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Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que no había campaña electoral en Euskadi que no estuviera punteada por su correspondiente reguero de sangre. ETA, que siempre aspiró a condicionar y tutelar a la sociedad a la que decía querer liberar a tiros, ... tenía como costumbre fija atentar antes de la cita con las urnas para tratar de imponer su particular programa.
Lo hizo con el propio Fernando Buesa, cuyo panteón en Vitoria fue atacado ayer con pintura roja, y su escolta, Jorge Díez, a los que asesinó dos semanas antes de las generales de 2000. A Alberto Jiménez Becerril y su esposa y a Manuel Giménez Abad los mató en puertas de las autonómicas de 2001. A Genaro García de Andoin, un día antes de las de 1986. Ya cerca de su epílogo, acabó con la vida de Isaías Carrasco la víspera de la jornada de reflexión de las generales de marzo de 2008. Y en los albores de la democracia, en la campaña previa a los comicios constituyentes del 77, atentó en 56 ocasiones. El asesinato de Enrique Casas enmudeció los mítines en 1984. Cuando no mataba, intentaba ejercer como actor político con sus treguas. Incluso el cese definitivo de la violencia, en febrero de 2011, lo anunció un mes antes de las elecciones.
Sirva el breve repaso para contextualizar esta campaña, la primera de unas autonómicas sin la banda terrorista, tras el teatrillo de Cambo de mayo de 2018 en el que escenificó -¡por fin!-, su desaparición definitiva. Es comprensible y hasta saludable que no se hable de ETA porque no existe. Lo que es más extraño es que, en una campaña en la que no han faltado las agresiones a pedradas y que arrancó tras otra campaña a golpe de pintura, la de los disidentes de ATA contra las sedes de los partidos o incluso los domicilios particulares de sus líderes, se haya hablado tan poco de sus víctimas, de la necesaria deslegitimación del terrorismo y cualquier otro acto violento y del futuro de la ponencia de Memoria y Convivencia del Parlamento vasco, bloqueada por las discrepancias entre los partidos y el 'aggiornamiento' democrático que aún tiene pendiente la izquierda abertzale.
Ayer, EH Bildu expresó su «rechazo» a la repugnante profanación de la tumba del dirigente socialista. Que nos fijemos en la palabra demuestra que la normalización de la que hablan algunos no se ha producido aún. Si efectivamente denostan con igual energía todas las vulneraciones de derechos, ¿por qué el debate terminológico? La impactante imagen del panteón atacado -más todavía por la frase que en él se lee: 'Fue un hombre de paz. Defendió la libertad de todos con la palabra'- ha sido el recordatorio que le faltaba a esta campaña tan extraña sobre la ausencia de un debate en profundidad acerca de lo que significa la memoria, o la importancia de educar en valores para que no se produzcan rebrotes... de odio, como el que nos sacudió ayer.
La realidad es que la mayoría de los partidos han soslayado el asunto, seguramente con la convicción de que la sociedad vasca, agotada por la pandemia, hace tiempo que lo dio por amortizado. Lo expresó con claridad en el debate de EL CORREO Miren Gorrotxategi, que pidió «mirar hacia delante y no hacia atrás». La propia Idoia Mendia evitó hablar en el de ETB del ataque a su portal, que fue Iturgaiz quien mencionó. PP+Cs ha homenajeado esta campaña a Manuel Zamarreño y Pablo Casado estará hoy en Ermua para recordar a Miguel Ángel Blanco. Bildu y Podemos han dedicado actos específicos a las víctimas de la violencia de Estado porque la publicación de un documento desclasificado de la CIA metió a los GAL en campaña. Pero, igual que en muchos otros temas, se ha echado en falta un contraste de ideas sereno. Esperemos que se produzca esta legislatura.
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