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La suerte está echada. Un total de 1.795.206 vascos, 4.963 más que hace cuatro años, decidirán la composición del nuevo Parlamento durante los próximos cuatro años (en teoría, hasta 2028) y, por ende, quién y cómo gestionará la 'era posUrkullu'. Lo harán ... en las elecciones más inciertas y reñidas de los últimos tiempos, con el PNV y EH Bildu disputándose la victoria, tanto en escaños como en votos, según vaticinan la mayoría de los encuestas, como la publicada el pasado fin de semana por EL CORREO. Todo se decidirá por detalles, por la mínima, de ahí que los partidos se hayan desgañitado en los últimos días llamando a la movilización para intentar convencer a cerca del 25% de indecisos y alejar el fantasma de una elevada abstención. Es verdad que en 2020 se disparó hasta casi el 50%, pero no menos cierto es que fueron unos comicios condicionados por la pandemia.
Ahora, según el consenso de los sondeos, la cifra estimada de participación rondaría el 63%, pero partidos como el PNV están echando el resto para aumentarla al considerar que cuanto mayor sea, sus opciones de victoria crecen. De hecho, siempre han hablado del 65% como una frontera clave. ¿Por qué, supuestamente, una menor abstención beneficiaría al PNV? Porque su fidelidad de voto es sensiblemente inferior a la de EH Bildu y porque creen que los últimos varapalos electorales recibidos (forales y municipales de mayo de 2023, y las generales de julio del año pasado) se debieron a que parte de la gente que otras veces les había apoyado decidieron quedarse en casa a modo de castigo.
Las elecciones, salvo sorpresa, dejarán el Parlamento más nacionalista fruto de la enorme polarización que existe entre el PNV y EH Bildu. Los de Andoni Ortuzar se juegan mucho. Su arriesgada apuesta de relevar a Iñigo Urkullu cuando éste estaba dispuesto a seguir ha puesto sobre los hombros de Imanol Pradales una pesadísima responsabilidad en el peor momento. Es verdad que el PNV ya sabe lo que es perder unas elecciones en escaños (ocurrió en 1986 con el PSE) pero nunca lo ha hecho en votos y, ahora, es posible que suceda. Esta es la clave de casi todo. Si se da este escenario, el golpe para el PNV será durísimo incluso en el caso de que Pradales sea lehendakari.
Porque no hay que engañarse. Salvo sorpresa mayúscula que nadie espera y si los partidos cumplen su palabra, la coalición PNV-PSE volverá a reeditarse y el candidato jeltzale llegará a Ajuria Enea por amplia mayoría. La gran incógnita es si sumarán al menos 38 escaños -es decir, mayoría absoluta- o lo harán en minoría necesitando el apoyo de algún partido de la oposición (¿el PP?) para sacar las principales leyes adelante.
Cuando se habla del papel de los socialistas en estas elecciones los sentimientos son encontrados. Por un lado, son víctima de la enorme polarización nacionalista y apenas lograrían subir uno o dos escaños en el mejor de los casos los 10 parlamentarios logrados en 2020. Poco importa que el PSOE fuese la fuerza más votada en los recientes comicios generales del 23 de julio del año pasado gracias al tirón de Pedro Sánchez o que en las elecciones municipales se hiciese con feudos como Vitoria. Ahora buscan convencer a los indecisos y a los abstencionistas al comprobar que EH Bildu ha fagocitado a todo el espacio de la izquierda que encarnan Elkarrekin Podemos y Sumar.
Pese a que no logre mejorar de forma considerable sus resultados, su papel será decisivo en la formación del futuro Gobierno. Sus escaños, de hecho, podrían revalorizarse respecto a los de hace cuatro años. Porque no es lo mismo sentarse a negociar en Sabin Etxea con un PNV que ha ganado en escaños a Bildu que con un PNV que ha quedado segundo. Y es que en este caso, la abstención de los socialistas en caso de ruptura con los jeltzales haría a Pello Otxandiano lehendakari (hay que recordar que sólo puedes apoyar a tu candidato o abstenerte, no hay bloqueos).
El objetivo del PP vasco, dadas las circunstancias, pasa por subir al menos uno o dos escaños y trasladar la imagen de que la llegada de Javier de Andrés al frente del partido en Euskadi de la mano de Alberto Núñez Feijóo ha servido para algo. No hay que olvidar que los comicios de 2020 fueron caóticos, con un Alfonso Alonso que semanas antes fue cesado por Pablo Casado y Carlos Iturgaiz tuvo que asumir la difícil misión de 'salvar' el envite concurriendo, además, en coalición con Ciudadanos. Sacaron 5 escaños aunque en el recuento posterior lograron un sexto que quitaron a EH Bildu. El escenario ideal pasa por que PNV y PSE no sumen mayoría absoluta para que los votos del PP puedan ser decisivos en el Parlamento. Y si logran subir en escaños y lo hacen, además, a costa de Vox dejando a los de Santiago Abascal fuera del Parlamento, Javier de Andrés podría proclamar aquello de misión cumplida.
En esta guerra de guerrillas en la que se ha convertido el 21-A, una de las más interesantes es la que se juega en el espacio situado a la izquierda del PSE-EE. Hace cuatro años, Elkarrekin Podemos sacó seis escaños. Ahora, afronta incluso su propia desaparición tras la irrupción en Euskadi de Sumar, a la que las encuestas también le auguran una noche muy complicada. Su fractura ha beneficiado sobremanera a EH Bildu, que está disparada en las encuestas y no parece tener techo. Pese a todo, lejos de reivindicarse frente a la izquierda abertzale, han apostado por cargar solo contra el PNV asegurando que jamás apoyarían a su gobierno y sí harían lehendakari a Pello Otxandiano.
El voto de los vascos inscritos en el Censo Electoral de Residentes Ausentes (CERA) se ha incrementado de manera «notable» respecto a los comicios autonómicos anteriores, según explicó ayer el consejero de Seguridad, Josu Erkoreka, que dio a conocer el dispositivo para la jornada de hoy. De los 82.911 vascos que viven de manera permanente en el extranjero, han votado 8.219, aproximadamente un 10% del total, cuando en 2020 lo hizo un 3,5%. La eliminación de trabas burocráticas (el voto rogado) ha disparado las cifras, aunque en el PNV creen que es un indicador de una participación elevada y que el escrutinio del CERA, que se realiza el viernes, podría ser decisivo en caso de una 'foto finish' apretada.
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