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No hubo sorpresas. PNV y PSE podrán gobernar con una holgada mayoría absoluta de 41 escaños -los mismos que tendrá Alberto Núñez Feijóo en Galicia, ... aunque él en solitario- durante los próximos cuatro años. Los resultados de las urnas en Euskadi dejan a jeltzales y socialistas el camino expedito para hacer lo que han prometido durante la campaña electoral: formar sin dilación un Gobierno sólido que ponga en marcha cuanto antes unos Presupuestos de reconstrucción con los que encarar la salida de la crisis económica, social y sanitaria, con los rebrotes aún acechando, provocada por la Covid-19.
No caben dudas de que el acuerdo transversal que ya ha funcionado durante las dos anteriores legislaturas, primero como pacto de estabilidad y después de coalición, seguirá operando, si no hay imprevistos, hasta 2024, bajo la batuta de un lehendakari Urkullu que encara su tercer mandato consecutivo y el único en el que podrá respirar tranquilo sin que la estabilidad de la que ha hecho santo y seña dependa de los acuerdos con la oposición. Y lo hará, paradójicamente, en el Parlamento vasco más nacionalista de la historia democrática: las dos fuerzas abertzales suman juntas 53 escaños, el 70% del hemiciclo, a años luz, por ejemplo, de los 41 que contabilizaron PNV, HB y EA poco después de firmar el pacto exluyente de Lizarra en 1998.
No obstante, pese a las apelaciones nostálgicas que ha hecho la izquierda abertzale a aquella aventura o al plan Ibarretxe, las relaciones entre ambas siglas están en su peor momento desde hace años y el entendimiento es impensable. Igual de utópico que el tripartito de izquierdas al que Elkarrekin Podemos ha apelado insistentemente y que sumaría, por los pelos, los 38 escaños que otorgan la mayoría absoluta.
El clarísimo dominio de las fuerzas de adscripción nacionalista se debe, en parte, a la menor carga identitaria de los mensajes durante esta campaña, más centrada que nunca en el eje derecha-izquierda, y, sobre todo, a la bajísima participación, la más exigua en unos comicios autonómicos vascos. No surtieron efecto los constantes llamamientos de los partidos a la movilización: la pandemia, con un foco desatado en Ordizia, y la fecha elegida, en pleno verano y en contra del criterio de la mayoría de los ciudadanos, hicieron subir la abstención hasta el 47%, siete puntos más que en 2016.
Aun así, el PNV logró su objetivo declarado de ganar un escaño por territorio y encaramarse hasta los 31 sin acusar el desgaste por la gestión de la pandemia, el derrumbe de Zaldibar o el 'caso de Miguel', una cifra que roza sus máximos históricos y que se acerca a los números de antes de la escisión. No obstante, los jeltzales, depositarios de nuevo de un 'voto refugio' no estrictamente abertzale, perdieron 50.000 sufragios respecto a los casi 400.000 cosechados hace cuatro años, lo que deja la sensación de que, con una participación en los niveles habituales, su triunfo podría haber sido aún más rotundo.
La victoria seguramente supo algo menos dulce en Sabin Etxea por los extraordinarios resultados de su principal rival, EH Bildu, la única sigla que logró movilizar a su electorado y subir en votos respecto a 2016, con 23.000 papeletas más. La izquierda abertzale capitalizó no solo capitalizar el voto útil de la izquierda, su 'leit motiv' durante la campaña, sino hacerse también con el respaldo de los jóvenes y todo ello sin que le haya penalizado su resistencia a condenar el terrorismo de ETA o a utilizar esa palabra frente a los ataques a partidos y candidatos.
La insistencia en un tripartito imposible en el que habría sido, además, la fuerza minoritaria ha castigado a Elkarrekin Podemos, al que tampoco han beneficiado sus líos internos, con nueva candidata, Miren Gorrotxategi, en puertas de los comicios. La sigla morada no logró rentabilizar la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno y perdió más de la mitad de las papeletas cosechadas en las autonómicas de 2016 y, desde luego, el 'punch' demostrado en las generales de aquel año, en el que se hizo con buena parte del voto anti Rajoy. Los socialistas de Idoia Mendia sacaron menos rendimiento del esperado al 'efecto Sánchez', seguramente porque les penalizó la abstención, aunque salvaron los muebles al aumentar su cuenta en un escaño por Álava.
Los malos augurios se cumplieron para el PP vasco, que, pese a la coalición con Cs, perdió cuatro escaños y 47.000 votos, lo que supone un serio aviso para la estrategia de reunificación del centro derecha de Pablo Casado, especialmente tras la rotunda victoria de Feijóo. Las malas noticias no acabaron ahí: la irrupción de Vox con una parlamentaria por Álava supone un golpe moral y pone en entredicho la eficacia del discurso 'duro' de Carlos Iturgaiz en detrimento del más centrado que representaba Alfonso Alonso.
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