El ascenso en dos escaños del PSE-EE compensa el descenso del PNV en cuatro para salvar la más que probable continuidad de la coalición que ha integrado el Gobierno en la pasada legislatura. Aunque la aritmética haría posible la alternativa de EH Bildu y ... PSE-EE para alcanzar la misma mayoría absoluta, ni los soberanistas harán causa de su derecho con demasiada convicción ni a los socialistas les convendrá cambiar el actual 'statu quo'. El inmediato futuro será, pues, continuista, si bien la relación de fuerzas dentro del Ejecutivo se ajustará en un reparto de cartera más acorde con la nueva situación.
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De poco parece haber servido la campaña. Los resultados son los mismos que anunciaban las encuestas el 5 de abril. Ni siquiera la participación se ha visto empujada al alza de manera sensible respecto de lo que ha sido la media de las elecciones autonómicas. Se ha quedado, más bien, en la franja baja. Como se vislumbraba al inicio, EH Bildu se ha hecho con casi la totalidad de los electores que han huido, como era previsible, de la izquierda radical que hoy conforman Sumar y Elkarrekin Podemos, aun cuando el PSE-EE ha sabido beneficiarse en mucha menor medida de su debacle. Incluso el PP podrá felicitarse de su magro crecimiento, por mucho que no haya logrado quitarse de encima el incordio de Vox. El PNV, por su parte, se consolará con haberse mantenido vencedor en el número de votos, a costa de rumiar el mal sinsabor de verse igualado en escaños por EH Bildu y de haberse dejado un puñado de papeletas en el porcentaje total.
Pero, afirmada la continuidad para el presente, no cabe ignorar el anuncio de cambios que los resultados sugieren. En este sentido, las elecciones de 2024 han de interpretarse como una bisagra que cierra la puerta de un pasado como lo hemos conocido y abre la de un futuro previsible que ya asoma. En adelante, la incógnita no será con quién pactará el PNV para formar Gobierno, sino a quién apoyará el PSE a la hora de formarlo. La alternancia en la Lehendakaritza se ha proclamado en los comicios de ayer. Y, si en 2024 EH Bildu estaba blanqueado, como se ha visto, en 2028, si hasta ahí llegamos, se nos presentará reluciente. Por su parte, el PSE-EE, que hoy se halla de alguna manera maniatado y obligado a decidir con quién unirse, dentro de cuatro años se sentirá del todo libre para hacer plenamente creíble lo que en esta campaña ha prometido: ser el partido que decide. No están, sin embargo, las cosas como para hacer predicciones tan a largo plazo y será mejor limitarse a las que parecen ciertas. Una de ellas es, sin duda, que el PNV, aunque ganador, deberá proseguir e intensificar el proceso de renovación que dice haber comenzado con el precipitado relevo de Urkullu. Sin prisa, pero sin pausa. El pozo del que extraía sus electores da la impresión de haber sufrido un notable descenso de su nivel freático. Que ello no sea, con todo, óbice para darle la enhorabuena por su victoria. Seguro que luchará, como siempre ha hecho, por que no sea la última.
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