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Es difícil hablar de fin de ciclo en esta carrera electoral hacia el 21-A porque, generalmente, esa expresión se asocia a la mudanza de siglas en los gobiernos, a un cierre de etapa con todas las consecuencias. Si, como es más que previsible, PNV ... y PSE siguen gobernando en coalición, el 21-A marcará más bien un punto y seguido en la escena política vasca.
En ese contexto, el objetivo de EH Bildu en estos comicios no sería tanto hacerse con la Lehendakaritza sino igualar fuerzas con el PNV, o incluso 'sorpassarle', para administrar después a lo largo de la legislatura su 'aggiornamento' pleno a la democracia con vistas a otra cita crucial, la de las municipales y forales de 2027. Y fiar así el asalto definitivo al poder no sólo a su blanqueamiento institucional, sino también a la progresiva renovación demográfica de un electorado que, en sus capas más jóvenes, que no vivieron el terror de ETA ni la cobertura política que le brindaron las sucesivas marcas de HB, ha interiorizado que el voto a Bildu es la opción 'cool' para el elector de izquierdas.
Sin embargo, la revolución que ha supuesto el cambio de caras en las candidaturas de los principales partidos, el perfil más bien átono de una campaña extraña atravesada por emociones ajenas a las urnas y, ahora, el mazazo emocional que supone el primer duelo que vive Euskadi por un lehendakari de la etapa democrática acentúan la sensación de transición. Un cambio de época hacia nuevas formas y usos políticos, cuya semilla se plantó, sin duda, en los tiempos del Pacto de Ajuria Enea que José Antonio Ardanza, fallecido ayer a los 82 años, lideró con pulso firme hasta que los vientos de Lizarra y la mutación de Ibarretxe en mesías del soberanismo volvieron a fracturar la política vasca y, por extensión, a la sociedad.
Pero el germen de una Euskadi más calmada, más sensata, más pactista y más unida en la deslegitimación del terrorismo había prendido ya; sólo hizo falta tiempo para que floreciera. En ese sentido, el relieve que la figura de Ardanza cobra y el homenaje que le tributará el PNV de manera continuada al menos hasta el ecuador de la campaña cambian el guion e interpelan a los contendientes sobre un elemento clave, su manera de gestionar la intrínseca pluralidad de Euskadi y su disposición real al pacto entre diferentes, que suele esgrimirse casi como frase hecha.
Es sintomático que Pradales desvelara ayer que Ardanza le aconsejó en febrero ser «el lehendakari de todos». Toda una declaración de intenciones que entronca con el giro moderado de su discurso, que deberá someterse al contraste con la realidad si finalmente llega a jurar en Gernika. Pero, frente a una EH Bildu que insiste en acumular fuerzas abertzales en torno al nuevo estatus (y defiende en cambio mayorías de izquierdas para otras cosas), los partidos, incluido el de Pello Otxandiano, tienen el reto de responder a esa Euskadi profundamente paradójica que votará el 21-A. La Euskadi con menor pulsión soberanista de su historia, que parece encaminarse, sin embargo, a elegir al Parlamento más abrumadoramente nacionalista de la democracia. De la inteligencia de esa mayoría para leer la aparente contradicción dependerá que Euskadi siga en la senda legada por Ardanza.
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