Hace unos días, EL CORREO destapaba la caja de Pandora, hacía la pregunta que tantas veces nos hacemos los vascos en privado: ¿Y si Euskadi ... no existe? La respuesta es clara. Euskadi no existe. Es un cuento, una invención ilusoria para sostener una visión localista del mundo. Queda bien como idea común, con su bandera y sus atisbos de selección internacional de surf. Pero en el día a día, los vascos y las vascas jamás, y digo jamás, ejercemos de tales. Si acaso, cuando bajamos al foro a ver conciertos -de los de música, no de los económicos- entonces sí decimos aquello de que somos vascos. Pero no porque lo sintamos. Es porque allí piensan que Euskadi es algo. Y no nos vamos a fastidiar la fantástica campaña de marketing.

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Pero nuestra realidad es otra. Aquí somos vizcaínos, guipuzcoanos o alaveses. Y si me apuras, añadiría que bilbaínos, vitorianos y donostiarras. No somos ninguna comunidad. Vivimos totalmente de espaldas. Nos ignoramos a sabiendas. Un ciudadano de Bilbao no tiene ni repajolera idea de qué problemas padece Vitoria y un alavés ignora por completo las inquietudes de un guipuzcoano. Hay un símil que oí cierta vez que lo resume muy bien: Bilbao es una villa inglesa; Vitoria es una capital castellana; y Donostia es una ciudad francesa. Pretender que las tres y sus provincias compartan personalidad es irrisorio.

Esta realidad se ve más que nunca en esta campaña. De repente, el discurso barniz de lo vasco ya no sirve. Hay que bajar al fango de lo local porque cada voto cuenta. Y más en Álava, el sur que describe el genial personaje de Karra Elejalde en 'Ocho apellidos vascos'. Hay candidatos que para arañar uno de sus 25 escaños han tenido que visitar pueblos que nunca habían pisado. De repente, hemos descubierto que hay sector primario que no tiene barcos. Por unos días, Euskadi no es una grande, sino que es la suma de tres pequeñas. Habrá que esperar al 22 de abril para recuperar la unidad y la grandeza.

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