Montaña alavesa, tan bella, tan vacía

Así, en Mendialdea el índice de envejecimiento es de aproximadamente un 40% cuando la media alavesa en esa franja de edad es de un 15,9% y la de la Comunidad Autónoma Del País Vasco es de un 18,1%. A pesar de que en los últimos tiempos se ha construido o adquirido vivienda en los pueblos de la zona, lo cierto es que los empadronamientos en los núcleos poblacionales de Montaña Alavesa no terminan de remontar. Son pocos los jóvenes que deciden trabajar en sus explotaciones agrarias o ganaderas, la mayoría opta por trabajar en Vitoria y volver al terruño el fin de semana. Las familias con niños también observan como un obstáculo el depender constantemente del vehículo para desplazamientos varios, compras o realización de actividades complementarias a la escuela. Las visitas médicas y las necesarias gestiones administrativas exigen depender de un autobús y adaptarse a unos horarios no siempre atractivos.

La propia vida social de nuestros pueblos ha experimentado cambios, en muchos casos se ha fomentado un tipo de construcción que genera cierre, con vallas o setos, y no apertura a la comunidad. Como señaló acertadamente el antropólogo Josetxu Martínez Montoya, hemos asistido en los últimos años a un fenómeno muy curioso, pues en la ciudad se ha producido una especie de 'ruralización del mundo urbano' y en los pueblos, por el contrario, una cierta 'urbanización del mundo rural'.

Como ya hemos apuntado son muchos los factores que inciden en que se produzca este abandono de los pueblos: transporte, sanidad, educación, cultura, tiempo libre, asociacionismo, infraestructuras, asistencia social, etc. Pero siendo todas ellas importantes, resulta fundamental la cuestión de la oferta de empleo y por lo tanto de la economía de la zona. Si ya la situación del campo es difícil en todo Álava, en la Montaña Alavesa se complica aún más teniendo en cuenta su especial orografía. Se ha de tener en cuenta que en muchos pueblos la superficie de terreno dedicado a la agricultura es inferior a un tercio de la superficie total de cada enclave, el resto es bosque o monte bajo. Esta situación ha generado que en muchos pueblos se generara una agricultura casi de subsistencia.

En la actualidad las fincas son trabajadas por pocos agricultores que llevan la tierra de todos los que o se han jubilado o han emprendido camino hacia la capital. Podríamos decir lo mismo del sector ganadero, lo que finalmente evidencia una falta de motivación por el sector entre los jóvenes, dificulta el necesario relevo generacional y merma la vida social.

Si bien esta zona del territorio nos ofrece paisajes y rutas de una belleza espectacular, y aceptando que el turismo rural ha sido una salida para algunos de sus habitantes, no es menos cierto que sólo la belleza paisajística y la vida sosegada no resultan suficiente aliciente. El esfuerzo de las instituciones, fundamentalmente de la Diputación Foral, es notable en el campo, pero aceptemos que será imposible conseguir que las nuevas generaciones se queden a vivir en nuestros pueblos si no les ofertamos las mismas, o similares, posibilidades de desarrollo económico y humano que en la ciudad. Y eso exige tener en cuenta todos y cada uno de los aspectos antes comentados. De lo contrario, ya saben… 'Casa con huerta, no viene a cuenta'.