uando nos preguntan cuánta importancia tienen en nuestra vida cuestiones como la familia, el trabajo, la política, el ocio o la religión, apostamos abrumadora y mayoritariamente por la familia, 'nuestra familia', eso es lo que indican las Encuestas de Valores desde hace décadas. La institución ... familiar tiene gran importancia en nuestras vidas. Confiamos en las personas de nuestra familia y son las primeras personas a las que acudimos cuando necesitamos apoyo, ayuda o consuelo.
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Sin duda, la familia es un grupo de pertenencia sumamente influyente en la construcción de nuestro yo social, no en vano, se la considera como uno de los principales agentes de socialización. Siempre me ha gustado la expresión de Cooley, «el yo en la mirada del otro» para explicar cómo nos comportamos respondiendo a las expectativas que creemos estar generando en los demás y, en este caso, hablamos de la gran incidencia que tienen las expectativas que madres, padres y tutores proyectan sobre sus hijos e hijas en la construcción de sus identidades y personalidades. Sin duda, cuando nos preguntan por 'la familia' tenemos bastante claro quiénes la componen, entendemos el concepto, sin embargo, no existe una única manera de ser familia y en nuestra sociedad y en nuestra cultura, coexisten diferentes formas de ser familia. Uno de los principales cambios que ha sufrido nuestra sociedad ha sido, precisamente, la evolución de los hogares y el cambio en la composición y definición de las familias. Esta pequeña revolución ha estado muy relacionada con el cambio vivido por las mujeres y por la redefinición paulatina de cuál es el rol o papel social que deben jugar las mujeres en el mundo.
Hagamos un poco de historia. Antes de la revolución industrial, cuando el sector primario era la base de la economía, la unidad familiar era una unidad de producción y la familia era extensa. Cada miembro cumplía una función y aportaba valor añadido, de ahí la expresión «nacer con un pan debajo del brazo». El cuidado se repartía y tanto la crianza de los menores como la atención a las personas mayores era una labor comunitaria, aunque el rol jugado por las madres, tías, hermanas mayores y abuelas era mucho más evidente. De la mano de la industrialización y de la urbanización, cuando las familias se trasladaron a los pisos de las ciudades, la familia extensa se redujo a la familia nuclear, ese cambio vino a reforzar las labores de cuidado atribuidas a las mujeres y la división sexual del trabajo, que ubicaba a las mujeres en el ámbito doméstico-familiar y a los hombres en el ámbito público, laboral y político, provocando desigualdades estructurales que se definieron como naturales.
El movimiento feminista de la segunda ola denunció la mística de la feminidad y le puso nombre a la desazón que provocaba la negación de los derechos civiles y políticos sufrida por las mujeres. La revolución sexual que supuso la llegada de los anticonceptivos y de la planificación familiar favoreció el control de la natalidad por parte de las parejas y la posibilidad de que las mujeres empezaran a demandar medidas que favorecieran la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, su acceso a la educación y su incorporación al empleo cualificado, porque las mujeres, por mucho que se niegue, han trabajado siempre dentro y fuera de casa (en los caseríos, en los puertos, en las minas, en las fábricas, en los campos, etc.). Las familias empezaron a necesitar dos sueldos para poder salir adelante y el incremento de la empleabilidad de las mujeres redujo drásticamente la natalidad ya que su incorporación al ámbito público no redujo sus responsabilidades en el ámbito doméstico. No es la única causa, puesto que debemos añadir como factores explicativos de este fenómeno demográfico el cambio de valores y de prioridades, la precariedad laboral y las dificultades de acceso a la vivienda.
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Ha habido cambios legislativos que también han incidido en el cambio de las familias. Por ejemplo, la ley del divorcio nos permite asistir a lo que se conoce como familias reconstituidas o la Ley del matrimonio de personas del mismo sexo que atribuye y reconoce derechos a nuevas formas de ser familia. También los avances tecnológicos aplicados a la fecundación han favorecido la maternidad de mujeres solas que se han constituido como familias monomarentales. Hoy hablamos del incremente de hogares unipersonales, tanto entre la gente joven como, sobre todo, entre la gente más adulta y también nos hacemos eco del incremento de soledades no deseadas. Hoy, nuestras familias son diversas, distintas, plurales, originales o tradicionales, pero todas ellas encajan en la definición compartida de 'familia' cuando nos preguntan en una encuesta cuán importante es la familia en nuestras vidas que, como siempre, sigue siendo altísima.
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