987. Meses antes había participado en la fundación de EA tras la escisión del PNV. Fue senador autonómico hasta 1991, pero su salida de la política fue paulatina hasta anunciarse dos años después. Abandonó la presidencia de EA en Bizkaia por «razones profesionales» y se echó a un lado.
Pujana siguió a partir de entonces los vaivenes políticos vascos desde un discreto segundo plano. Desde la casa torre del siglo XV de Elorrio en la que residía. Nadie se atreve a cuantificar el número de incunables que atesoraba en su gigantesca biblioteca a la que se dedicó en cuerpo y alma. Durante años coordinó el Centro Superior de Música de Euskadi, Musikene, y fue miembro de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Pero, sobre todo, se dedicó a la escritura y a la traducción de textos de la Grecia clásica.
Para siempre quedarán las versiones en euskera de Philostratos, considerado el primer crítico de arte, y de 'Los caracteres' de Teofrasto, texto pionero sobre psicología. Aunque la traducción que le colmó fue la de 'La República'. Él hablaba de la 'Politeia' para referirse a la obra, un término sin traducción al castellano. Pujana quería que fuera aquel trabajo el que trascendiera el paso del tiempo. «La 'Politeia' de Platón en euskera es mi testamento político».
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