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La única verdad política a estas alturas de la campaña para las elecciones del domingo 21 es que nada se puede dar por sentado. En primer lugar, por el duelo cerrado entre PNV y Bildu. Y, en segundo lugar, porque se ha normalizado que los ... compromisos electorales se pueden incumplir al día siguiente con la coartada de que las urnas «han hablado». Así que una coalición de gobierno formada por Bildu-PSE-Sumar podría desalojar del poder al Partido Nacionalista Vasco.
Incluso, una alianza Bildu-PNV también relegaría al partido de Pradales a un papel de abertzale comparsa. Puede suceder, o no. Pero la debilidad del partido que ha sido hegemónico durante casi cuarenta años en Euskadi es patente y obedece a un clima de deserción de un electorado que ha dejado de confiar en los herederos de Arana. Un segmento de desertores estaría formado por los decepcionados con un nacionalismo blando que ha frustrado sus expectativas de independencia. No hay que olvidar que un burukide, hoy en horas bajas, como Joseba Egibar, llegó a prometer que Euskadi sería independiente ¡en 2007!
Y que los españoles vivirían en tierra vasca como los alemanes en Mallorca. Esos votantes cavilan que el PNV ya ha tenido bastantes oportunidades y ha llegado la hora de confiar a otros el sueño de Euskal Herria. Otro grupo, cuyo número está por ver, lo formarían los que están hartos, precisamente, de pagar impuestos para que el sueño de Euskal Herria alimente multitud de proyectos socio-linguísticos-identitarios, solo para satisfacción de la minoría que ordeña los presupuestos. También hay emprendedores, autónomos, profesionales, que aspiran a una sociedad más liberal, más abierta, menos intervencionista. El PNV es percibido por un abanico de personas entre 18 y 30 años como un partido de viejos, sin futuro. Ese hecho está tan testado sociológicamente que la dirección ha tenido que tapar a Urkullu que ya peina canas y sacar del banquillo a Imanol Pradales a pesar de que está todavía un poco tierno.
Los 'jobubis' (jóvenes burukides bizkainos), los Ortuzar, Mediavilla, Aurrekoetxea que tomaron el poder en el ocaso de Arzalluz, se creían que todavía eran unos jovencitos por ponerse la cazadora en los alderdis. El problema es que el PNV, si pierde el poder, pierde el aura de 'partido guía' como dice el gran peneuveólogo Santiago González. Pierde el control de la Ertzaintza, ahora ya en el alero; la red clientelar que es la gasolina de su hegemonía y su atractivo. Y la educación. El declive de los batzokis sería imparable. Recuerdo el trauma que representó para el PNV perder el Gobierno cuando el PP hizo lehendakari a Patxi López. Se pasaron tres años y pico que duró la legislatura calificando de okupas, ilegítimos, a los socialistas. Llorando por las esquinas. No pararon hasta lograr que López adelantara elecciones y volver a su estado natural en Ajuria Enea y Lakua. Con el recuerdo de aquel breve paréntesis al PNV le tiemblan las piernas.
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