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El antiguo aeropuerto se edificó en el lugar en el que se encontraba el centro del pueblo de Sondika. Allí se levantaban la iglesia, el Ayuntamiento, la escuela y numerosos caseríos, que ahora sólo sobreviven en los recuerdos de los mayores de la localidad y en alguna fotografía histórica. «La campa era preciosa. Allí celebrábamos las fiestas de San Juan y venía la gente de los pueblos cercanos. A nuestro caserío, que se llamaba Fabriketxes, venían todos los niños a beber agua porque teníamos pozo», relata Conchi Begoña, maestra ya jubilada que ha enseñado y visto crecer a muchos de los sondikoztarras, entre ellos el actual alcalde, Xabier Zubiaur. Ella y su familia tuvieron que abandonar su casa baserri para alojarse durante años en el caserío de sus abuelos en el barrio de Sangroniz y allí empezar de nuevo. Los mayores de Sondika cuentan anécdotas de aquellos primeros años del aeródromo. Su perímetro no estaba cerrado y tenía un tráfico muy leve. Así que los ganaderos llevaban a pastar allí a sus ovejas, que llegaban a ocupar la pista de aterrizaje, y los jóvenes disputaban partidos de fútbol en el lugar.
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En la actualidad, la terminal del antiguo aeropuerto, que entró en servicio en 1950 y recibió provisionalmente la denominación del piloto bilbaíno Carlos Haya antes de pasar a llamarse Aeropuerto de Bilbao, está tapiada. Sólo se vislumbra, a través de una cristalera llena de polvo, la zona infantil donde hay un descolorido tobogán y un columpio-pasarela en forma de avión. A la terminal se la come la maleza y, con esos viejos carteles amarillentos donde los precios de los antiguos carritos de maletas figuran en pesetas y esas vallas granates carcomidas por el óxido, recuerda mucho al aspecto fantasmagórico que presentaban hasta hace un par de años las instalaciones del Parque de atracciones de Artxanda, que cerró sus puertas al público en febrero de 1990 y fue vaciado hace dos. Es una 'cajita de zapatos', porque no se parece a ningún aeropuerto moderno donde nos dejamos arrastrar por las cintas de las terminales o pasamos un escáner en 3D mientras llevamos el billete electrónico en el móvil, aunque sí a otros como el de Hondarribia y el de Santander. Los de una edad se acordarán. Sondika era una terminal con una sola planta y sin parking subterráneo. Conserva el edificio contraincendios y el de la terminal de carga y una zona de aparcamiento en superficie, que esta semana estaba llena de coches y algún camión. En los últimos años ha habido varios proyectos sobre la mesa para recuperarla, pero ninguno ha llegado a materializarse. Se habló de instalar un museo de la aviación como hay en otros aeropuertos de Europa, de dejársela entera a Vueling e incluso de derruirla por completo y construir en el solar un hangar para guardar y mantener aeronaves de grandes dimensiones, algo de lo que Loiu carece.
Frente a la terminal está el pavimento de asfalto, donde rodaron allí los aviones desde 1975 (antes lo hacían en la pista de tierra, increíble). Está vallado y en buen estado, conserva las señalizaciones y la manga de viento, y por algo. Para acceder a esta zona hace falta una tarjeta de visita y hay que pasar un control. En Loiu se refieren a Sondika como la 'plataforma sur'. Nada es normal en medio de una pandemia, pero lejos de haber pasado a la historia, y pese a que el coronavirus ha hecho mella en el tráfico aéreo, esta zona sigue siendo un lugar con viento cruzado… y con vida. Porque no sólo de grandes aviones vive el aeropuerto de Bilbao. Alrededor de los airbus y boeings, las pistas de La Paloma son usadas cada día por jets de negocios, jets privados o bizjets, aviones a reacción diseñados para transportar desde cuatro a 20 personas, además de helicópteros y aerotaxis, un tráfico aéreo no comercial que el pasado año alcanzó casi siete mil operaciones. Todas estas aeronaves 'vip' acaban en Sondika, donde hay sitio para que aparquen hasta dieciocho. «Aunque como mucho suelen coincidir cuatro o cinco el mismo día», señalan Rubén Valero y Albany Guerri, agentes de handling de aviación general empleados en United Aviation, la empresa instalada en los bajos de la antigua torre de control -donde aún hay un radar de movimiento en superficie operativo- que asiste a las tripulaciones y a los pasajeros de estas naves.
«La semana pasada atendimos a un avión fletado por la Organización Nacional de Trasplantes con un equipo médico que venía desde La Coruña para coger un órgano en Cruces y llevárselo a un paciente gallego. La tripulación esperó en Sondika hasta poder reanudar el viaje de vuelta mientras los sanitarios operaban», señalan Valero y Guerri. «Viene mucha gente en jet privado para ir a comer al Azurmendi de Eneko Atxa o al Asador Etxebarri de Bittor Arguinzoniz, sobre todo. Estacionan aquí, hacen sus negocios, van a comer y vuelven a marcharse». Velero repasa la programación de esta semana. «Mañana viene un jet a recoger a un pasajero», advierte. «Actores del Festival de San Sebastián, futbolistas, altos ejecutivos, artistas del BBK Live… que viajan en sus jets privados pasan por aquí. Pasar por el control es más rápido aquí y están encantados con poder contar con un lugar tan discreto. Nuestra labor consiste en guardar sus aeronaves y asistirles en todo lo que necesario, hasta reservas de hotel si lo solicitan», explican en United Aviation. «Es una aviación muy irregular, no como cuando coges un tren o un autobús. Suelen avisar de un día para otro. Para mañana no había vuelos y ya le he dicho que esta mañana nos ha entrado uno. Estamos siempre de guardia. Para los partidos de la Eurocopa que se iban a disputar en junio en San Mamés esperábamos la llegada de muchos aviones de este tipo. Y para la Champions femenina vinieron jets privados del Olympique de Lyon y del Paris Saint-Germain. Sin estar sujetos a los horarios de los vuelos comerciales, llegaron, vieron los partidos y se fueron».
Los que tienen su sede permanente en el antiguo aeropuerto son los dos Cessna 172 del Real Aeroclub de Bizkaia, aviones monomotores de ala alta con capacidad para cuatro personas. Curiosamente, el Cessna 172 es el avión más fabricado de la historia y de entrenamiento más popular del mundo. Es de fábrica estadounidense y tan seguro que se sigue fabricando casi idéntico 60 años después de que comenzara a construirse. Bien lo sabe Iñigo Erezuma, instructor de vuelo y director del club. La entidad se fundó en 1950 y constituida por medio millar de socios, todos pilotos, y ocupa un edificio destartalado en Sondika, donde hace muchos años estuvo Spanair y, posteriormente, una escuela llamada Flybai. «Nuestros socios vuelan por hobbie y cuentan con estos dos aviones, pero además somos una escuela de pilotos», explica Erezuma. «Hasta el 11-S los miembros del club entraban y salían con soltura, incluso celebraban barbacoas aquí y se veía el humo desde La Paloma, pero aquello se acabó». Junto a las avionetas, hay un edificio de ladrillo con grietas que necesita un buen lavado de cara. Es el antiguo txoko del aeroclub, donde aún se conservan numerosos trofeos de los campeonatos en los que participaban, cuadros viejos y hasta los manteles de cuadros verdes puestos en las mesas.
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