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YVONNE ITURGAIZ
El arquitecto que quiere construir alegría
Iñaki Aurrekoetxea

El arquitecto que quiere construir alegría

Viernes, 28 de mayo 2021

La realidad desde muchos puntos de vista

Iñaki Aurrekoetxea (Zamudio, 1953) es arquitecto por la Escuela de Arquitectura de Donostia desde 1979. A principios de los años 80 trabajaba como técnico en el Gobierno vasco, «donde nos transmitieron que veníamos a generar una nueva sociedad. No había horarios». En 1988 funda su primera oficina. En 1995 le ofrecen el cargo del director de Vivienda en Lakua, que deja al año siguiente para regresar a su estudio tras el fallecimiento de su hermano. Con su firma, IA+B, donde ahora le acompaña su hijo, ha tenido un papel muy relevante en la regeneración urbana de Bilbao.

Siempre hay que estar en algún sitio, y salvo que estemos en el monte o en la playa, ocuparemos casi seguro un entorno diseñado por un arquitecto. Así es de importante esta gente en nuestras vidas. Algunos, como Iñaki Aurrekoetxea, de un modo especial. Él ha sido testigo y también artífice del cambio total que ha experimentado el País Vasco en estos últimos 25 años. Sobre todo, Bilbao. Ha estado implicado en grandes proyectos de carácter residencial como las torres de Isozaki o el Artklass en la plaza Euskadi; también tiene su sello el diseño de ese trozo de ciudad que es Miribilla; en materia de equipamientos, está la Intermodal, referencia por el lado de la movilidad a nivel casi europeo; y hoteles como el Domine o el Hesperia -¡qué colores!- certifican su participación en el giro que ha dado el país, de ser una tierra básicamente industrial, a una de servicios. Pero, y esto es una pena, también detecta que se han enfriado los ímpetus que han conducido a culminar con éxito ese cambio obligado por las circunstancias. «Nos hemos acomodado».

A Iñaki Aurrekoetxea le gusta cocinar -«y no se me da mal»- por varias cosas, pero una de ellas es porque se parece un poco a la Arquitectura. Por lo de compartir con los demás ciertas habilidades que tiene uno y que pueden mejorar la vida del prójimo. Dar algo de «alegría». Es una palabra que utiliza mucho.

En la sala donde recibe, en su estudio, una pared está ocupada por fotografías de obras relevantes en las que ha participado. Que si la Intermodal, que si las torres de Isozaki, que si el Domine, que si Miribilla... También hay un chalé. Parece este último un logro modesto en comparación con los iconos que le rodean y que salpican la trayectoria de este hombre. «Es la casa de un amigo. Una de mis mayores satisfacciones profesionales». Claro, es poner al servicio de alguien a quien se quiere la inteligencia de uno, sus conocimientos, sus habilidades. Es compartir un proyecto que absorbe «parte del alma de los dos». «Ocurre pocas veces en la vida. Lo malo es que sólo pudo disfrutar un año de la casa». Aurrekoetxea se emociona. También lo hará en otro momento de la conversación, al recordar 'La Anunciación' de Fra Angélico que está en el convento de San Marcos, en Florencia. Levanta la mirada y abre los brazos con las palmas de las manos hacia arriba, emulando la reacción que tuvo cuando la contempló por primera vez. Aprecia mucho esa capacidad de los genios de «generar belleza, generar sensaciones. Casi me pongo a llorar».

«Es incomparable la ilusión que se siente al participar en un cambio así, la implicación personal y emocional al crear una nueva administración»

Llegar al Gobierno vasco en 1981

Está bien saber usar con pericia la regla y el cartabón, pero seguramente sólo desde la sensibilidad se puede marcar la diferencia, construir entornos donde la gente pueda ser feliz. Iñaki Aurrekoetxea forma parte de ese grupo de personas que durante los últimos 25 años marcó la diferencia para que Euskadi se reinventase. Él puso su parte desde Bilbao en lo tocante a la regeneración urbana. «La generación de espacios abiertos, peatonales, de relación, donde fomentar la actividad física...». Hay que tener en cuenta que este hombre ve cada día el fruto de su trabajo como enorme representación física. Dice que eso supone ciertas «cargas psicológicas».

- ¿Cargas psicológicas?

- Nuestra profesión tiene ese componente social trascendental, nuestros proyectos se quedan ahí. Las decisiones que tomamos no son inocuas. Se trata de que la gente que ocupe esos espacios tenga una experiencia de vida (vuelve a mencionar la alegría).

Recuerda que en Miribilla hubo que adaptar el diseño de ese pedazo de ciudad a una falla geológica que había ahí, sobre la que no se podía construir, y que ahora ocupa el gran parque de Jardines de Gernika. También como idearon «mezclar el concepto de manzana con el de bloque abierto para generar espacios multiusos».

YVONNE ITURGAIZ

«Supone ver las cosas de manera diferente a como se ven cuando eres técnico: hay capacidad de decisión y de generar políticas»

Director de Vivienda en 1995

Pero si hablamos de soluciones imaginativas con relevancia urbana, está como hito especial la escalera monumental entre las dos torres de Isozaki. «No responde a una necesidad funcional, sino formal». Se refiere a que nunca serían necesarios sus cincuenta metros de anchura para absorber el volumen de peatones que pasan por ahí. «Pero más pequeña quedaría lúgubre, triste». Además, y lo más importante, es que se trata de la conexión entre El Ensanche y el paseo de Uribitarte. El punto de encuentro fundamental entre dos partes vitales para la ciudad que, estando próximas, se daban la espalda. Le hubiese gustado que se consolidase la escalinata como lugar de socialización, de reunión. Un poco como las escaleras de la Plaza de España, en Roma. Pero como aquí en la parte de abajo no hay mucha vidilla, pues no ocurre.

En este proyecto trabajó con Arata Isozaki, con asiento en el Olimpo de la Arquitectura. Ese tipo de gente siempre genera mucho interés, como lo hacen las estrellas de rock y otras divinidades. Él dice que detrás del mito siempre hay personas, y en este caso recuerda más bien el choque entre culturas. «Trabajar con gente oriental es diferente por la mentalidad, por la manera de ser». Le dan mucha importancia a la jerarquía. Recuerda en especial aquellos paseos hacia el Ayuntamiento, en los que a la altura de Isozaki sólo podía ir el traductor; un paso por detrás, su colaborador más estrecho; por detrás de este, el siguiente; y así hasta el último pelagatos, entendido esto último en términos de dignidad oriental. A Aurrekoetxea también le da un poco la risa cuando recuerda las instrucciones que llegaban desde Japón para cortar las piedras con una precisión de milésimas de milímetros. «¡Unas piedras! ¡Eso es imposible!».

«Fue estupendo vivir en primera persona la transformación de Bilbao entre los años 1996 y 2007»

En la esfera privada

Lo curioso es que esa jerarquización era especialmente contemplada por quienes estaban más abajo en la pirámide. Porque, por lo general, «los genios son humildes, no tienen miedo a compartir conocimientos». Los destellos de genialidad vienen de la «mano del artista». Es algo intransferible. Como lo que hizo David Chipperfield («tiene un carácter fantástico, muy normal») en el museo de Pérgamo, en Berlín. «Es imposible copiar esa delicadeza...».

Ahora Euskadi y Bilbao necesitan una nueva revolución, y percibe Aurrekoetxea que las administraciones están un poco acogotadas. Hay mucho político profesional y este perfil humano tiene aversión al riesgo. Malo, porque «hay que ser imaginativos, no se puede tener miedo a equivocarse; hay que tener miedo a no tomar decisiones». También es cierto que, a menudo, los dirigentes son reflejo de las sociedades. Opina que aquí hubo un crecimiento económico rápido que quizás nos haya dejado un poco paralizados ante la adversidad.

Los peligros de una sociedad desmotivada

Cuando se le pregunta a Iñaki Aurrekoetxea cómo ve el futuro se pasa la mano por la calva, frunce el ceño y parece que le cuesta ponerse de mal rollo. Luego, admite que lo ve «con cierto pesimismo». Nota una clara «falta de motivación en nuestra sociedad, falta de viveza». Y pone como ejemplo de deriva deprimente lo que ocurre en la Gran Vía de Bilbao. «Antes había actividad económica, mercantil, tiendas de calidad, hostelería...». Todo aquello ha ido decayendo y los espacios los han ocupado grandes cadenas. «Estamos en un modelo de consumo barato, el objetivo es que se consuma mucho. Baja la calidad de las cosas y también baja la calidad de la sociedad». Incluso en lo tocante a las relaciones. Se ha fijado que entre la plaza Circular y Moyúa «sólo hay un bar». En su opinión, esto es significativo porque lo nuestro es relacionarnos en la calle, en torno a un café o una caña. Ahí hay alegría. «Si eso se va perdiendo, ¿en qué nos quedamos?».

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