La encuesta del CIS –que, según la inefable, que no infalible, portavoz del Gobierno, «es la que más acierta»– ha trastocado las expectativas electorales de Euskadi, bajándole los humos a EH Bildu y dándole un respiro al PNV. Frente a las unánimes predicciones de empate, ... los jeltzales se pondrían ahora un par de escaños por encima de los abertzales y podrían formar un cómodo Gobierno con el PSE-EE. Pero, conocido su autor, el citado sondeo no logrará que la campaña deje de ser la más competida desde la escisión del PNV en 1986 ni la de más incierto resultado. Sólo se consolidará, y no es poco, la doble certeza de que la batalla será entre dos y de que la bipolarización tendrá efectos corrosivos sobre los votos de los demás contendientes. A lo que los dos principales rivales recojan de sus más fieles adeptos se les sumará lo que rebañen del miedo o repulsa que los más indecisos sientan ante el posible triunfo de quien, de entre aquellos dos, más detestan.
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La situación descrita, por lógica que sea, no deja de ser sorprendente. Ni los principales rivales habrían pensado hace sólo un par de años que se irían a enfrentar tan pronto cara a cara en su lucha por la hegemonía en unas elecciones autonómicas que, hasta hace poco, se tenían por campo abonado para el triunfo jeltzale. Ni siquiera la disolución de ETA ni el olvido de su terror sugerían una evolución tan rápida de los acontecimientos. Pero una serie de circunstancias y actitudes cambiaron las tornas. A las dos ya citadas se añadió el acierto de Sortu al encapsularse en la carcasa de Eusko Alkartasuna, Aralar y Alternatiba para ocultar y dar cobijo, al amparo de EH Bildu, al verdadero núcleo emisor de la estrategia política. Facilitó así su inmediato blanqueo y conversión en «partido del sistema», apto para entablar relaciones normalizadas en el juego político. Al mismo tiempo, la debacle de una inarticulada izquierda que, con el nombre de Elkarrekin Podemos, se había encaramado a la cima electoral en Euskadi ofreció en bandeja sus votos a quien mejor representa el desengaño con la política al uso. Y, para colmo, una fascinación mediática por la novedad y la extravagancia ha venido a desembocar en una sentencia general de agotamiento contra la ayer ejemplar gestora y hoy rancia derecha jeltzale con el efecto de erigir la hijuela de la olvidada banda terrorista en alternativa gubernamental de Euskadi.
Producto de esos aciertos y acontecimientos casuales, la nueva izquierda abertzale ha abrazado el nombre y renegado del apellido. Como una moderna Afrodita, nacida, pulcra e impoluta, en milagrosa partenogénesis, de la espuma del mar, se ha despojado de todos sus antecedentes y remite al maestro armero las quejas y reclamaciones que pudieran dirigírsele. ETA es aquel «lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme». La autodeterminación y la independencia, ecos que nos llegan, lejanos y débiles, del parloteo catalán. Las algaradas de los chicos de GKS, incordios que no podemos explicarnos cómo han podido anidar en una sociedad tan pacífica y democrática como la que les hemos legado. Y las huelgas que interrumpen el trabajo en el sector público e incomodan a la gente, cosa de unos sindicatos enredadores de cuyas decisiones nos enteramos, como todos, por la prensa. Lo nuestro, lo de la nueva izquierda vasca, es la gestión de lo que tiene que ver con las cosas de comer y demostrar que, sólo gobernando con la mira puesta en el bienestar ciudadano, es como se llegará a proclamar un día, no lejano, la plena soberanía de Euskal Herria.
Gestión, gestión y gestión. Vivienda, Osakidetza, Ertzaintza y economía centrada en la persona son hoy los asuntos que abarrotan la agenda de la nueva izquierda no adjetivada. Como si sólo fuera su ideología abertzale lo que retrae a la gente de darle su voto y nadie recordara que fue precisamente su desastrosa gestión lo que la descabalgó del poder tras aquel corto cuatrienio que disfrutó en la administración local y territorial. ¡Quién no recuerda, en efecto, los gobiernos de Martín Garitano en la Diputación de Gipuzkoa y de Juan Carlos Izagirre en el Ayuntamiento de Donostia, de los que la malograda recogida de basuras y la abortada separación de Igeldo y San Sebastián son los memorables hitos de su mandato y el espejo en que se refleja la aptitud gestora de sus responsables! Pero, en fin, ¡quién sabe también si no vivimos en un país de encanto en el que el olvido ha suplantado la función catártica que en cualquier otro desempeña la memoria!
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