![Adiós a Andrés Apellániz, una vida dedicada al arte](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202302/04/media/cortadas/andres-apellaniz2-kqBD-U1905270153037QC-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Se apagaron las luces y los colores para el pintor Andrés Apellániz Sáez de Ibarra. Ha sido este sábado 4 de febrero con la amanecida, a las 8.30 horas. Tenía 94 años. Hubiera renovado onomástica el 10 de abril próximo. Conservó hasta el fin ... de sus días prácticamente un brío y una lucidez encomiables, aunque como es natural cada vez con más achaques debido a su longeva existencia. Pero ahí ha estado disfrutando de la compañía y de la atención amorosa más todavía durante esta última década -día y noche- de su entregado hijo Mikel, quien como una de esas navajas suizas multiusos ha constituido su más privilegiado sostén. De ello damos fe quienes conocemos y hemos estado convenientemente informados de los avatares familiares de estos últimos tiempos.
Larga vida ha disfrutado Andrés, efectivamente. En estos momentos de tristeza para los que le hemos querido como amigo y lo hemos apreciado como pintor y como galerista durante más de treinta años con contactos muy asiduos, quizá la mayor lisonja que sobre su figura podemos transmitir es que no dejó inacabado ningún proyecto y ninguna asignatura pendiente. Toda su biografía resultó plena si exceptuamos el mazazo tan tremendo que supuso la pérdida de Puri, su compañera y cómplice, su esposa, fallecida en enero de 2010. En cambio, otras adversidades las supo llevar primero con sorpresa e incredulidad, después visto el percal con natural elegancia y sano descreimiento. Y ahí siguió, con su vida, con su hijo, a quien colocó al frente de la dirección y como merecido heredero de Galerías Apellániz.
Su infancia, hasta la turbamulta civil de 1936, transcurrió en Orio. En esta villa marinera aprendió tímidamente a comunicarse en euskera, y dio sus primeras brazadas en la ría y en el mar. Después, como interno, vinieron los Corazonistas de Vitoria -tuvo como apodo `el alemán´ por su plantada y rubicunda fisonomía-, cursando estudios también a continuación con los Hermanos del Sagrado Corazón de Donostia. Y en la bella Zarautz, donde se asentó la familia Apellániz nada más alumbrada la posguerra, comenzó a desplegar sus tempranas capacidades delante del lienzo ante la mirada complaciente de su padre Jesús. Siempre deseó el gran paisajista que sus hijos pintaran, así la malograda Ana María y también el benjamín Juan Antonio -Jon-, para que tuvieran de esta manera mucho fundamento, como le gusta proclamar también de vez en cuando al cocinero más dicharachero y televisivo del entorno.
En 1948 se establecen los Apellániz definitivamente en Vitoria -su ciudad natal-, pero hasta irrumpir la década de los setenta retornarían a la villa guipuzcoana durante los meses estivales. Ahí se encontraban las primeras instalaciones de Galerías Apellániz, desde la más inmediata posguerra orientadas al mundo de las antigüedades y a la recuperación etnográfica de materiales, objetos y útiles conseguidos en las visitas por los caseríos de la zona. Después vendrán los buenos surtidos de arte contemporáneo con prestigiosas firmas vascas. Las actuales Galerías de Arte Apellániz en la calle General Álava abren sus puertas más adelante, en mayo de 1954.
Llegado a este punto, pensamos que quizá no se ha ponderado todavía ni mucho ni poco la tarea de Andrés Apellániz como galerista, pues su contribución a la puesta al día y revalorización de lo que hoy entendemos como Escuela Vasca de Pintura desde la tradición figurativa, es, fue ya de auténtico relumbrón. Un predicamento profesional apabullante, casi enciclopédico y documentado, un tanto soterrado si no injustamente ignorado. Museos, galeristas y marchantes, coleccionistas y clientes, historiadores, aficionados en general y un público de amplio espectro, todos, en mayor o menor medida, hemos recurrido al conocimiento y la sabiduría de Andrés -ahora a la de su hijo Mikel beneficiándonos, cada uno en lo suyo, de estas labores desarrolladas durante décadas.
Por supuesto; Andrés Apellániz ha sido también -seguirá siéndolo para la posteridad- un reconocido pintor. Asentado su estilo y su credo desde mediados de los cincuenta, resultó un acreditado especialista en los asuntos de paisaje. Fue un buscador constante de las posibilidades expresivas que ofrecían las panorámicas y los rincones de cualquier geografía, principalmente la vasca, motivos de la realidad que acotaba en cuadros: impresiones de luz y color, armonías y sensaciones cromáticas fácilmente inteligibles para el espectador. Fiesta para los ojos. Pura visibilidad. Emociones visuales. Puro gozo.
Persona sensible, lenguaje sensible como pintor. Formal, intrínsecamente formal. Responsable y respetuoso capaz de entender a casi todo el mundo menos a los idiotas. Ahí se mostraba muy corajudo. Nos queda de Apellániz Sáez de Ibarra su respetabilidad, su impecable trayectoria, sus obras. Una eficacia, unos contenidos, unos valores que no ha podido llevarse `la noche más oscura´.
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