La familia con las López Alcalde

DIVERSAS E IGUALES. Hace 75 años eran inconcebibles realidades tan asumidas hoy como las familias homoparentales o las monoparentales. La ley de matrimonio igualitario supuso un innegable avance social a la altura del que se logró en 1981, con la aprobación de la ley del divorcio

JORGE BARBÓ | RAFA GUTIÉRREZ (FOTOGRAFÍA)

Lunes, 22 de noviembre 2021

Si en los 70 y los 80 se le pedía a un niño en el cole que dibujara a su familia (épocas atrás, en el colegio se estaba a otras cosas, como aprender la lista de los reyes godos o los afluentes del Tajo de ... carrerilla), lo más probable es que ese crío tirara de imagen arquetípica: el papá, la mamá, un porrón de hermanos y una casita con tejado triangular con chimenea humeante. En los 90, en esos dibujos ya empezaban a colarse modelos de familia distintos: solo papá, sola mamá o, directamente, dos casitas en el mismo folio. Y, a partir de 2005, con la aprobación del matrimonio igualitario, empezaron a pintarse, con muchos colorines, modelos de familias diversas. Como la de Livia y Bea.

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Él, aprisionado en una camisa demasiado almidonada; un chaval acogotado pero guardando las formas, interpretando el papel de marido, de cabeza de familia, de hombre impertérrito, de macho machísimo incapacitado de ahora en adelante para mostrar el más mínimo sentimiento. Ella, endomingada, de negro y con el vestido bajo la rodilla, tratando de esbozar una sonrisa y disimulando el pavor, el miedo, el puro vértigo que le produce la nueva vida que se le viene encima: esa noche de bodas en la que no sabe muy bien, no tiene muy claro, qué ni cómo ni en qué postura ni por dónde va a suceder. Ahí están ellos, dos pánfilos repeinados demasiado jóvenes, demasiado inocentes, quizás enamorados, posando ante la cámara en el primer día del resto de sus vidas. Hasta que la muerte les separe.

La idea de familia ha cambiado de forma radical en los últimos 40 años

Con levísimas variaciones, el de estos dos tortolitos recién casados es el retrato de bodas tipo de esa Álava de mediados de los 40. Y de los 50. Y, con cambios en el vestuario pero no en el fondo, de la mayor parte de los 60, 70 y 80. Un santísimo matrimonio ungido por la gracia de Dios y la heteronorma, el único modelo de familia concebible en esa España de antes de ayer que ahora se antoja tan lejana. Así fue el de José Antonio y Mari Carmen y el de Juan Ángel y Mari, los abuelos de Livia y Bea. Y el de sus respectivos padres, aunque la foto de la boda de José y Rosa, los aitas de Livia, ya respiraban cierta transgresión: ni él se anudó la corbata ni ella se plegó a ceñirse un vestido blanco tipo tarta de merengue. Años después, las dos, Livia López y Bea Alcalde, casadas y orgullosísimas mamás del pequeño Markel y con sus tres gatos, forman una familia, otra más, diametralmente distinta a la de sus abuelos, pero que en el fondo, en lo más atávico, comparten idénticos cimientos: el amor incondicional, la generosidad, la seguridad.

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Galería. Livia y Bea se casaron el 15 de julio de 2017 en la sala de recepciones del Ayuntamiento de Vitoria. Aunque no aparece en la imagen, ofició el enlace el alcalde Gorka Urtaran.

Para que la realidad de la familia que representan las López Alcalde fuera asimilada tan válida, tan normal –en el más estricto de los sentidos– como las formadas mediante esos matrimonios-de-los-de-toda-la-vida, con su boda y su tarta al whisky cortada con sable en los salones del hotel Antonia o del Albéniz, muchas familias como la suya tuvieron que vivir como tal solo de puertas para dentro. Formadas al margen de lo heteronormativo, brotaban y crecían, reñían y disfrutaban, pero sólo en la intimidad del hogar, como cantaba aquella canción tan cursi de Mecano, volando a ras del suelo, por debajo del radar social y, sobre todo, institucional. Ni siquiera se les reconocía como familias. Para los vecinos de la escalera, eran sempiternos compañeros y compañeras de piso, 'amiguitos', 'amiguitas' (así, dicho con comillitas y mucho retintín). O, directamente, los maricones del quinto o las bolleras del segundo. Desde luego eran otros tiempos. Por suerte, muy pasados.

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LA FAMILIA

  • 303 bodas entre personas del mismo sexo se han celebrado en Álava desde 2005.

  • Diversas e iguales Hace 75 años eran inconcebibles realidades tan asumidas hoy como las familias homoparentales o las monoparentales. La ley de matrimonio igualitario supuso un innegable avance social a la altura del que se logró en 1981, con la aprobación de la ley del divorcio.

Más bodas con menos alaveses

Según los registros históricos del Instituto Nacional de Estadística, en 1946 se celebraron en Álava 856 matrimonios. La inmensa mayoría, por supuesto, por la iglesia: el matrimonio civil durante el franquismo sólo estaba contemplado para aquellos que profesaban una religión distinta a la católica y también para los apóstatas. Vaya, en la práctica, para casi nadie. En la actualidad, en la provincia se casan cada año unas 700 parejas. La diferencia, en números absolutos, no parece tan enorme como en realidad es: conviene tener en cuenta que por aquel entonces la población alavesa apenas alcanzaba las 117.967 personas, algo más de un tercio de la actual (327.682).

Entre los dos datos, en estas más de siete décadas se han colado nuevas realidades, nuevas formas de familia y, sobre todo, de entender las relaciones humanas. Hogares unipersonales, monoparentales, homoparentales y coparentales (aquellos amigos que deciden tener un hijo en común a pesar de no tener una relación amorosa entre ellos), familias basadas en relaciones poliamorosas y tantos otros modelos como personas, como formas de entender la vida. Hoy Livia y Bea, son solo una familia más. Ellas son una de las 305 parejas homosexuales que se han casado en Álava desde que se aprobó la ley de matrimonio igualitario, aquel histórico 3 de julio de 2005.

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Jose López Iturriaga, el padre de Livia, durante una actuación con su grupo de música.

Pero antes, mucho antes Vitoria fue pionera. El 28 de febrero de ¡1994! en una ciudad que trataba de sacudirse esa imagen de capital de curas y militares, Cuerda sacó adelante una ordenanza modernísima, un registro de parejas de hecho que no distinguía entre parejas heterosexuales y homosexuales. No fue una ordenanza creada 'ad hoc' para gays y lesbianas, pero por primera vez daba seguridad, negro sobre blanco, a estas uniones y sobre todo, puso encima de la mesa un debate que entonces no trascendía todavía a la esfera pública. Para que luego se ponga en duda el poder transformador de las ciudades pequeñas. Se armó un buen follón. Las fuerzas más reaccionarias de la ciudad pusieron el grito en el cielo, claro, y acusaron al regidor de «violar la dignidad y el recato de Vitoria». Hasta el Papa Juan Pablo II se rasgó las vestiduras por la ordenanza que se acaba de aprobar en la capital alavesa. Creía que aquello iba a desbaratar el «orden moral».

«Nosotras no nos sentimos abanderadas de nada, solo somos una familia más»

Livia López, actual concejala de Deporte y Salud del Ayuntamiento de Vitoria, ni se acuerda de todo aquello. Por aquel entonces tenía quince años. Ella viene de una de esas familias enormes y tradicionalísimas: abuelo y abuela, padre y madre «y mogollón de tíos y tías». Es sobrina del exjugador de baloncesto Juanma López Iturriaga y del periodista gastronómico y celebrity pop Mikel López Iturriaga. «Soy hija de padres divorciados y, en los 80, aquello no era precisamente habitual. Ya en el colegio me sentí algo distinta», explica, Livia, que salió del armario (qué expresión esta) con su familia en un cumpleaños, con un Power Point. En el que –tachán– confirmaba lo que para los demás era ya más que evidente: que esa amiga que se dejaba caer por casa por Navidad, en los cumpleaños y las vacaciones, era en realidad la mujer por la que bebía los vientos. Y más tarde, llegó Bea. Su Bea. Se casaron, se dieron el sí quiero en una de esas bodas divertidísimas, con unas fotos tan poquísimo ceremoniosas y engoladas (nada que ver con la de sus abuelos, ni siquiera con la de sus padres) y montaron un negocio y pusieron los cimientos de un sólido hogar. Llegó el momento y lo vieron más o menos claro: querían tener un niño, sin presiones, sin estar empujadas por ese tictac atronador que más que el reloj biológico, da cuerda la presión social.

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Bea y Livia, en una de las primeras vacaciones que compartieron juntas, en 2015, en la isla griega de Skyros.

El pequeño Markel nació, deseadísimo, en plena pandemia, en un año, 2020, en el que vinieron al mundo en Álava 2.397 bebés. En 1946, 75 años atrás, se alumbraron 2.485 pequeños, según las estadísticas, que aclaran que, de todos ellos, 34 eran considerados ilegítimos. Por aquel entonces, claro, habría sido inconcebible (nunca mejor dicho) que dos mujeres pudieran tener un bebé. De hecho, el primer nacimiento en España de una niña conseguida mediante reproducción asistida –por aquel entonces, les llamaban bebés probeta– fue en 1984 y se llamó Victoria Anna.

Hoy ya nadie se gira con descaro al ver a Livia y a Bea pasear con su preciosísimo crío por la calle. Han escuchado algún comentario capcioso, claro que sí, y también alguna miradita tontorrona, pero la sociedad alavesa ha asumido sin aspavientos nuevos modelos de familia como los que ellas representan. «Nosotros no nos sentimos abanderadas de nada, solo somos una familia más», aseguran. Sí, como las demás.

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EL TESORO

La moneda: cara o cruz para decidir lo que importa

Si nos ceñimos a lo nominativo, vale lo que vale: un triste euro. Pero. Parece el objeto más ramplón del mundo mundial, que se encuentra en cualquier bolsillo, de cualquier persona. Cualquiera diría que este euro, algo desgastado, con la efige del emérito es indistinguible entre otras monedas. Pero para Livia y Bea, es única. Con ella han tomado todas las decisiones importantes de su vida. Pero importantes de verdad. ¿Compramos una furgo? ¿Nos casamos? ¿Tenemos críos? ¿Quién lo gesta? La moneda, a cara o cruz, siempre tenía la respuesta correcta. Es lo que tiene que cualquiera de las opciones te parezca la ideal.

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