Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Esta imagen de San Pedro arrepentido de su negación a Cristo, según los Evangelios, estuvo atribuida a Ribera por el naturalismo y la iluminación de tono tenebrista. Sin embargo, ha sido unánimemente reconocida como obra de Murillo. El naturalismo juvenil del pintor sevillano, deudor de Ribera pero con personalidad propia, ha sido redescubierto gracias a obras como esta, virtualmente desconocida hasta su ingreso en el museo en el año 2000. El rostro, de contenido patetismo, traduce muy bien el dolor y la esperanza. El joven Murillo aborda un tema de gran carga emocional con detalles que demuestran su vigorosa técnica, como las manos, la llave y el libro.
Fue el último de catorce hermanos, hijos de un hombre de discreta fortuna que murió cuando él solo tenía diez años. Con 18 inició su aprendizaje y emprendió una brillante carrera que le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla, superando en fama incluso a Zurbarán. Era el que mejores contratos obtenía, tanto con instituciones religiosas como con personajes civiles. Fundó una academia de pintura en su ciudad y, aunque su fama se extendió por todo el territorio nacional y pudo haber sido pintor de corte, se quedó en Sevilla hasta el final de su vida.
Una vez que te metes a cura, se te quitan todos los miedos. Miedo escénico, de verdad, yo no tengo ninguno a estas alturas. ¡Si me paso el día predicando!», se ríe Mario Iceta, obispo de Bilbao y hombre de acción. No hay más que verle de puntillas, echando un cable al fotógrafo de EL CORREO para enganchar una sábana negra detrás de un cuadro colgado en la pared de su despacho. «Así equilibramos el peso y, luego, con unas chinchetas fijamos el extremo izquierdo. Menudos Pepe Gotera y Otilio que somos, ¿eh?», se anima el prelado, con el mismo (o casi) entusiasmo de los periodistas.
No se arruga ni ruboriza, ni siquiera cuando se le pide que asuma el papel de San Pedro en una recreación del cuadro de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) que atesora el Museo de Bellas Artes. «Vosotros me decís, pero ya aviso que no soy nada bueno para posar. A ver si nos sale bien...», confía el obispo guerniqués arrellanado en una butaca, mientras su secretario particular, Pruden Erezuma, le desliza una llave antigua de hierro en el regazo. Una de tantas que tiene la Basílica de Begoña. Bien puede valer como réplica de las que supuestamente abren las puertas del Cielo. Poco a poco, la estampa de 'San Pedro en lágrimas' empieza a cobrar vida. Solo falta un libro parecido al que aparece en el lienzo del artista sevillano. Iceta se acerca a una estantería y agarra con mimo un ejemplar. «Quizás puede valer la Euskal-Biblia. ¿Cómo lo véis?», pregunta. No, no sirve. Tiene que ser un libro de tapas rojas.
Al final, se elige un mamotreto que resume la vida y milagros de un potencial beato. «Se trata de la 'positio', la documentación que avala la trayectoria de la persona», explica Iceta con gesto serio. Elevar a alguien a los altares no es cosa baladí. No todos son como San Pedro, con tantos méritos que se le pinta como portero de la casa de Dios. Hay que investigar a fondo, «en esto y en tantas facetas de la existencia». Médico de formación, al obispo le apasiona llegar a la verdad que palpita en todas las cosas. No se deja llevar por las apariencias.
¿Será que no le gustan las artes plásticas? «Le seré sincero. Lo que me apasiona es la música. Sobre todo el estilo impresionista (Debussy, Ravel, Fauré, Duruflé...), que es muy sugerente y sensorial. Yo no soy nada cuadriculado, no quiero que me den las cosas hechas». Así se entiende que sus pintores favoritos sean Picasso y Miró, adalides de la vanguardia que rompieron moldes. Siempre le ha motivado lo desconcertante, «tener que buscar detalles y atar cabos para descubrir el significado, que puede ser uno para mí y otro para ti».
Mientras tanto, el fotógrafo sigue con su trabajo. Delante de la cámara, con la cabeza inclinada, igual que San Pedro en el lienzo, se queda callado, con los ojos entornados y suspira profundamente. Se nota que está sufriendo un poco. Al terminar, se fija en el cuadro de Murillo que ha servido de modelo y brilla en un iPad, encima de la mesa. «¿Qué veo? Pues, mira, a un hombre que no pierde la esperanza, listo para ponerse en marcha», describe Iceta. Es un enfoque muy cercano a su sensibilidad. El obispo de Bilbao necesita desafíos, de ahí que le entusiasme tanto la improvisación musical. Es un organista muy hábil. Arte no le falta.
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.