En tiempos de hiperliderazgos, Euskadi juega a la contra. Ahora que los líderes políticos se echan las campañas a sus espaldas, imponen el ritmo y la agenda, se enfundan en una capa de superhéroe democrático y atacan al contrario demonizándolo al máximo, los dos principales ... partidos políticos (PNV y EH Bildu) han impulsado una renovación con unos candidatos que cobijados en sus partidos buscan el lugar desde el que proyectarse hacia afuera.
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Salvo el PSE-EE con Eneko Andueza, y Miren Gorrotxategi en Elkarrekin Podemos, ningún partido político cuenta con líderes que hayan podido construir un liderazgo con personalidad al interior del partido y con carisma para generar desde fuera un movimiento de seguidores.
Imanol Pradales y Pello Otxandiano son extensiones de los aparatos de sus partidos, que tendrán que demostrar durante los próximos cuatro años si tienen la personalidad y habilidades suficientes como para impulsar a la sociedad vasca hacia los nuevos retos que se abren. Su bajo nivel de conocimiento, que tantos minutos ocupa en televisión y radio, entra dentro de la lógica de quienes no han contado con tiempo suficiente para construirse una trayectoria.
Un líder no solo es aquel que lidera lo que ya existe, sino que es aquel que es capaz de inventar o reivindicar una identidad nueva, es aquel que a su paso deja una manera de hacer y que a través del discurso nos dice quiénes somos y qué queremos ser.
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Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso, dos líderes personalistas y carismáticos de nuestro tiempo, son el ejemplo de liderazgos construidos en el tiempo, que tienen poco que ver con lo que fueron, y que cuentan con seguidores que acompañan y alaban sus trayectorias, que se identifican con sus mensajes porque se sienten reflejados en ellos. Liderazgos, que nos gusten más o menos, son capaces de darle un sentido a la época en la que vivimos.
Volviendo la vista a Euskadi, Iñigo Urkullu también tuvo esa habilidad al inicio de su mandato. Tras los duros y terribles años del terrorismo, entendió que la sociedad vasca necesitaba 'echarse a dormir'. Una pausa, un respiro para ubicar lo vivido en otro lugar, en otro estadio para desde ahí construir convivencia. Se trataba de atravesar una época con menos pulsaciones donde pudiese crecer una sociedad conciliada con el pasado.
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En estos doce años de mandato de Urkullu, la sociedad que ha despertado ya no es la que era: es más abertzale, pero menos independentista; es más feminista, más ecologista, más digital, más global, menos local, más euskaldun, más diversa y más compleja. Una sociedad a la que los candidatos y candidatas tienen que ofrecer propuestas que nos lleven de la mano a ese mundo nuevo que parecen querer dibujar, pero que todavía no alcanzan a explicar. Tienen que entender la coyuntura y necesitan tiempo, el tiempo que no te da una campaña. A ver qué consiguen.
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